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Opinión: adiós, Arturo, gracias por venir…

Opinión: adiós, Arturo, gracias por venir…

En lo inmediato y dadas las urgencias deportivas de la Roja, lo más aconsejable es cerrar rápidamente el caso de Vidal, olvidándose del volante. Ya habrá tiempo para disquisiciones más profundas, pero ahora Sampaoli deberá rearmar el equipo sin la presencia de este rey del fútbol y de la indisciplina.


Arturo Vidal se apresuró en declarar: “No fue mi culpa”, dijo tras el tortazo que sufrió anoche su Ferrari, cerquita de Buin, luego de una jornada de relajo, juegos y de varias copas en el Casino Monticello.

Arturo apareció arriba de un auto policial, junto con su representante y en medio de una decena de fanáticos que a esa hora -alrededor de las 23 horas- desafiaban el frío y la cordura, “apoyando” al crack de la Roja y de la Juventus después de chocar bajo la influencia del alcohol.

A varios kilómetros de distancia, específicamente en Juan Pinto Durán, Jorge Luis Sampaoli caminaba por las paredes del complejo deportivo al enterarse del hecho. Otra vez, uno de los integrantes de la autodenominada “mejor generación de futbolistas de nuestra historia” dejaba en claro que estos cabros son bravos dentro y fuera de la cancha: cuando se trata de jugar, pero también de carretear, metiéndose por cualquier parte el compromiso profesional y afectivo con la Roja, con sus compañeros y, sobre todo, con los hinchas: los mismos que se ilusionan con ganar por primera vez la Copa América y que pagaron muchas lucas por ver a Vidal y a otros en el Estadio Nacional.

Parece que a Arturo Erasmo eso le da lo mismo: lo importante, desde su particular óptica, era relajarse en el casino, tomarse unos copetes y olvidarse de todo, incluso de que a esa hora se jugaba el Clásico del Río de la Plata entre Argentina y Uruguay, un partido que había que ver.

Vidal es así: junto con transformarse en una figura indiscutida del equipo, capaz de sacar del sopor a sus compañeros ante México, enmendando los errores cometidos por el propio Sampaoli, es capaz de irse de juerga en un bautizo, renunciar a la Selección (como lo hizo con Bielsa, aunque después debió ofrecer disculpas a través de los medios) o acelerar la salida de Borghi por culpa de una patada demencial contra un jugador serbio, cuando el “Bichi” colgaba de un hilo en su cargo.

Durante toda esta mañana, mientras Vidal esperaba ser formalizado en algún tribunal, escuché un enjambre de comentarios en torno del tema: desde expertos, como José Sulantay, hasta opinólogos de la más diversa naturaleza. Sin embargo, hasta el momento en que pulso esta columna ni la ANFP ni el cuerpo técnico de la Selección emitían una declaración oficial, informando qué pasará con Vidal.

En rigor, la decisión es más simple de lo que parece: Arturo debe volver a Juan Pinto Durán, despedirse de sus compañeros, tomar sus cosas e irse a su casa a Italia o retornar al Monticello para completar su partido de póker.

No hay otra lectura posible.

Ya hablaremos más delante de la falta de liderazgo de Sampaoli, incapaz de manejar un grupo de jugadores históricamente díscolos, cediendo a la presión de los “referentes” a través de estas famosas tardes libres que resultan impensables en un período de concentración para un torneo tan importante como la Copa América.

O de la propia ANFP, que jamás ha golpeado virilmente la mesa para advertir a los jugadores frente a potenciales actos de indisciplina.
Arturo, el “Rey”, el ídolo, metió las patas. Hasta el fondo. Y eso, aquí o en China, tiene un costo que el infractor debe asumir. “Si no te gusta la condena, no cometas el delito”, se suele decir.

Fue un gusto ver al volante contra ecuatorianos o mexicanos, pero los desafíos de la Roja son demasiado inmediatos como para detenerse en profundas disquisiciones en torno de una falta tan grave como ésta. Cerrar el caso rápidamente, dar vuelta la página y olvidarse de Vidal por un rato largo.

Si estos cabros son tan buenos como dicen, la ausencia de Arturo Erasmo será suplida por algún otro o por el resto de los compañeros en su conjunto. Bolivia está a la vuelta de la esquina, lo mismo que los cuartos de final.

A seguir cascando, no más, hasta que el equipo tenga fuerzas y fútbol.

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