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Tapón del Darién: el epicentro de la migración y crimen en América Latina MUNDO

Tapón del Darién: el epicentro de la migración y crimen en América Latina

Silvia Peña Pinilla
Por : Silvia Peña Pinilla Periodista de El Mostrador.
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En 2023, 500 mil personas, un cuarto de ellos niños, desafiaron la muerte en manos de asociaciones criminales en una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. El investigador de la UIC, Andreas Feldmann, analiza el fenómeno. “La violencia ha sido normalizada en todos los países”, dice.


La selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, es uno de los puntos críticos del mundo en materia de migración. Por sus 17.014 kilómetros cuadrados de pantanos, humedales, bosques y ríos, cruzan miles de personas de todo el mundo con la esperanza de alcanzar la “tierra prometida”: Estados Unidos.

En 2021, unas 130.000 personas, principalmente haitianos y cubanos la cruzaron. El número subió a 250.000 en 2022, con un incremento de venezolanos y ecuatorianos. Y en 2023 ya se habla de más de 500 mil y se han sumado personas de China, India, Somalia y Afganistán, entre otras nacionalidades que huyen de la violencia política y del crimen.

El investigador y profesor de la Universidad de Illinois, Chicago (UIC), el chileno Andreas Feldmann, acaba de visitar la región, haciendo trabajo de campo para un estudio. “El Tapón del Darién se ha transformado en una especie de epicentro del proceso migratorio, algo que no había ocurrido nunca antes”, señala.

Históricamente, las distintas regiones que componen el hemisferio americano habían sido compartimentos estancos, “de modo que la gente en Sudamérica, en general, migraba dentro de Sudamérica, algunos iban a Estados Unidos, pero normalmente no por tierra. Los centroamericanos migraban dentro de Centroamérica y a Estados Unidos, y después estaba el corredor entre México y Estados Unidos. Ahora esos tres se han conectado y todo el flujo que viene desde Sudamérica rumbo a Estados Unidos pasa por el Istmo de Panamá, que es una especie de embudo. Eso ha generado una dinámica muy particular, en virtud de la cual Panamá ha visto como un número impresionante de personas ha empezado a desplazarse por su territorio en ruta hacia Estados Unidos. En 2023, 520.000 personas cruzaron por ese punto. O sea, estamos hablando de un aumento del 160% respecto de 2020”, agrega.

Principalmente son migrantes venezolanos, haitianos, pero hay de todas nacionalidades, en lo que ya es una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo.

“Estas normalmente se producen como redes migratorias, que tiene que ver con las facilidades para desplazarse. Los problemas en Venezuela, la crisis de seguridad en Ecuador, la crisis en Haití y, en general, los conflictos que están asolando a América Latina, han generado un éxodo muy fuerte. El 2023 cruzaron por el Darién 50.000 ecuatorianos. El número de venezolanos andaba por los 360.000 personas… Y muchos otros viniendo de otros países: Chile, Perú y, sobre todo, Colombia. También hay un número grande de extrarregionales cruzando, algo así como 70 nacionalidades que llegan a Colombia, cruzan a Panamá y continúan viaje”, explica el cientista político.

El alto número de chinos (27.000) llamó la atención a los investigadores: “La información que se ha dado es que muchas de estas personas serían gente que quería venir a Estados Unidos, pero se les denegó la visa. Ellos tienen puestos de trabajo, oportunidades con familiares o con otras redes que existen, pero que no pueden entrar por las vías legales y buscan hacerlo de manera irregular”, añade.

Cuenta que la inmensa mayoría tiene como destino Estados Unidos y unos pocos siguen hacia Canadá. 

