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Austral australis


¿Qué tiene que ver Puerto Ibáñez, en la orilla norponiente del lago General Carrera, más allá de Coyhaique y Balmaceda, con el discreto frenesí de nuestra actualidad, con las tapas de nuestros diarios, con las caras impávidas de De la Maza y la Serrano enumerando los hitos del llamado «acontecer nacional»?



Allá el viento sopla fuerte y constante, el río Ibáñez viene turbio desde hace diez años por las cenizas de la erupción de 1991 del volcán Hudson, la carretera se está pavimentando, el presupuesto municipal es exiguo y la necesidad de las localidades muchas y por la noche, mientras silba el viento y ya se apagó el grito de las bandurrias, el Blue Moon es el único remanso para los huesos cansados.



El Blue Moon es una suerte de bar, pero al mismo tiempo podría pasar por una disco, con poca variedad de alcohol, música prescindible e inquietante iluminación verde en la barra. A veces asoman unas chicas que están en el Servicio País y piden unos «MARGARITAS», que en el Blue Moon son de receta simple: cachaza, granadina y jugo de caja.



Los días pasan en Puerto Ibáñez, uno deja de ver las noticias de la tele, leer diarios o escuchar la radio, y al final no ha pasado nada: Pinochet sigue siendo tan culpable, escurridizo y patético como hace una semana; Lagos lo intente -¿qué?, esa es la pregunta-, pero se queda en el verbo y a uno termina rondándole lo señalado por Barrueto, el del PPD: «Lagos está solo»; los detenidos desaparecidos nunca serán un tema superado, porque esas cosas no se superan, en el sentido del olvido; el Mamo salió de Punta Peuco y – horrores de nuestra democracia – una treintena de muchachos sigue presos en la Cárcel de Alta Seguridad en condiciones infinitamente más restringidas y duras de las que padeció el director de La Dina, el director de la práctica del horror y el exterminio.



La actualidad entonces, es a veces, la simple constatación de una rutina. Es esa rutina la que merece que se le hinque el diente. Ese continuo agobiante del temor a las libertades, de la fascinación por la fuerza y la arbitrariedad, del abuso con o algo aceptado, de la prescindencia cada vez más evidente del sujeto, de los ciudadanos.



El otro día, por la televisión por cable, se pasaba un reportaje sobre la empresa Domino`s Pizza. Se mencionaba que, a nivel mundial, tenía cifras de negocios superiores a la inversión pública, sumada, de Chile, Bolivia y otros dos países sudamericanos. El ministro Eyzaguirre vale tres lonjas de queso al lado del gerente de marketing del Domino`s Pizza. Chile vale una porción de pepinillos al lado de la General Motors.



Por eso es bueno, cada vez más a menudo, escapar a Puerto Ibáñez y lugares así. Hay que hacer el intento. Allí las montañas valen por la emoción que evocan, y el viento sopla y sopla y uno se despoja de la actualidad. Pinochet se deshace por el pasar rápido de las nubes y termina valiendo menos que esas boñigas de conejo que están bajo el matorral cargado de calafates. Lagos sintoniza algo porque hay una escuela que da almuerzo, en época de verano, a docenas de niños, y uno siente que el Estado vale por esas cosas. El Mamo Contreras, lamentablemente, es lo de siempre; lo oscuro y tenebroso; la perversión y el crimen. Aunque se esté en Puerto Ibañez.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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