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La privatización de lo público


Según muchos pronósticos de cierta ficción literaria relacionada a un futurismo politico no menos especulativo, en estos tiempos deberíamos estar viviendo bajo un gobierno totalitario con una economía desastrosa y unos medios de comunicación poseídos por un régimen más o menos autoritario.



Los vaticinios de que viviríamos en una sociedad unívoca, manejada por algún Imperio del Mal vinculado a un complejo industrial militar, jerarquizado y amoral, que nos enviaría órdenes difundidas por un implacable sistema de comunicación pareciera, a simple vista, que no se cumplieron.



Sin embargo, si escarbamos la superficie de los estados y de sus cuerpos súbditos podemos encontrar sorpresas: las predicciones de los futuristas que hablaban de un gobierno mundial, de un sistema de comunicaciones perfectamente integrado a la cotidianeidad de los ciudadanos, de una maquinaria política militar oscura e indeleble, y de una separación tajante entre los gobernantes y los gobernados está ocurriendo de otra manera.



La situación descrita se da en en algunos de los estados latinoamericanos, como Chile, y se da bajo la forma de un Estado privado o invisible en el que detenta el poder gente sin cara y cuya institucionalidad virtual sólo conocen sus gestores y dueños.



En muchos países latinoamericanos, como es muy sabido, varias funciones importantes del Estado público han pasado a manos de esta especie de Estado privado invisible, al que se han traspasado las responsabilidades de servicio público del antiguo Estado abierto.



El nuevo regente, sin embargo, ha caido en las mismas o peores falencias que el desechado, lo que demuestra que al recibir la carga de demandas de países relativamente pobres, los privados no son más eficientes de lo que eran las antiguas empresas del Estado nacional.



Hay corporaciones a las que se han trasladado servicios como el agua, las líneas aéreas, las compañías de teléfono, la previsión, la salud, los ferrocarriles, y ya muestran teniendo defectos similares o peores que las que tenían las del Estado abierto, con la diferencia que las primeras tienen ganancias para sus dueños, de todas maneras, aunque sean ineficientes, y no pueden ser fiscalizadas por las instituciones de un Estado nacional que ha sido reducido.



No es raro encontrar servicios de urgencia de prestigiosas clínicas que hoy tienen una muy mala atención, o compañias de teléfonos que han encarecido los servicios, ampliándolos, es cierto, pero con una infraestructura insuficiente que funciona mal. O líneas aéreas que cambian itinerarios sin avisar o dejan abajo pasajeros por sobreventa.



La privatización de la política



El Estado privado es tan poderoso que ha logrado en parte privatizar la política. En general, los políticos latinoamericanos, por las nuevas características del sistema económico, privilegian mucho más las relaciones con los empresarios que con la gente común. Y mantienen más informados a éstos que a quienes los eligieron. O al revés, la información la tienen que conseguir con ellos. No sería aventurado decir que hoy el Estado privado maneja más información que el Estado público.



Los gobiernos latinoamericanos podrían convertirse en las próximas décadas en simples guardaespaldas dedicados a cuidar los intereses de grupos mundiales cada día más relacionados y pequeños que manejarán el Estado nacional con gracia, sin quitarle a la gente su libertad, sino, por el contrario, haciéndola sentirse más libre a través de una falta de información real que la hará proporcionalmente más activa y menos pensante, cada vez más individualista, con hombres y mujeres esclavizados por las deudas, por la ignorancia de las claves del poder y, además, por sentir la felicidad que todo ocurra así.



Ese es un control invisible similar a los que los futuristas de los ’50 proclamaron para el Estado público de los ’90, y que aparece hoy en un Estado privado multinacional que nadie, ni siquiera las autoridades del Estado abierto, conocen a cabalidad.



Las personas comunes lo padecemos en medio de una sonriente ingenuidad que identificamos con la modernidad, el siglo que viene o el cómo no nos habíamos dado cuenta antes. La verdad es que el latinoamericano de a pie está siendo cada vez más explotado, aprende cada vez menos y la brecha material y espiritual con la casta superior es mayor.



Salvo la burocracia y la tecnocracia que está siendo preparada por el estado privado para gobernar -a la que ha incorporado a antiguos y conspicuos defensores del Estado nacional-, el resto sólo se limita a observar cómo en nombre del progreso está siendo cada vez más desvalido y expoliado por un Estado privado donde
la solidaridad es un espectáculo televisivo y no una postura nacional.



Al parecer, sólo la democratización real de lo local, lo regional y lo nacional, además de la integración internacional, desde los estamentos más bajos de la organización social, podrían sacar a la luz a este nuevo Estado particular sin cara que está comenzando a invadir todos los ámbitos de la vida cotidiana y fiscalizarlo. Para eso es imprescindible que en América Latina se mantengan y amplíen organizaciones civiles que defiendan los intereses de la gente común, demandando la transparencia completa de la información de todos los entes y personas que detenten poder, públicos o privados.



Para ejemplo, una perla: revise las utilidades de los bancos privados en lo que va del año y, por otro, vea las cifras de estancamiento de los ingresos en la gran mayoría de nuestros países. ¿Cómo calza esa ecuación?



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