“Una de las cosas más impresionantes son los relatos de esta gente, después de haber cruzado la selva en muy malas condiciones: enfermos, cansados. Muchas veces han sido víctimas de violencia en la selva, pero hablan de Estados Unidos como la tierra prometida; de las cosas que van a poder conseguir: trabajo, una casa, que van a poder mandar dinero a sus familiares. Hay una fe casi religiosa, totalmente distorsionada. Yo vivo en Chicago y veo las condiciones precarias en que esta población está. Llevan meses viviendo en estaciones de policía, mendigando en las calles. No tienen permiso de trabajo, no poseen redes. Hay una distorsión muy fuerte de la percepción que tienen sobre lo que van a conseguir acá, y de lo que realmente ocurre una vez que llegan aquí”, explica Feldmann.

Tierra de nadie

Los migrantes cruzan desde Necoclí y otras zonas en el Golfo de Urabá (Colombia), en lancha, a través de una operación que lleva a cabo el Clan del Golfo, organización criminal que tiene control sobre esa zona. El viaje por la selva es muy difícil y para varios termina siendo mortal. Con suerte y dinero dura unos tres días, pero se puede extender a una semana, dependiendo de las dificultades que enfrente cada persona.

“El terreno, el clima, los animales salvajes, crean duras condiciones, pero una vez que entran a la selva los migrantes son víctimas de una serie de abusos, porque esa es tierra de nadie. No hay presencia estatal en el Darién. Históricamente no ha habido y ahora tampoco. En general, por lo que pudimos averiguar, son básicamente miembros de algunas comunidades indígenas que residen en esa zona, y que cometen todo tipo de ilícitos en su contra. La mayoría sobrevive, pero muchos perecen en el viaje”.

Llegan a Bajo Chiquito en Panamá, donde las autoridades los reciben, registran y, luego, miembros de las comunidades indígenas los llevan cuatro o cinco horas río arriba hasta las estaciones de recepción del gobierno panameño. Allí Feldmann y un equipo de investigadores hablaron con quienes habían cruzado la selva.

“Los centros de recepción son muy precarios. Más allá de los esfuerzos del gobierno de Panamá, hay gran nivel de hacinamiento, no hay mucha capacidad para otorgarles servicios básicos como salud o asistencia legal a los que fueron víctimas de algún tipo de delito y, en general, las condiciones para recobrarse de ese viaje. Como te decía, llegan en muy malas condiciones: heridos, lesionados, cansadísimos, enfermos, deshidratados”, cuenta el investigador.

Un cuarto de esas 520.000 personas son menores de edad. Algunos cruzan con sus familias, otros lo hacen como menores no acompañados y son de todo tipo de nacionalidades. “Lo que te imaginarás genera unos niveles de vulneración enormes. Uno ve mucho sufrimiento, y lo más chocante, es contrastar la esperanza versus la desesperanza. Ellos emprenden este viaje para salir de condiciones realmente muy malas en Ecuador o en Venezuela. Lo que uno ve ahí es bien desgarrador”.

—En El Mostrador publicamos hace un tiempo un artículo que daba cuenta de niños chilenos, hijos de haitianos que estaban en esa zona, algunos solos porque sus padres habían muerto. ¿Pudieron ver esta situación?

—Las autoridades panameñas tienen un registro muy pormenorizado de las personas que cruzan. Y llama la atención de que unos 5.000 chilenos cruzaron el estrecho del Darién este año. Y si uno piensa, los chilenos no necesitan visa para viajar a Estados Unidos, pero quizá esta gente no tiene el dinero o sus familiares (los padres) tal vez no son chilenos, y ellos viajan en familia o en conjunto. No tuve oportunidad de hablar con ellos, pero sí escuchamos de los servicios sociales, de protección del menor en Panamá, que había una serie de ciudadanos chilenos de origen haitiano, y muchos eran menores no acompañados, que van a juntarse con familiares haitianos que están en Estados Unidos o simplemente a emprender suerte.

El académico señala que desde ahí hacia adelante las fronteras son muy laxas. Una especie de corredor humanitario donde los gobiernos de Centroamérica lo que quieren es que la gente pase “rapidito”. De hecho, el gobierno de Panamá ha dispuesto un servicio de buses por 60 dólares, que parten hacia la frontera. 

