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La educación para competir en la globalización


Resultaba del todo paradójico que mientras el Ministro Bitar anunciaba al mundo su proyecto estrella de fortalecer la educación bilingüe, paralelamente se repartían 250 mil textos de inglés con las peores referencias a las figuras patrias. La afrenta se habría cometido en un recuadro donde, a modo de ejemplo, se transcribía textualmente un chat de internet entre estudiantes chilenos. Ellos, además de hacer las referencias a los próceres, mantenían una conversación absurda, mal escrita y con una pésima ortografía. Más allá de lo cómico de la experiencia, quedaba nuevamente de manifiesto la lógica absurda que prevalece actualmente en las prioridades educacionales del ministro.

El hecho que Sergio Bitar haya convertido el aprendizaje del inglés en una de las prioridades de su gestión, demuestra el nivel de desconexión de nuestras autoridades con la realidad chilena.

Los reportes internacionales lo ponen de manera clara y cruda: según el informe de la OECD, más de un 80 por ciento de los chilenos, entre 16 y 65 años, no tiene el nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy. Asimismo, el 50,1 por ciento de la población adulta no entiende lo que lee. Por otra parte, el Informe Internacional PISA 2003 demuestra que tampoco son una esperanza los jóvenes, pues el 50 por ciento de los estudiantes chilenos de 15 años tiene altos niveles de incapacidad lectora. Estas cifras muestran la dimensión de las actuales falencias en educación. Asimismo, reafirman que insertarse en el proceso de globalización no pasa por comunicarse en inglés, sino por acceder a una educación decente.

Al respecto, se vienen planteando un cúmulo de soluciones acotadas, pero ninguna apunta a la raíz del problema que aqueja al sistema educacional: con los actuales niveles de gasto público es imposible alcanzar una educación que permita al país competir en un mundo cada vez más globalizado.

Desde que empezara la Reforma Educacional, en 1996, lo único que se ha hecho es aplicar soluciones «parche» a un problema que tiene una raíz mucho más profunda, demostrando el simplismo de la política pública. El problema de fondo de la educación en Chile son los enormes niveles de desigualdad y marginación social.

Diversos estudios a nivel internacional demuestran de forma contundente que la variable que más determina el desempeño educacional del estudiante es su nivel socioeconómico. Y en Chile esta situación está totalmente a la vista. Basta detenerse en algunas cifras para dar cuenta de ello. Los resultados entregados por la PSU indican que de los 200 colegios de puntajes más altos, sólo 5 de ellos son municipalizados y pertenecen a las comunas de Santiago y Providencia, exclusivamente.

Para mejorar esta situación se requieren políticas estructurales que atiendan la desigualdad social o, en su defecto, políticas educacionales que hagan una diferencia sustancial en la vida de los estudiantes.

Los esfuerzos que se han realizado son un avance, pero con los actuales niveles de gasto es imposible generar un cambio de verdad. Hoy día en Chile existen 3,6 millones de estudiantes, de los cuales sólo 300 mil van a establecimientos particulares. El gasto promedio anual en estos alumnos alcanza a US$2.772, mientras que el gasto público en los restantes 3,3 millones de alumnos, es de apenas US$600 anuales.



Efectivamente se requieren políticas estructurales y de largo plazo para atender el problema de la desigualdad social en Chile y, por cierto, un país pobre como el nuestro debe hacer todos los esfuerzos para que sus políticas sean lo más eficientes posibles. Sin embargo, los niveles actuales de gasto en la educación pública hacen imposible implementar cualquier política razonable y, mucho menos, generar las condiciones para ofrecerles una oportunidad a estudiantes que ya vienen con desventaja por su realidad social. Los esfuerzos del Ministro Bitar deben orientarse a lograr que el gasto en educación pública se acerque a la educación privada. Cualquier otra política es demagógica.





*Rodrigo Pizarro es director ejecutivo de la Fundación Terram.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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