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Cumbre federalista: el silencio de Chile


No pudimos dar cátedra los chilenos y tampoco nos invitaron a exponer en la sede del Parlamento Europeo, en estos días gélidos de comienzos de marzo en Bruselas. Tan sólo, «los alumnos brillantes que cumplen sus tareas», condenados a escuchar y aprender de las experiencias federales y de las «unitarias descentralizadas», porque como bien dijo el catalán Borrel, Presidente del Parlamento Europeo, «España es unitaria y su descentralización es cosa seria». No pudimos, con todo, dejar de pensar, que nuestros ideólogos de la no-reforma, habrán dicho que los chilenos damos cátedra de «seriedad», baja corrupción relativa y economía creciendo, precisamente porque tenemos un «estado central fuerte y ordenado», alejado del caos de los «caudillos territoriales». Pura ignorancia y ceguera, mientras otros avanzan con más desarrollo, «diversidad convertida en armonía» y una democracia que se oxigena en niveles de autonomía territorial, con todos los controles del caso.



El propio Rey inauguró la Tercera Cumbre Mundial del Federalismo ante medio millar de delegados de todo el mundo. El Rey belga, de flamencos y francófonos, así como de la minoría germano-parlante, que celebraba un nuevo aniversario de las reformas federales de su Constitución Democrática, donde su compleja democracia consociativa-aquella de grandes poderes para sus comunidades y territorios-, es símbolo de estabilidad en el más maravilloso sistema proporcional que provocaría taquicardia a los reyes del binominalismo, el centralismo y el autoritarismo institucional.



La cumbre rompió todos los mitos e incorrecciones chilensis, mientras la pequeña delegación criolla encabezada por Enrique Von Baer -ex rector de la UFRO y Pdte. Del Consejo Nacional para la Descentralización-, con la periodista Tamara Avetikián y el ex ministro Carlos Mladinic, cruzábamos miradas de complicidad para dardos bien dirigidos al país «interesante» del extremo sur, que sin embargo, no se atreve a dinamizar sus regiones para avanzar en una economía con mayor cohesión social e integración social y cultural:



1.- El Mito de que lo federal no es para países pequeños y homogéneos.



En Chile se piensa que el sistema federal (regiones con competencias claras en competitividad territorial, impuestos o parte de ellos propios y autoridades electas por el pueblo) es sólo para grandes países (EEUU, Brasil, India) o pequeños con serios conflictos étnicos-linguísticos-religiosos donde la «federación» es la única salida a la «cuestión nacional» (Canadá y su rebelde Québec, España y sus autonomías, la propia Bélgica con sus nacionalidades holandesa y francesa).



Es más, se debatió largo acerca de cómo el mundo explora la «solución federal» para países desgarrados por el conflicto como Sudán (musulmán y cristiano), Sri Lanka (hinduista y Tamil) o la pequeña isla de Chipre (griega y turca). Pero no sólo el federalismo es para países grandes o medianos-pequeños en conflicto. Uno a uno fueron exponiendo países desarrollados con fuerte autonomía regional o abiertamente federal que tienen menos habitantes que Chile y bastante mayor homogeneidad (en Chile los indígenas son un millón): Austria, Nueva Zelanda, Noruega y Suecia, por nombrar algunos. Pero a los chilenos nos encanta hablar de la libertad económica y la inversión en ciencia y tecnología de los neocelandeses, pero no de sus regiones fuertes y democráticas; o nuestra izquierda apela al Estado de Bienestar de los países Escandinavos de un «Estado fuerte», pero omiten que en dichos países el pueblo elige a sus gobiernos regionales y que estos administran en torno al 25% de los recursos (sin contar los municipios), mientras en Chile los recursos autónomos de las regiones apenas alcanzan el 4%.



2.- El Mito del Federalismo como caos e irresponsabilidad fiscal.



En los clichés de nuestras élites se suele caricaturizar la crisis argentina a la cuestión federal por el endeudamiento de algunas de sus provincias, escondiendo que muchas fueron bien administradas y que la paridad o los principales hechos de corrupción fueron inventos del Gobierno Central. Lo enfatizaron muy bien los representantes de Canadá, Austria y la India: federalismo es responsabilidad en el cobro y el buen uso de los impuestos, control del endeudamiento, límites a los gastos de Gobierno y adecuada ejecución de las políticas para evitar paralelismo.



3.- El mito del federalismo como desintegrador nacional.



Todos los presentes se reirían cuando algunos de los nuestros levantan visiones apocalípticas porque los pascuences quieren cobrar un impuesto turístico, los mapuches crear municipios o los atacameños ampliar sus competencias (y vaya que lo han hecho bien en sus parques, termas y sitios patrimoniales). El desarrollo ama la diversidad convertida en tesoro «nacional», de lenguas, costumbres, tradiciones, productos, fiestas. Saben que eso es motor cultural, de autoestima, de identidad, felicidad y lazos comunitarios por la vía de sistemas federales democráticos.



4.- El mito del egoísmo de las regiones ricas.



No sabemos que en todos los sistemas federales hay redistribución a las regiones rezagadas y que eso se hace en serio y sin paternalismo castrante del emprendimiento autónomo, como sí lo provocan los sistemas centralizados como el chileno que dictan leyes de zonas especiales y un paquete de prebendas, sin nunca devolver impuestos y hacer a la gente elegir autoridades, para que ellos mismos dinamicen sus macroterritorios más allá de los municipios. De hecho, toda Europa apoya a las treinta subregiones nacionales que están bajo el 75% del promedio de salarios comunitarios. Pero cada región debe hacer lo suyo y no esperar todo del fondo social asistencial central, el nuevo presidente «nacional» o la visita del «ministro central».



5.- El mito de la igualdad por la vía Estado central.



Chile ya sabe que sus dos principales problemas para superar la brutal desigualdad es mejorar la educación y tener redes proactivas de fomento productivo que nos saquen de las meras materias primas y que permitan las regiones compitan por empleos dignos. Pero acá, el reino de la homogeneidad, nos quedamos sólo con municipios pequeños que a duras penas administran sus escuelas, con un Estado central que genera las expectativas de los «programas nacionales» y unos gobiernos regionales que se abocan sólo a la infraestructura mediana para el desarrollo en escuelas, caminos y postas. El «mundo desarrollado» da a los gobiernos regionales el papel esencial de articular y poner en movimiento asociativo el capital social de sus territorios, que hacen apuestas, innovan desde sus ventajas, crean asociaciones público-privadas y desatan la creatividad de sus habitantes.



Haremos reformas a mercados de capitales y laborales, nos polarizaremos en las elecciones nacionales, buscaremos salvadores y seguiremos en el más absoluto subdesarrollo político. Pero la política democrática desarrollada es cosa seria y Chile debe ir a elegir sus gobiernos regionales, devolverle impuestos (como algo se logró en la reciente negociación sobre el royalty minero) y dejarlos inventar su futuro. Al menos, Soledad Alvear- aunque su partido vetara las reformas regionales del Presidente Lagos-, ha puesto el tema en el debate. Y Michelle Bachelet afirma que está, al menos, por elegir consejeros regionales y celebra cabildos con sus principales líderes sociales y empresariales. Lavín, en lo suyo, recorre las regiones con saco de dormir y apoya todas las agendas…Muy poco para llegar a la Cumbre Mundial Federalista del 2008 en la India, con un Chile más equitativo y menos subdesarrollado políticamente.



Esteban Valenzuela Van Treek es diputado del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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