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La taquilla rusa


El jueves 22, El Mercurio reprodujo un interesante artículo editado en Londres sobre la economía rusa. Su comienzo es espectacular: «Rusia pasó la mayor parte del siglo XX probando que el comunismo no funciona. Ahora podría pasar la primera mitad del siglo XXI contribuyendo a demostrar que el capitalismo es el modelo a seguir».



Tras cartón, la columna se explaya en las buenas cifras de negocios de la economía de ese país que, este año, lo hacen parecer «una estrella guía del libre mercado».



Sin embargo, lo más interesante es que el texto también busca reivindicar -y blanquear- a los llamados «oligarcas», que son los nuevos grandes empresarios que han surgido tras la caída del comunismo y que, en su gran mayoría, fueron las cabezas de los grupos que participaron del desordenado y poco transparente proceso de privatización que se produjo con el fin del antiguo régimen dictatorial ruso.



Sobre esto se ha escrito. Y se ha dicho que, dadas las estructuras existentes (y también las inexistentes), en ese momento en Rusia los grupos que se hicieron de las privatizaciones fueron, en un gran número, grupos mafiosos: ex KGB ya dedicados al contrabando u otras actividades de ese tipo, trenzas de funcionarios del Partido Comunista, mafias de burócratas, asociaciones dedicadas al tráfico de armas, etcétera.



La mejor prueba de ello fue una estadística. Un artículo de hace varios años de la revista francesa L’Evenement du Jeudi contaba cómo en un año habían sido asesinados decenas de altos ejecutivos bancarios en Rusia. La explicación era simple: como sólo mayoritariamente grupos mafiosos contaban con la capacidad para adjudicarse los bancos durante la privatización, las instituciones financieras eran territorio mafioso. Las diferencias seguían arreglándose según los modos por ellos conocidos y de ahí la gran cantidad de gerentes bancarios asesinados, porque en verdad se trataba de mafiosos.



El artículo periodístico publicado en El Mercurio nada dice de esto, salvo reconocer que «las algunas veces exageradas narraciones de ilegalidad y avaricia horrorizaban a Occidente» en los años en que Boris Yeltsin estaba en el poder. Retengamos, en todo caso, el «algunas veces». La expresión dice que en ciertas ocasiones las versiones eran exageradas, por lo que en otras, no.



O sea, que la ilegalidad era algo irrefutable y probado, aunque a veces a través de «narraciones exageradas».



El punto más alto de este texto periodístico es cuando se destaca que dos economistas «de la oficina de Moscú del UBS Warburg, dicen que la historia necesita una actualización, pues la fase de apoderarse de activos, durante la transición hacia una economía de libre mercado, ya terminó». ¿Será un desliz del inconsciente? ¿O de la traducción? porque es notable la expresión «apoderarse de activos», que es bastante más dura que «adquirir», «comprar», «invertir» o «pagar» activos. En Rusia, retengamos el dato, el asunto consistió en «apoderarse» de.



El texto al que nos hemos referido llega a comparar a estos oligarcas con «los magnates de los años del surgimiento del capitalismo estadounidense», como Morgan y Rockefeller, y no sabemos si los descendientes de estos potentados se sentirán molestos por ser comparados con mafiosos rusos o porque se aventura que sus orígenes están vinculados a negocios ilegales, cosa que, por ahora, no me consta.



También se cuenta que los oligarcas rusos «se han convertido en un fuerte grupo de presión política», y ya suponemos que financian partidos, digitan parlamentarios y seguramente exigen «firmeza en la conducción» al gobierno pero hacia la dirección que ellos desean. Como no olvidamos su nacimiento, suponemos que podrían incurrir en mecanismos ilegales también en esta nueva «área de negocios».



Una línea de análisis obvio es la de buscar las coincidencias entre el proceso de privatización ruso con el chileno, también estableciendo sus diferencias y, al cabo, distinguiendo los matices de ilegalidad allá y acá. Por obvio, lo dejaremos pasar.



Sí nos detendremos en este nuevo consenso global sobre el modelo económico imperante que, tan fuerte que es, logra que desde Londres, rebotando en Santiago, se legitime, en aras del modelo, del capitalismo y del libre mercado, la introducción en los negocios de grupos que lo hicieron recurriendo a ilegalidades.



Este nuevo consenso, que mucho tiene de religión -sus dogmas; sus vaticanos y papas, como el FMI; el irrefrenable poder de la Curia, que serían las transnacionales, etcétera-, como las religiones limpia de toda falta a los conversos. Estos son, en general, los más fanáticos de la nueva fe abrazada. Será, tal vez, porque ese abrazo les garantiza borrar su prontuario, hacer humo sus papeles de antecedentes y garantizarles no tener que contestar preguntas incómodas. Buena parte de los oligarcas rusos, por ejemplo, fueron miembros del aparato del partido comunista soviético, con todo lo que eso puede significar como responsabilidad ante las barbaridades que en la URSS se cometieron. Algunos eran, al mismo tiempo, integrantes de grupos mafiosos. Mafias del aparato, de la nomenclatura o como quiera llamárselas.



Como sea, y como sea que se escriba, para el articulista -y los que comparten sus ideas- estos nuevos oligarcas rusos, cuyas ilegalidades no son refutadas al menos en varios de ellos en el período de Yeltsin (y no tocamos el tema de sus prácticas actuales), ya están libres de polvo y paja. Son actores del capitalismo y con eso basta, porque el ejercicio de los negocios parece que hoy día es el salvaconducto que libera de toda sospecha.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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