“Panamá y Costa Rica han firmado un acuerdo en virtud del cual los buses pueden entrar 15 kilómetros en el territorio costarricense hasta otra estación de recepción, y desde donde el gobierno de Costa Rica ha dispuesto otro servicio de buses que los lleva a la frontera con Nicaragua. Una vez en Nicaragua, —donde el gobierno no dispone de ninguna protección, ningún servicio ni asistencia, pero tampoco les pone impedimentos para que puedan circular— avanzan. Es más, el gobierno de Nicaragua ha liberado la visa para muchas nacionalidades y ha organizado, a través de empresas, vuelos charter que van a Managua con migrantes. En estos días acaban de descubrir un vuelo que venía de la India. Los migrantes llegan a Nicaragua con el objetivo de seguir viaje hacia Estados Unidos. Han hecho un montón de dinero a partir de eso. El Estado está financiando el nuevo aeropuerto de Managua así. Y hay un tema político detrás, que tiene que ver con que Estados Unidos es considerado un enemigo, y por lo tanto, facilitar el proceso migratorio es algo que promueven”.

Explica que al pasar a Guatemala la cosa se torna más difícil, porque a diferencia de lo que sucede en los otros países, en ese país la autoridad migratoria es más fuerte, detienen a los migrantes y muchas veces los deportan. “Pero también hay muchos abusos de las autoridades en este país y después en México. Los migrantes describen que la peor parte del trayecto es Guatemala y en particular México, donde son víctimas de todo tipo de abusos por la Guardia Nacional, el Instituto Nacional de Migración, la policía, y también de parte del crimen organizado. No es que esto no se de en los otros países, pero son menos sistemático que en Guatemala y México”, señala. 

El crimen también migra

—Si bien hay una gran corriente migratoria hoy hacia América del Norte, pero a Chile siguen llegando migrantes.

—Hay un patrón bifurcado. De hecho, han salido algo así como 8 millones de venezolanos desde el año 2015, y la gran mayoría fue hacia Sudamérica. Se estima que hay 3 millones de venezolanos en Colombia, algo así como 1 millón en Perú, creo que 400 mil en Ecuador, y entre 400 y 500 mil en Chile. En Argentina, Uruguay y Brasil las cantidades son menores. Lo que ha pasado es que muchos de esos venezolanos, al igual que los haitianos, como han encontrado condiciones bastante adversas en esos países, han decidido emprender nuevos rumbos y han decidido migrar a otro punto, algunos a Europa y los que tienen menos recursos a Estados Unidos por la vía que estamos describiendo.

—Esta movilidad de población, ¿hace que también migre el crimen?

—Es una pregunta difícil. Hay veces que dentro de las comunidades de migración, se da una muestra representativa de la sociedad. Hay gente buena, trabajadora, pero también gente que tiene otro tipo de intenciones, o que una vez en esos lugares tiene incentivos para meterse en eso. De modo que la respuesta es sí, pero no. Porque hay que tener cuidado con ese tipo de generalizaciones. Habiendo dicho eso, una de las cosas que hemos visto con bastante preocupación es la presencia del Tren de Aragua en estos fenómenos migratorios. O sea, uno de los elementos que ha pasado con la migración venezolana en la región es que como la condición de vulnerabilidad de la migración venezolana es muy grande, ha abierto espacios para que organizaciones del crimen organizado se metan en tráfico de personas, prostitución y otro tipo de conductas.

Y agrega que hay tráfico de venezolanos, organizado por el Tren de Aragua, que van desde Chile hasta Estados Unidos. “Es un tema muy complejo, las autoridades están conscientes de esto, pero no es fácil, porque en estas estaciones de recepción que yo te estaba describiendo uno ve población de todo tipo y uno no sabe realmente con quién está tratando. Perfectamente los operativos de ese tipo de grupos puede estar entre los migrantes. Los migrantes lo saben, pero evidentemente no dicen nada, porque tienen miedo. No hay incentivos para denunciar este tipo de conductas, porque pueden demorarse en el viaje y ellos no quieren eso, por lo tanto eso crea incentivos perversos en términos de generar impunidad”.

