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Tortura, memoria y locura

Si bien el olvido es parte de la vida, el recuerdo lo es también y para ello irrumpimos en el espacio construyendo memoriales; hurgamos en el tiempo escribiendo la historia; dejamos testimonio elaborando documentos; contamos nuestras historias biográficas y nacionales y nos proyectamos al futuro a partir de lo vivido y así recordado.



La Comisión Nacional sobre la Detención Política y la Tortura, presidida por monseñor Sergio Valech, dará a conocer esta semana su informe. Ante nuestros ojos desfilarán más de treinta y dos mil casos de aplicación de electricidad, abusos sexuales, violaciones con animales, fusilamientos disimulados, tortura de familiares para presionar a los detenidos, quemaduras, inmersión en agua, etc. Ya supimos acerca de los más de tres mil muertos y detenidos desaparecidos a través del Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación presidida por el jurista laico Raúl Rettig. Un nuevo trago amargo se aproxima hasta provocar la náusea.



Ante la magnitud e intensidad de la práctica de la tortura bajo el régimen militar que describe el informe, el Ejército de Chile acaba de tomar «la dura pero irreversible decisión de asumir las responsabilidades que a la institución le caben en todos los hechos punibles u moralmente inaceptables del pasado». La Guerra Fría lo habría introducido en una vorágine de acontecimientos que radicalizaron a todo el país, sin embargo declara que ello no excusa las violaciones a los derechos humanos. No se trata de palabras vanas, pues producirán dolorosas consecuencias públicas, políticas, penales y pecuniarias. Sin embargo, seguir sosteniendo que se trataba de abusos individuales era imposible. Además se unía a ello el deber patriótico de allanarse a esa «verdad que libera y trae paz a los espíritus».



El informe molestará pues los chilenos no queremos, en general, hablar de estos temas. Los chilenos creemos en un 66,5% que «son más las cosas que nos separan» que las que nos unen; en un 55,2% estimamos que las diferencias son un obstáculo a la unidad del país, no su riqueza y diversidad; y un 50,3% sostenemos que hablar del pasado deteriora la convivencia entre los chilenos (PNUD – Chile 2000). Mal que mal, somos una nación política y socialmente dividida y que teme volver a la polarización del pasado que destruyó a la tercera o cuarta democracia más antigua del mundo. Se nos dice que jamás podremos «dar lugar a lo nuevo» si vivimos obsesionados con el pasado, convertidos en estatuas de sal que observan eternamente el pasado. No restañaremos jamás nuestras heridas, si vivimos hurgueteando en ellas. Si los hijos de las víctimas siguen reclamando venganza, no habrá jamás paz pues los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana, y así sucesivamente.



Pobres de nosotros si nuestra psiquis personal jamás pudiese olvidar nuestros pecados cometidos, los errores realizados y los fracasos vivimos. Tal hipermnesia, rememoración permanente y total, nos llevaría a la locura paranoica. Por eso es mejor olvidar incluso los agravios, para no vivir en el resentimiento, la autoestima herida y la ira contenida. Los pueblos de derecho escrito y romano decretan que transcurrido un plazo prudencial prescriben los delitos, se consolidan las propiedades adquiridas en forma impropia, se indultan las penas y se dictan leyes de amnistía pues las naciones necesitan también una reparadora amnesia. El perdón es justamente un don.



Sin embargo, ¿por qué abrir el libro sagrado de cristianos y judíos con el asesinato fratricida de Abel a manos de Caín? Seguramente es para obligarnos a recordar que el hombre es capaz de lo peor: matar a su hermano. ¿No somos todos hermanos a la luz de esta verdad revelada? Por ello el olvido va de la mano de la memoria. Porque hay cosas que no se deben olvidar y delitos contra la humanidad que no pueden prescribirse, indultarse o amnistiarse. Si bien el olvido es parte de la vida, el recuerdo lo es también y para ello irrumpimos en el espacio construyendo memoriales; hurgamos en el tiempo escribiendo la historia; dejamos testimonio elaborando documentos; contamos nuestras historias biográficas y nacionales y nos proyectamos al futuro a partir de lo vivido y así recordado. Un 75,6% de los chilenos cree que el pasado ayuda a construir el futuro pues «no hay mañana sin ayer».



La comparencia del victimario ante la opinión pública y frente a su víctima, vuelve las cosas a su lugar. La víctima es enaltecida y ennoblecida, al ponerse en la situación ya no de denigración sino que de sujeto digno de derechos. La sociedad vuelve al pasado para decir el derecho, hacer justicia, reparar el mal hecho, reestablecer las cosas en su orden natural: todos las personas nacen libres e iguales ante Dios y los sociedad de los hombres. Por el contrario a los asesinados, el olvidarlos es volverlos a matar en cierto sentido, manteniendo la victoria sangrienta del homicida. El torturado que no puede decir su verdad que siente como infamante, ¿no es vuelto a ser torturado en una forma más sutil?



Un perseguido por nacionalsocialismo y militante de la memoria del Holocausto, Elie Wiesel, en el libro «¿Por qué recordar?», termina invitándonos a escuchar una bella historiada hasídica. Un gran maestro, el rabino Nahman, cuenta que una rey leyó en las estrellas que todos los que comieran de la próxima cosecha, cosa que era inevitable, se volverían locos. Llamó, entonces, a su consejero y le dijo: «Durante todo este tiempo, mientras todos nos volvamos locos, tú comerás la buena mies. En esta forma, tú serás el único que de ir de ciudad en ciudad, de calle en calle y de casa en casa gritando con todas tus fuerzas: ‘Buenas gentes, no olvidéis que estáis locos». Eli Wiesel nos explica que es eso justamente lo que él ha intentado decirle a un mundo inhumano: «Mundo, no olvidéis que es locura matar, que es locura odiar. Conjurar con toda la fuerza creadora del hombre para transformarla en mal, en crueldad, es locura. No lo olvidéis, se trata de vuestra vida».



Chile debe ser conmocionado moralmente por el Informe de la Comisión Nacional sobre la Detención Política y la Tortura. Sería así un acto de recuerdo doloroso pero justo e imprescindible.



Sergio Micco Aguayo, Director Ejecutivo del CED.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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