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¿Cuál es el perfil del técnico que quiere Blanco y Negro?

¿Cuál es el perfil del técnico que quiere Blanco y Negro?

Tras la salida de Héctor Tapia, al Monumental deben estar llegando docenas de currículos y cientos de llamados de representantes que ofrecen el clon fiel de Bielsa o de Guardiola. El que Mosa haya dicho que se necesita un entrenador con “experiencia” y que “aporte”, de verdad no aclara nada sobre la propuesta futbolística que quiere la Concesionaria para hacer del Cacique el cuadro ganador que la hinchada exige.


“Queremos que sea un técnico de experiencia y que constituya un aporte”, señaló Aníbal Mosa, presidente de Blanco y Negro, tras ser consultado acerca del perfil del entrenador que la Concesionaria tiene definido para iniciar las conversaciones que culminen con la elección del reemplazante de Héctor Tapia. Un perfil, por cierto, bastante pobre, y que viene a confirmar una vez más que los regentes de las Sociedades Anónimas, que se manejan a sus anchas en sus negocios particulares, suelen ser una nulidad absoluta cuando de fútbol se trata.

De partida, la definición de “perfil” que hizo Mosa, en su primera conferencia de prensa como nuevo presidente de Blanco y Negro, es, aparte de vaga, absoluta y totalmente contradictoria, toda vez que el técnico saliente llegó al cargo para reemplazar a Gustavo Benítez sin tener la más mínima experiencia como entrenador de un cuadro de Primera.

Todo el bagaje futbolístico de Héctor Tapia se resumía en su experiencia con las series menores albas, condición que otorga un cierto respaldo acerca del conocimiento de aquellos jugadores provenientes de la cantera, pero que por cierto no constituye garantía de nada.

De cualquier modo, Tapia se constituyó al comienzo en una agradable sorpresa. Tomó un equipo destrozado y sin fe luego de una segunda etapa para el olvido del paraguayo y las últimas fechas de ese Torneo de Clausura de 2013 mostraron a un Colo Colo virado y renovado, al punto de que esas pocas jornadas al mando de un plantel siempre complicado de domesticar le valieron ser ratificado con miras a la temporada siguiente.

Ciego sería no reconocer que en ese comienzo, plagado de dudas acerca de su capacidad, hubo un punto de inflexión que contribuyó a consolidarlo en el cargo: Colo Colo afrontó un Superclasico en el Monumental con todas las de perder, dada la más que mediocre campaña plasmada bajo la conducción de Benítez, y sin embargo se impuso por 3-2 con un gol agónico de Felipe Flores, que le subió hasta las nubes los bonos al “inexperto” Tapia.

Para ser justos, no sólo fue el marcador lo único meritorio. Ese Colo Colo, sabiéndose en teoría inferior futbolísticamente al rival tradicional, puso lo que hay que poner en instancias como esa y se llevó por delante a una U que nunca pudo salir de su sorpresa.

Los jugadores albos, en su cancha y con su público, salieron a “comerse vivo” al rival con un despliegue y una marca que impedía que Universidad de Chile pudiera coordinar tres o cuatro pases seguidos, cayendo en un desorden y en una desorientación que, al cabo, habría de significarle una derrota tan dolorosa como inapelable.

Se pensó, entonces, que tras algunas experiencias fallidas con técnicos “de la casa” elevados a la condición de “interinos”, Colo Colo había encontrado por fin en su propia utilería el entrenador de conceptos modernos y destinado a crecer en paralelo con su propio equipo. Al técnico que sabía qué hacer cuando su cuadro tenía la pelota y entender que, sin ella, sus jugadores tenían que romperse el alma por intentar recuperarla lo más lejos posible de su propio arco.

¿En qué momento Tapia olvidó su reiterado discurso de los entrenamientos, cuando a sus jugadores, una vez perdido el balón, les daba cinco segundos para recuperarlo? Porque esa dinámica atractiva, envolvente, y destinada a sacar de quicio al rival más capacitado, fue involucionando lentamente a un fútbol no sólo mucho menos agresivo, sino claramente aburguesado. Colo Colo ya no tapaba la salida del adversario, marcaba a excesiva distancia y sus defensores –con la excepción de Barroso en oportunidades- parecían desconocer por completo las bondades del anticipo.

