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La herencia yacente


En la mitología popular del siglo XX este era un tema más que atractivo, y creo que aún convoca a muchos tinterillos a indagar en archivos judiciales y notarías los antecedentes relativos a estas herencias sin herederos, un porcentaje de las cuales pasa al denunciante y el resto engrosa las arcas del Estado, o el Fisco como se conoce a la voracidad estatal. Otros mas pillos inventan seudo-herederos para quedarse con toda la herencia. El siglo XX fue rico en esos ejemplos, hechos inclusive por respetables abogados que lucraron de la muerte de ciudadanos franceses en la I Guerra Mundial.



Pero mi atención se dirige a un hecho menos material; en estos días de fuerte recuerdo del aniversario número 30 del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, las imágenes dejan ver cada vez con mayor claridad la iniquidad y bestialidad del crimen que se cometió. La mayor parte de los relatos se centran en la figura del ex presidente Allende y su sacrificio que es, precisamente, el que permite hoy, después de 30 años, reivindicarlo en lo que hace inclusive a los aspectos formales de la legalidad existente a partir de la Constitución de 1925. A su lado, y no detrás, aparece un país viviendo un proceso de cambios vertiginoso, fuertemente resistido por una minoría y grandemente apoyado por una mayoría sino evidente, cuanto menos creciente.



La inédita entrevista del cineasta italiano Roberto Rossellini, para nada comunista y sí vanguardista artístico de primer nivel, termina por desnudar la vieja y manida contradicción entre el revolucionario y el demócrata. El que murió en La Moneda fue un demócrata, abandonado por los revolucionarios y aplastado por los reaccionarios. Por tanto lo que falleció junto con él, fue la democracia entendida en todas y cualquiera de sus acepciones, habida cuenta de las imperfecciones que tenía la nuestra, esta chilena, que había facilitado, permitido y hasta estimulado el proceso de cambios que se había iniciado en la década de los 60.



Luego comenzó el largo proceso de debate teórico sobre lo mismo. Las fuerzas sociales y los partidos asumieron distintas vías y tácticas para llegar, en 1990, a derrotar por la vía electoral a la dictadura que se había instaurado con el Golpe.



Naturalmente, las fuerzas eran desiguales toda vez que algunos fueron más o menos golpeados por la represión que vemos con mayor nitidez a la luz de las recordaciones que, ahora, se hacen de aquellos funestos días.



De esos recuerdos abyectos de tortura, locura desatada e insana, queda claro que la represión y el Golpe mismo tuvieron un objetivo político que iba bien mas allá de la pura eliminación de Allende y su Gobierno. Se intentó y en casos se logró, aplastar el movimiento popular, no entendido como la expresión de la llamada izquierda, sino todo el movimiento popular, es decir cualquier cosa que representara a la sociedad chilena; no solo sindicalismo o militancia política, sino arte, cultura, vida, etc.



El argumento que usan hoy para justificar las acciones criminales, es lo mas parecido al matón de barrio que después de un crimen alega «legítima defensa» e insisten en planes y papeles secretos que serían la diabólica invención de la UP para conquistar el poder total y eliminar la democracia.



Esto que afirmo nada tiene que ver con la presunción arbitraria de que el gobierno de la UP fue el mejor que haya jamás tenido Chile. Menos aún con desconocer el hecho que aquel proceso de cambios, por noble que fuera su inspiración, se dio en medio de la maraña siniestra de la Guerra Fría.



Lo concreto y real es que los asesinos fueron ellos y punto.



Pero… y de Allende, de los campesinos con tierras, de los jóvenes participando, de los sindicatos con voz y voto, del proceso de cambios, ¿no quedó nada? De los partidos políticos y sindicatos plenos de militancia, iniciativa, participación, nuevos modelos valóricos, ¿tampoco quedó nada?



Da la impresión que se quiere hacer con toda esta etapa de nuestra historia otra operación mañosa; reduciéndola a mero dolor después de la caída, se la empequeñece y se la transforma en la clásica clericalada que, por la vía de la confesión, se auto absuelve de maldades que no tienen ni tendrán perdón de Dios.



Que la salida haya sido consensuada por las cúpulas políticas y se haya pasado a esta curiosa etapa en que se reemplaza al personal militar en el gobierno por otro civil y adversario, manteniendo lo esencial de las estructuras de la dictadura, está yendo mas allá de una pura táctica, para devenir en estrategia.



Me recuerda un poco el fin del laicismo radical, cuando invocar a Pedro Aguirre Cerda era para sacar aplausos, mostrando el santito, pero haciendo exactamente lo contrario de lo que había dicho y hecho el gran maestro radical.



Esto es lo penoso y vergonzante de este 30° aniversario. Que por la vía de la justicia penal se quiera borrar todo un pasado que no se quiere recuperar ni siquiera como noción. Esto es lo que yace de la herencia de Allende, de los partidos de aquella época, de los intelectuales y creadores, de la sociedad civil toda, que ha renunciado a la idea de la libertad, ergo de la democracia, para competir en terreno ajeno, con valores de otros, en pos de las quimeras que creó la sociedad de consumo, el individualismo y sus armas como la traición y el arribismo.



Que duda cabe que esto le sirve a los que ayer fueron golpistas y hoy se proclaman demócratas. Lo inaceptable es que haya habido demócratas que estuvimos con Allende y que en la autocrítica de los ex totalitarios, tengamos que incorporarnos al carro neo liberal Ä„porque sí!



¿Puede resumirse toda esa última etapa de la institucionalidad chilena tan solo con la enumeración y denuncia de los crímenes y de las violaciones de los derechos humanos?



Ä„Claro que no! Como tampoco puede seguirse llamando a «reconciliación» al modo clerical, sin antes haber recuperado esa parte de nuestra historia que es otra herencia yacente.





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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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