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Estabilidad de Argentina, parte de la seguridad chilena


La seguridad de Chile no depende sólo de su potencia económica, social y política, sino también de la estabilidad de su entorno vecinal. Esta es la regla de oro de un mundo globalizado, cuyo nuevo paradigma de seguridad es la cooperación y el desarrollo humano.



La paradoja, a diferencia de lo que un pensamiento vulgar puede concluir, es que la debilidad de un país no favorece la seguridad de sus vecinos, sino por el contrario. Tal situación afecta los procesos de intercambio comercial, tiene repercusiones en las finanzas, provoca procesos migratorios, hace menos seguras las inversiones y crea una imagen de inestabilidad y contagio en toda la región. Más aún si es un vecino de la envergadura de Argentina.



Las imágenes dramáticas de un país golpeado por el caos institucional y la desesperación de sus habitantes debería conmover hasta los cimientos nuestra conciencia y activar una política internacional de cooperación que efectivamente contribuya a mitigar los problemas que sufre nuestro vecino, tanto por razones de solidaridad elemental como por interés propio.



En la situación argentina existe una compleja mezcla de elementos que van desde una crisis de las cuentas públicas, pasando por la desintegración social, hasta una tensión máxima de su pacto federal que puede significar incluso su término. Por lo tanto, no es fácil prever sobre qué bases y mediante qué instrumentos es posible brindar esta cooperación.



Sólo una acción constituyente con una amplia base de legitimidad social puede sacar a Argentina de su crisis. Por cierto que para que ello ocurra deberá haber planes económicos, pero la crisis es política, y lo único que puede recomponerla es la política. En los tiempos que corren ésta, para ser exitosa, debe asentarse sobre consensos muy amplios, el primero de los cuales debe reponer los pilares de un desarrollo con integración social.



La base de la estabilidad de los países en una economía globalizada reside en contar con una institucionalidad ampliamente acatada y respetada por todos los ciudadanos; una paz social basada en la integración real de toda la población; finanzas públicas ordenadas que aseguran un crecimiento sostenido con equidad; capital humano de excelencia, y una infraestructura para el desarrollo que efectivamente genere conectividad social. Se debe subrayar que las democracias son mesocráticas y precisan de clases medias estabilizadas y seguras para su desarrollo.



Es sobre estos elementos u orientaciones que es posible articular la respuesta política a una crisis de gobernabilidad. El puro ejercicio de la planificación económica del ajuste, de la renovación de autoridades o del derrotero sin norte de la administración cotidiana de la crisis carecen de sentido cuando el rumbo estratégico de la sociedad se ha perdido. Esta es la situación que envuelve a Argentina.



Lo que hemos visto desde fines de diciembre pasado en las diferentes ciudades del país vecino ha sido el rostro de la desesperanza más profunda, la indignación de los ciudadanos medios que nada tienen que perder y la explosión de las barriadas, eternamente al margen del progreso.



Cuando una turba irrumpe violentamente en los mercados por comida y un hombre arriesga su vida por un pedazo de carne, la sociedad donde eso ocurre está fuera de la humanidad, ha retrocedido al estado más primitivo y ha vislumbrado la barbarie. No por los que roban comida, sino por los causantes de que esto pudiera ocurrir en un país que era el paradigma del desarrollo sudamericano y de la clase media en la década de los ’50.



Al ver las imágenes de TV, por nuestra memoria pasó la prosa trágica de Franz Fanon en su ensayo Los condenados de la Tierra, que en los años ’60 del siglo pasado nos hizo comprender el drama de la colonización en Africa. Una situación de esa magnitud sólo puede tener un final violento, a menos que se haga algo y ahora.



Ese algo tiene que apuntar a la seguridad humana.



Es verdad que Chile pierde profundidad estratégica para sus puertos y sus corredores bioceánicos de cara al Asia-Pacífico si su vecino se ve entrampado en una maraña de ingobernabilidad. Es claro que las articulaciones económicas y sociales de base regional entre ambos países se resienten, junto a los flujos migratorios, el comercio, la inversión y los procesos de integración y convergencia social y económica.



El tamaño y significación de Argentina dificultan los impactos de la acción solidaria de Chile. Por lo mismo, la primera distinción que debería hacerse es entre instrumentos tradicionales de política exterior, como las acciones ante terceros países amigos, organismos internacionales o facilitaciones internacionales, y los instrumentos innovadores de cooperación, entre los cuales estarían las relaciones región-región entre Chile y Argentina.



En este ámbito se podría contribuir de múltiples formas a afianzar los procesos de estabilización que las provincias argentinas han iniciado, sin perjuicio de todas las acciones diplomáticas de nivel central que se hagan.



Esta dimensión microrregional de las relaciones internacionales y la cooperación, que sería extraordinariamente útil frente a la actual situación argentina, es un aspecto para el cual Chile debería estar más preparado, no sólo por el perfil geográfico y productivo del país sino también porque nuestro desarrollo, vis a vis el tamaño comparativo de países como Brasil y Argentina, radicará crecientemente en las regiones. Son responsabilidades de relaciones de todo tipo que hoy son ejercidas por la Cancillería o no existen.



Además, Chile tiene la posibilidad cierta de avanzar en relaciones de confianza en materia de defensa, expresando claramente su vocación de paz, cooperación e integración. Es en los momentos difíciles y no en los de normalidad cuando efectivamente se crean las confianzas. Ello es posible a partir de planteamientos hechos por la propia Armada Nacional. Hace unos años, al analizar la evolución de los escenarios internacionales y determinar las características de la renovación de su flota de superficie, la Armada señaló la posibilidad de construir una fragata de manera conjunta entre Chile y Argentina.



Aunque ese proyecto tenía difícil viabilidad abrió una visión de desarrollo compartido en la zona austral, ámbito que hasta hace pocos años era visto como un escenario de eventuales conflictos.



De todos los proyectos de renovación de sistemas de armamentos, sin perjuicio de los ajustes que se le puedan hacer, el Proyecto Tridente es el que tiene mayor sentido estratégico y se presta, incluso en sus formas más simples, para intentar un ejercicio cooperativo y de confianza.



Las llamadas del Presidente Lagos a su homólogo norteamericano son importantes, como lo es el conjunto de acciones diplomáticas hasta ahora hechas por Chile para ayudar a Argentina. Pero es fundamental que vayan acompañadas por una preocupación de fondo y como si el problema realmente fuera nuestro, porque lo es. Y debemos tener la convicción de agotar todos nuestros medios e inventar otros para hacer lo que podamos y más.



Rara vez en la historia de los pueblos la emotividad, la cultura, la economía y la política tienen la posibilidad de anudar en un solo significado la solidaridad de un pueblo hacia otro. Este es nuestro momento para hacerlo con Argentina.



* Abogado, cientista político y analista de defensa.



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