El discurso, poco a poco, fue siendo otro: ese acerca de “la posesión de la pelota”, que de moderno no tiene nada. De hecho, la “escuela de Riera”, que en el fútbol nacional alcanzó su máxima influencia en la década de los 60, enseñaba que “mientras tengamos la pelota nosotros, el rival no puede tenerla y menos utilizarla”. Efectivamente, Colo Colo la tenía generalmente mucho más que su rival de turno, pero el problema es que, mientras más dominaba y más disponía de ella, menos sabía resolver los problemas que el adversario le planteaba.

Para el hincha, ilusionado con sumar pronto la estrella número 31, puesto que la 30 tardó mucho más de lo esperado, resultaba exasperante ver a un cuadro albo tocando lateralmente frente a una defensa poblada y bien dispuesta, pero sin encontrar jamás el camino ni procurarse nunca el claro que tradujera en goles –o al menos en oportunidades de gol- ese dominio tan incontrarrestable como estéril.

Así resignó Colo Colo un campeonato que estaba “tirado”. Con el discurso aparentemente coherente de su estratego, pero fracasando ante rivales en teoría mucho más discretos que al Monumental llegaron siempre con el libreto muy bien aprendido. El Cacique dejó ir puntos en su cancha frente a San Marcos, Huachipato, Unión Calera y Cobresal, simplemente porque nunca tuvo las armas, la inteligencia y el talento para superar defensas cerradas.

En esas condiciones, el discurso de Tapia se caía a pedazos: nada saca un equipo con tener siempre la pelota si no sabe qué hacer con ella.

Todo parece indicar que Blanco y Negro, en el fondo, no estaba totalmente convencido de seguir con Héctor Tapia. Cada vez cobra más fuerza el rumor de que pedirle que sacara de su cuerpo técnico a Miguel Riffo y Juan Ramírez sólo fue una forma diplomática de obligarlo a tomar la decisión de dar el paso al costado.

Aunque vivimos en un mundo ferozmente individualista, en que cada uno debe rascarse con sus propias uñas, Tapia parece pertenecer todavía a ese cada vez más restringido grupo de aquellos que ponen la amistad y la lealtad por encima de otras consideraciones mucho más pragmáticas y realistas.

El problema es que, como tantas otras veces, Blanco y Negro no parece saber qué clase de director técnico quiere para su banca. Nada nuevo, cuando en anteriores procesos aparecían candidatos que estaban en las antípodas de las filosofías futbolísticas en boga. Ser “menottista”, “bilardista” o “bielsista”, por nombrar tres “escuelas” argentinas, para los regentes albos daba exactamente lo mismo. Y algo parecido se observaba cuando eran técnicos nacionales los que figuraban en la lista de candidatos. “Pragmáticos” o “líricos” caían en el mismo saco.

Que el reemplazante de Tapia debe llegar precedido de experiencia y transformarse en un “aporte”, como dijo Mosa, es la definición más vaga y etérea de cuantas de hayan escuchado en el último tiempo.

En medio de la avalancha de currículos que seguramente están llegando al Monumental a partir del discurso de Mosa, con los incesantes llamados de ágiles representantes que tienen que estar ofreciendo los “clones” perfectos de Bielsa y Pep Guardiola, los pobres regentes de Blanco y Negro deben estar vueltos locos por darle el palo al gato: encontrar en el mercado un entrenador bueno, bonito y, sobre todo, barato.

Borghi y Sierra, en ese sentido, corren con ventaja. A ambos se les considera como “de la casa”. El “Bichi” por esa seguidilla de títulos que alcanzó con un equipo que Blanco y Negro se encontró “en un trapito”, y Sierra porque nadie olvida ese mediocampo creativo y sólido que conformó junto a Marcelo Espina y el brasileño Emerson.

Sólo que Borghi no tendría los jugadores de su primera etapa, y Sierra es un Héctor Tapia recargado en cuanto a la prédica por la posesión de la pelota.

Ninguno de ellos se antoja el técnico que, privilegiando el buen juego, pueda exigir además la dinámica ciento por ciento física que los tiempos demandan.

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