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Integración sí; neoliberalismo no

El Foro Asia-Pacífico es una de las expresiones de la globalización neoliberal, la cual pretende hacer de todo el planeta un solo gran mercado autorregulado por «leyes» económicas.


La relevancia de la reunión de la APEC en Chile, se nos dice desde el mundo «oficial» —partidista, empresarial, tecnocrático y mediático—, radicaría en que nuestro país será anfitrión de las «economías» más grandes de la cuenca Asia-Pacífico. Junto a ello, el evento sería importante de por sí al promover y potenciar el libre comercio.



Lo que no se dice es que esa preeminencia de lo económico implica que en esta reunión los países en sí no juegan más que un papel secundario como dispensadores de recursos, sean humanos o naturales. Lo mismo los ciudadanos en tanto tales, pues su valía deviene de su calidad —o más bien posibilidad— de consumidores. Por su parte, al materializarse el libre comercio por medio de tratados, las naciones pierden soberanía al establecerse jurídicamente la autonomía de los negocios, por lo que los marcos legales internos quedan impotentes para proteger a sus propios pueblos de los agentes económicos.



Lo anterior deja en evidencia el contexto ideológico en que nace la APEC y desarrolla su quehacer. El Foro Asia-Pacífico es una de las expresiones de la globalización neoliberal, la cual pretende hacer de todo el planeta un solo gran mercado autorregulado por «leyes» económicas. He ahí el problema de fondo. Oponerse a la APEC pasa por un rechazo al neoliberalismo, a la práctica comercial y marco político-jurídico a que da lugar.



El neoliberalismo es «una concepción puramente económica de la persona humana, un sistema que tiene como únicos parámetros la ganancia y la ley del mercado, en detrimento de la dignidad y el respeto debido a los individuos y los pueblos». Por el sistema neoliberal «los pobres se hacen más numerosos y son víctimas de políticas y estructuras injustas». Estas palabras no son de ningún rabioso radical o de algún izquierdista melancólico; por mucho que nos pueda sorprender, son de Juan Pablo II. En términos generales, pero no por ello menos acertados, ése es el marco en que se fundamenta la globalización neoliberal como globalización de los negocios. No es una integración política, ni mucho menos cultural de las naciones y pueblos.



Sobre ese tipo de globalización y sus resultados, se puede acudir a un documento que creemos tampoco puede ser caratulado de tendencioso: la declaración de los obispos del Canadá en 2001 sobre su experiencia con el TLC firmado en 1994 entre ese país, Estados Unidos y México. Ellos advierten, entre otras cosas, que dicho tratado dejó impotentes a las leyes nacionales en puntos tan relevantes como la legalidad ambiental y la salud de los ciudadanos: se han dado varios casos en que las autoridades han perdido juicios, por atentar contra el libre comercio y afectar ganancias de empresas, ante la importación comercial de materiales contaminantes o de deshechos. Asimismo, a la par de crear más riqueza que se concentra en un pequeño grupo (o exportarla), el TLC deprimió la industria nacional, aumentó la cesantía y el subempleo. Es decir, luego del tratado los pobres son más y más pobres.



Lamentablemente esas advertencias, que iban dirigidas precisamente a América Latina, casi ni se conocieron en Chile. Y aún esperamos algún comentario de la Conferencia Episcopal Chilena respecto a tales prevenciones. Incluso alguna opinión sobre el neoliberalismo imperante en el país o sobre los TLC firmados tampoco se ha manifestado con la fuerza que el caso requiere (la «opción preferencial por los pobres» del Vaticano II pareciera olvidada ante la hoy arrolladora «opción radical por los ricos»).



Lo que se sabía ocurriría con los TLC y la globalización neoliberal, lo comprueba la experiencia descrita por los obispos canadienses. Por algo en Chile, desde la dictadura a la fecha, para competir en los mercados mundiales se viene sacrificando a las empresas nacionales y con ello a los trabajadores chilenos. A pesar de que el resultado de tal política se puede ver en los altos índices de cesantía y en la nula redistribución de la riqueza, se le sigue dando opio al pueblo y manteniéndolo en la torre de marfil de la fatua vanidad de ser señalados como un ejemplo económico para el mundo.



Curiosamente, nuestros «expertos» toman como fin en sí y predican como un principio (de fe) el libre comercio. Por su falta de conocimiento histórico no saben que es simplemente una medida circunstancial. Tanto Inglaterra como los Estados Unidos, promotor antaño y en la actualidad respectivamente del libre mercado, desarrollaron y consolidaron sus economías en base al proteccionismo. Una vez que sacaron todo el provecho posible de él y vieron en el libre comercio una herramienta para beneficiarse en su nuevo estado económico, lo adoptaron y recomendaron como panacea y dogma (y hasta lo impusieron por la fuerza).



Cualquiera que quiera el bien de su país, de todos sus miembros, sería más cauto respecto al libre comercio. Es casi de sentido común. Es más, se puede citar a un entendido en estas cuestiones que ante ciertas circunstancias (como la conveniencia nacional) recomienda tener cuidado ante el libre mercado. La siguiente cita es nada menos que del «padre» de tal sistema, Adam Smith:



«La razón exige que entonces la libertad de comercio sea gradualmente restablecida [luego de una disputa arancelaria], pero con mucha reserva y circunspección. Si se suprimieran de golpe los impuestos y prohibiciones, podría ocurrir que invadiesen el mercado tal cantidad de géneros [de productos] extranjeros de aquella especie, más baratos que los nacionales, que muchos miles de gentes se vieran a la vez privadas de sus ganancias y de su modo de subsistir»



Finalmente debe quedar claro que el oponerse a la globalización neoliberal, no es un rechazo a la integración de los pueblos en igualdad de condiciones. Tampoco a la realización de intercambios comerciales en sí o a la firma de tratados económicos. El rechazo más categórico es a la integración de las élites para imponer un sistema que beneficie a un pequeño grupo privilegiado dentro de cada país. Y todo indica que la reunión a puertas cerradas de la APEC va en ese camino.



(Para información sobre el Foro Social Chileno a realizarse paralelamente a la Apec, ver: www.forosocialchileno.cl)



Andrés Monares. Antropólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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