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Opinión: ¿chilenos traidores?

Opinión: ¿chilenos traidores?

Ese grito se escuchó en muchas gargantas de hinchas transandinos que nos visitaron a propósito de la Copa América y fue replicado, en diferentes decibeles, por algunos medios y comunicadores del otro lado de la cordillera. Una acusación injusta, alejada de la verdad histórica.


En fútbol, nuestros vecinos argentinos no sólo son campeones mundiales jugando a la pelota; también lo son a la hora de enarbolar provocaciones para «sacar» a sus rivales de los partidos, sobre todo de los importantes.

Fue así como durante toda la reciente Copa América, tal vez previendo que en algún momento se cruzarían las selecciones roja y albiceleste, hinchas y parte de la prensa transandina espetaron, sin anestesia, el grito de «chilenos traidores», haciendo alusión al apoyo que le brindó la dictadura de Pinochet a las fuerzas armadas inglesas durante el conflicto por las Islas Malvinas.

Efectivamente, Pinochet prestó auxilio a los británicos en el plano logístico y de telecomunicaciones. Ayuda que no sé si fue trascendente a la hora de decidir la guerra, pero que en algo debió incidir. Eso es indesmentible. Un hecho histórico.

En rigor, todo indica que los argentinos perdieron las islas por la ineptitud de su alto mando, el que envió al frente a tropas mal preparadas y peor pertrechadas para combatir a soldados profesionales y con un armamento de primerísima generación.

Sin embargo, en lugar de hacerse cargo de esa verdad inconmensurable, la barra argentina que nos visitó hace poco y -lo que es peor- algunos medios de prensa y comunicadores de allá insistieron en adosarnos el mote de «traidores» por la participación chilena en la guerra.

La situación resulta demasiado injusta para la mayoría de nuestro pueblo. La traición, estimados argentinos, la cometió una dictadura instalada de facto en este país, sin ninguna legitimidad popular y que mientras apoyaba al colonialismo inglés en dicha conflagración, también asesinaba y hacía desaparecer a miles de compatriotas por el mero hecho de plantear una oposición activa o pasiva en contra de Pinochet y de sus sicarios.

No es difícil empatizar con el resentimiento y la bronca de nuestros vecinos, pero, por favor, precisemos bien el objeto de esa rabia: fue una dictadura militar la que resultó obsecuente con la potencia europea, no el pueblo de Chile, el que -dicho sea de paso- tenía sus afectos más del lado argentino que de la prepotencia y los afanes colonialistas de la señora Thatcher, lo cual no significaba, tampoco, una simpatía por los delirios del genocida Leopoldo Fortunato Galtieri.

Pero muchos chilenos sosteníamos (aún lo hacemos) que, por razones geográficas y antiimperialistas, Las Malvinas deben pertenecer a Argentina.

Entender esto es comprender bien la historia. Ser justos y no exacerbar, a propósito de una competencia futbolística, diferencias que siempre han existido entre ambos países.

Allá, ustedes padecieron una dictadura infernal. Nosotros sufrimos lo mismo. Dentro de ese contexto se desencadenaron los conflictos: primero, por las islas Picton, Nueva y Lennox, que casi deriva en una guerra chileno-argentina y, más tarde, la conflagración por Las Malvinas.

¿Queda claro, entones, el denominador común? ¿El origen del problema, su raíz, la madre del cordero?

Reflexionemos en torno de aquellos años aciagos y reconciliemos posturas entre dos pueblos que aún sufren las resonancias de los verdaderos traidores: los poderes ultraconservadoras de ambos países con sus respectivos ejércitos, auténticos brazos armados de las clases dominantes no sólo en este lado del continente, sino en toda América Latina.

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