—¿Qué deberían hacer las autoridades con las fronteras? Por ejemplo en Chile se pide endurecer en especial la frontera norte.

—Eso no me corresponde a mí decirlo. Pienso que hay que tener un trato humanitario con esta gente. 70.000 chilenos salieron a Venezuela durante la dictadura. Venezuela les brindó hospitalidad, refugio, una oportunidad. Las autoridades chilenas debieran, por un motivo incluso de reciprocidad histórica, hacer algo similar. Esto evidentemente encierra un montón de desafíos, porque muchos países están en una situación bastante compleja desde el punto de vista económico, no están en condiciones de absorber a esta población, y eso evidentemente genera problemas de todo tipo. Creo que las autoridades en la mayoría de los países han afrontado esto con grandes cuotas de pragmatismo, pero es un problema estructural del cual no hay fácil solución, porque desafortunadamente el desgobierno avanza y las condiciones en muchos de estos países se están deteriorando y muchas de las naciones que normalmente los recibirían tampoco están en buenas condiciones.

Agrega que es tentador decir que las fronteras deberán cerrarse, pero una vez que se hacen los ajustes, que muchas veces son muy difíciles, la migración en general tiende a ser positiva para las sociedades.

“Hay un montón de dolores de crecimiento que implican sacrificios y cambios muy fuertes que muchas veces las sociedades no están dispuestas o no están preparadas a hacer. El mero cambio en términos de la fisionomía de la sociedad, cómo eso se ve, no es fácil. Estuve hace poco en Santiago de visita y al andar en metro me llamaba la atención cómo el espacio urbano, en términos de la gente, ha cambiado en los años que yo me he ido. Es otro país, evidentemente. Y eso para alguna gente no es fácil. Les genera aprensión, temor, y más aún si estamos en una situación de crisis donde desafortunadamente se ha hecho una asociación entre el incremento del crimen y la llegada de extranjeros. Y es una asociación que es en parte verdad, pero también es espuria. O sea, habría que entrar a desagregarlo bien, para saber exactamente cuál es la propensión de los inmigrantes a delinquir y si la propensión de los inmigrantes a delinquir es más alta que la de los nacionales”.

Dice que la literatura describe una propensión más baja por parte de los inmigrantes a delinquir porque en general la mayoría de ellos quiere trabajar, “lo que no significa que haya grupos dentro de estos inmigrantes que en el fondo sí incurran en ese tipo de prácticas, pero es una pregunta difícil. Yo no quisiera estar en los zapatos de las autoridades ni en Estados Unidos ni en ninguno de estos países, porque es un problema tremendamente complejo, que tiene que ver con la descomposición de muchas de estas sociedades. Estamos observando una crisis de seguridad tremendamente compleja en Ecuador. Las tasas de homicidio subieron de 8 a 45 en cuestión de 2 o 3 años. Es una cosa aterradora”, comenta.

—Lamentablemente pareciera que cualquier cosa que pase, el que gana es el crimen organizado.

—Lo que pasa es que los Estados se han ido debilitando claramente y ante esa debilidad hay grupos que han ido adquiriendo mayores cuotas de poder. Pero también es un tema de época. De hecho, estaba comentando con algunos colegas la situación en Suecia, donde tienen un problema muy complejo de crimen organizado, de tiroteos, de matanzas en algunas localidades. En Holanda hay una discusión similar. O sea, desafortunadamente hay una convergencia hacia ese tipo de manifestaciones en todas partes, independientemente de las capacidades estatales. Al parecer vivimos en sociedades más violentas. Hay todo un tema de difusión cultural, de cierta forma de comportarse que es muy preocupante, donde la violencia ha sido normalizada en todos los países del mundo.

 


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