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Huber Matos, el primer comandante disidente de Fidel Castro

Huber Matos, el primer comandante disidente de Fidel Castro

El primer líder guerrillero cubano en separarse del proceso castrista pagó 20 años de prisión y dedicó su vida a denunciar lo que vio como errores de la revolución. Falleció en Miami a los 95 años.


Conocí a Huber Matos en 2011, cuando una rutinaria asignación periodística me llevó hasta su casa y me puso en contacto con un protagonista de la historia de la Revolución Cubana asentado y casi olvidado en el suroeste de Miami.

Aquel día, mientras esperaba en la sala de su casa para entrevistarlo, observaba la galería de fotos que retrataba todas las generaciones de Matos en una exhibición de inocultable orgullo familiar.

Me llamó la atención una foto en blanco y negro en la que Matos y su esposa Maria Luisa aparecen sentados en un sofá rodeados de sus hijos.

Matos lleva poblada barba y viste el uniforme verde oliva, característico de los guerrilleros que pelearon en la Sierra Maestra contra el gobierno de Fulgencio Batista.

«Esa fue la última foto que nos hicieron antes de mi arresto», dijo Matos a mis espaldas, al sorprenderme escudriñando el retrato.

Era 1959 y Matos, entonces comandante de la provincia de Camagüey, era considerado el quinto hombre de la victoriosa Revolución, detrás de Fidel Castro y su hermano Raúl, del Ché Guevara y Camilo Cienfuegos.

En esta foto se observa a Camilo Cienfuegos, Fidel Castro y Huber Matos entrar victoriosos a La Habana el 8 de enero de 1959.

En esta foto se observa a Camilo Cienfuegos, Fidel Castro y Huber Matos entrar victoriosos a La Habana el 8 de enero de 1959.

Ese estatus no duraría mucho y sus diferencias con Fidel Castro terminarían por significar su desgracia.

Doble injusticia

Hay otra foto –que no estaba en aquella pared – que lo inmortaliza a la izquierda de Castro, sobre el tanque en el que el líder cubano hizo su triunfal entrada a La Habana que marcó simbólicamente la caída del gobierno de Batista.

Aquel encumbramiento no duraría y menos de un años después, Matos sería condenado a veinte años de prisión, acusado de sedición y ridiculizado por el mismo Castro durante su juicio por «usar los argumentos de los enemigos de la Revolución» al denunciar el giro al comunismo que daba el proceso.

La renuncia de Matos a sus cargos revolucionarios y la denuncia sobre la penetración comunista no cundieron como esperó y en cambio, contribuyeron al afianzamiento del sistema, que sesenta años después, sigue imperando en la isla.

Por eso, cuando me aprestaba a nuestro encuentro, esperaba encontrarme con un anticomunista furibundo, amargado por el exilio forzado y el olvido histórico.

En cambio encontré a un hombre que parecía haber hecho un pacto de olvido y perdón con las peores cosas de su pasado y, a su edad, entonces de 93 años, esperanzado en el porvenir de su país y en el aporte que él podría dar.

La última foto

Estaba yo tan absorto en la última foto familiar en La Habana de aquella época crucial, que no escuché venir el lento arrastrar de los pies y el golpe suave contra el piso del bastón en el que se apoyaba Matos.

«¿Cómo está usted, comandante?-, saludé con protocolario respeto.

«¿Y cómo voy a estar? Si voy a cumplir 93 años y aquí me tiene usted, todavía lúcido y con alguna memoria»- me dijo con una sonrisa que iluminaba sus grandes ojos verdes.

Su mirada intensa dejaba entrever una personalidad dura, seguramente difícil, que ni los años ni los reveses sufridos habían podido suavizar.

Aquella fue la primera de una serie de entrevistas que se hicieron más frecuentes durante el último año.

A pesar de su apariencia bonachona, Matos dejaba traslucir una personalidad fuerte.

A pesar de su apariencia bonachona, Matos dejaba traslucir una personalidad fuerte.

Eran largas conversaciones que pactamos invariablemente para media mañana y en las que siempre me sorprendió la memoria de aquel hombre al recordar con pelos y señales episodios que ocurrieron sesenta años atrás y más.

Alguna vez le repetí preguntas o le replanteé temas en días diferentes y siempre contestaba con los mismos argumentos, las mismas fechas, los mismos nombres.

Recordaba a ayudantes y subalternos, batallas y lugares, hasta enemigos y carceleros, con precisión.

La recepción en el exilio

Reconozco que conocí al Matos de sus últimos años, un anciano de apariencia bonachona, que sin embargo dejaba aun traslucir una personalidad fuerte, característica necesaria para un comandante de soldados.

Pese a haber sido el primer disidente que desde la cúpula revolucionaria denunció la «desviación» del proceso político, cuando en 1979 dejó la cárcel, no todos lo recibieron bien en el exilio.

Primero porque para quienes se habían ya ido de la isla, Matos había sido «uno de ellos», es decir, parte de los barbudos que ocuparon el poder e instauraron el gobierno comunista.

Además, como comandante militar de Camagüey, tuvo responsabilidad en los cuestionados fusilamientos de colaboradores de Batista y otros enemigos de la Revolución.

«En Camagüey no se fusiló nadie que no lo haya merecido», me dijo en uno de nuestros encuentros, sobre este tema del que no lucía muy dispuesto a profundizar, aunque aclaró que esas condenas no las administraba su oficina, por lo que no podía haberlas detenido.

Matos se hizo un puesto entre los guerrilleros de la Sierra Maestra.

Matos se hizo un puesto entre los guerrilleros de la Sierra Maestra.

También las luchas por el control del movimiento opositor cubano en Florida contribuyeron a su desplazamiento ente los exiliados y Matos, que habría podido ser un líder de los contrarios al gobierno de los Castro, fue perdiendo ascendente.

El último de los mambises

«En la Cuba del futuro yo me veo como un predicador. Aunque no me hago muchas ilusiones, porque como te digo voy a cumplir 95 años, pero mientras no me falte el entendimiento…», me dijo Matos en noviembre de 2013, en la última entrevista que tuvimos.

Escuchar la admiración pedagógica con la que contaba las gestas de la historia cubana, permitía imaginarse fácilmente al Matos maestro, profesión que ejerció hasta 1952, cuando llegó al poder Fulgencio Batista.

Por aquel tiempo Matos formaba parte del Partido Ortodoxo cubano y se opuso al gobierno de Batista colaborando con la resistencia. Finalmente se vincularía con el movimiento de Fidel Castro, a través de la amiga de ambos, Celia Sánchez.

Matos se hizo un puesto entre los guerrilleros de la Sierra Maestra cuando, en marzo de 1958, logró aterrizar con un cargamento de armas traídas desde Costa Rica.

«Yo no sabía que podía ser guerrillero, yo no era militar, yo era un maestro. Pero se me dio bien y logré el respeto de mis hombres», me dijo Matos.

Tanto, que el propio Fidel Castro lo llamó en enero de 1959 para que dejara su tropa en Santiago de Cuba y se le uniera en la caravana revolucionara que se aprestaba a entrar en La Habana.

De Matos, una vez el escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner me dijo que «era el último de los mambises», comparándolo con aquellos guerrilleros cubanos de la guerra de independencia frente a España.

No sé si Montaner o alguien más le habrá hecho alguna vez ese comentario, que con seguridad lo habría agradecido como el mejor halago.

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