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Chile y el síndrome del Viejo Pascuero (Festival II)


Que los niños crean en el Viejo Pascuero como el personaje que les trae los regalos para Navidad podemos considerarlo como algo normal. Sin embargo, si encontráramos a adolescentes con esta misma creencia ya no nos parecería tan normal y nos haríamos preguntas acerca del grado de desarrollo mental alcanzado por ellos. Ahora bien, si esta creencia estuviera plenamente vigente en un adulto, pocos dudarían en calificar la situación como un caso patológico de retardo mental o estupidez. La gravedad de la patología aumentaría si se detectaran denodados esfuerzos de las elites de una comunidad, para que los adultos siguieran creyendo en dicho personaje de leyenda.



Aceptémoslo o no, el Viejo Pascuero de Chile es el cuento de que hemos recuperado plenamente la democracia, faltando realizar algunos ajustes, más bien puntuales y pequeños, para que responda al modelo ideal de la misma.



Lo anterior es un esfuerzo para que sigamos, como adultos, creyendo en el Viejo Pascuero porque quienes lo despliegan, nos quieren hacer creer que la democracia es lo que ya tenemos y que es poco más lo que podemos esperar a futuro en mejorías. Las mayores expectativas resultarían ser anhelos vanos, sin fundamento, casi alucinaciones.



Un planteamiento como el referido está afectado por el mayor defecto que pueden sufrir los argumento políticos: la carencia de ética. Además, es otra muestra del atraso cultural en que vivimos, pues se encuentra a años luz de las actuales formulaciones que han surgido sobre el tema. En efecto, la democracia formalizada en una norma legal es la puerta de inicio para la construcción de una democracia real. Nuestro país, aun en este nivel tan primario, tiene hoyos negros porque la Constitución vigente no es plenamente democrática. Por otra parte, no basta con tener elecciones periódicas para decir que hay democracia. La Historia ha demostrado hasta la saciedad que las elecciones no son sinónimo de ella. También han existido por miles los tiranos elegidos.



La democracia es un sistema de convivencia éticamente fundado, que descansa en el respeto recíproco de los diferentes integrantes de un país. Cuando vemos que los excluidos del sistema socioeconómico imperante, condenados a soportar condiciones de vida que se apartan de toda decencia, suman millones, como resultado de ser Chile un país con una de las peores distribuciones del ingreso en el mundo. Cuando observamos que quien nace pobre no tiene la menor esperanza de salir de ella, como lo indican los miles de jóvenes de barrios populares que abarrotan las cárceles del país, no podemos concluir, salvo que fuéramos ciegos, que lo existente hasta ahora es una democracia efectiva. Toda forma de exclusión del otro de los frutos de un régimen socioeconómico es contraria a la democracia porque lo niega. Es decir, la exclusión que conduce a la pobreza a millones es una conducta antidemocrática que se funda en la violencia involucrada en la privación de los derechos humanos más básicos para una vida decente y plena.



Solucionar en consecuencia los serios problemas de pobreza y sus secuelas de violencia delictual, drogadicción y desesperanza aprendida que afectan a millones de chilenos, depende estrechamente de nuestra capacidad como sociedad de extender hacia ellos la democracia, esto es, de tratarlos democráticamente, teniendo muy en claro que no hay desarrollo sin democracia, según lo ha probado la historia del Siglo XX, hasta el cansancio.





* Analista político
** Abogado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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