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Imperio y neoliberalismo: el modelo de Thomas P.M. Barnett


La administración Bush ha adoptado tres medidas, sin vínculos aparentes entre sí, pero que se inscriben en la misma lógica, puesto que son piezas del mismo proyecto geopolítico global del Imperio (1). Dos de ellas tienen un impacto directo para América Latina.



La de alcance más bien estratégica, fue el nombramiento del general de la Fuerza Aérea, Michael Hayden para dirigir la CIA y controlar con mano férrea las 15 instituciones implicadas en la inteligencia. El nombramiento se produjo después de la repentina renuncia de Porter Goss tras rumores de escándalo.



El oficial de la rama aérea Hayden, según el cotidiano USA Today, estuvo a cargo de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) cuando ésta recibía -para vigilar a los ciudadanos- informes secretos de las llamadas telefónicas al extranjero de millones de norteamericanos.



Cabe agregar que ya no es el director de la CIA quien informa al Presidente, sino John Negroponte, neoconservador notorio, eminencia gris de la contrainsurgencia, con experiencia en la guerra sucia en Honduras en los ’80 y ex procóncul en Irak. Negroponte es el DNI (director de la seguridad), responsable de coordinar las 15 agencias del área.



Las tres medidas fueron tomadas en un contexto de pérdida de control, de masacres injustificadas de inocentes y de guerra civil en Irak; de descontento creciente de los ciudadanos norteamericanos; de reciente movilización del Poder Latino, y de clima preelectoral. Cuadro al que se agrega un factor de irritación para la potencia, según La Jornada de México: «la clara tendencia de gobiernos latinoamericanos democráticamente electos a rescatar su soberanía y recursos nacionales para canalizarlos al desarrollo económico y social».



En la escena política interna estadounidense, los republicanos, temerosos de una rotunda derrota ya no dudan en torpedear a Bush desde la derecha. Éste se ha convertido en el presidente más impopular de la historia después de Nixon.



Pese a todo, las medidas de la actual administración en el ámbito estratégico de la ‘seguridad nacional y militar’ corresponden a una visión y finalidad sistémica.



La segunda decisión presidencial, aprobada por el Congreso, fue el próximo envío de 6.000 soldados de la Guardia Nacional, la misma que combate en Irak, a patrullar la frontera de 3.500 Km con el país latino y a construir un muro dotado de las últimas tecnologías de detección para impedir los flujos de inmigración del sur. El monto -según el New York Times- que el presidente pide al Congreso, para tales efectos, es de 1.950 millones de dólares.



La última medida significativa fue la suspensión unilateral por parte de EE.UU. de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Ecuador. Medida adoptada después que el gobierno de Quito anulara el contrato de explotación petrolera de la sociedad estadounidense Oxy, «privándola de la explotación de 100.000 barriles de bruto por día en la región del Amazonas», según la periodista Gabrielle Renz, de la AFP.



Nada nuevo bajo el sol, dirán algunos. Actitud que no considera que el intento por aprehender los movimientos imperceptibles que tejen la trama del siglo ayuda a actuar con más eficacia sobre ella. Tras el objetivo de proteger la libertad para continuar la lucha por la emancipación.



Porque los gobiernos pasan, pero el Estado Imperial y las estrategias globales de dominación de las elites perduran. En efecto, ellas modelan por bastante tiempo la configuración de los conflictos, no sólo en el ámbito militar sino también en lo político, social y económico y diplomático.



Los pliegues del debate estratégico



Varios autores, entre los que destacan el constitucionalista y crítico norteamericano David Cole y el investigador canadiense David Grondin insisten en el hecho de que la acentuación de un proceso de militarización del Estado norteamericano, esconde el vínculo estrecho entre ésta y la expansión de las fuerzas de la globalización neoliberal.



En forma paralela y desde fines de la Guerra Fría, se dan intensos debates dentro de la comunidad estratégica norteamericana para definir cuál es el arma de los tiempos. Y sobre una estrategia militar y de seguridad global que sea al mismo tiempo una ‘geopolítica neoliberal’.



David Cole insiste en el aspecto histórico e institucional de la potencia. Los EE.UU. disponen desde 1798 de una ley (Enemy Alien Act) donde se estipula que «todo enemigo extranjero» proveniente de un país en conflicto» puede ser detenido sin orden judicial. Ésta legislación ha atravesado los siglos y nunca ha sido abolida. Ella permitió encerrar en campos de detención a la comunidad japonesa durante la 2a. Guerra Mundial. Sin olvidar la Doctrina Monroe (1823) que prefigura el unilateralismo imperial.



Más tarde, en 1942, F.D. Roosevelt invoca «los poderes del ejecutivo en tiempos de guerra» y logra someter bajo un mando férreo al Congreso y a la Corte Suprema. La palabra mágica, para lograr que los otros poderes se inclinen ante el ejecutivo, es ‘Comandante en Jefe’, afirma David Cole.



El edificio jurídico norteamericano según el constitucionalista, reposa sobre el concepto de «Guerra», defendido con uñas y dientes por los republicanos. Concepción que recuerda la de Carl Schmitt, teórico del nazismo. John Carafano, del poderoso centro neoconservador, The Heritage Foundation, insiste en la importancia del concepto de guerra al afirmar: «Fue al comienzo, ya en 1947, que ganamos la Guerra Fría. Nos dijimos: durará el tiempo que sea necesario, pero nosotros no cambiaremos». El tono, en estos casos es siempre triunfalista y el instrumento privilegiado de la política exterior es la guerra.



Es el mismo tono y contenido recientemente utilizado por el presidente Bush en su discurso de la semana pasada ante la Academia de Guerra de West Point: «Nunca daremos marcha atrás, nunca nos daremos por vencidos, y nunca aceptaremos nada menos que una victoria total».

El otro hito clave en la historia de la constitución del poder del Estado norteamericano es la promulgación de la Ley sobre la Seguridad Nacional de 1947. Cuando los EE.UU pasan de un ministerio de la Guerra al de la Defensa.



Es el momento de la creación de una red civil de la defensa y de la seguridad nacional. Los famosos Think Tanks financiados en un comienzo con fondos públicos y privados, serán el lugar donde académicos, burócratas y especialistas en cuestiones militares y de seguridad trabajarán conjuntamente en producir pensamiento estratégico. A quienes lo hacen en la poderosa e influyente, Rand Corporation, ligada a la rama aérea, se les llama «intelectuales de la gobernanza estatal» (intellectuals of statecraft).



La elite de la seguridad nacional es la categoría de individuos que se encuentran en las más altas esferas del poder o que tienen una influencia directa sobre ellas. David Grondin afirma: «Son estos profesionales de la seguridad los que tienen el saber/poder, debido a su pertenencia a la elite, de transformar los problemas y de definir los desafíos y las amenazas internacionales que debe afrontar el Estado».



Es ya un lugar común afirmar que desde el 11/S 2001, con una rapidez desconcertante, el ‘Terrorismo Global’ ocupó el primer lugar en el ranking de las amenazas globales de los estrategas estadounidenses. La percepción de la amenaza permitiría la ‘construcción del enemigo’ en la nueva guerra; la Guerra contra el Terrorismo.



La construcción del enemigo



En su artículo publicado en la edición del mes de abril de la revista, Études internationales, de la Universidad Laval, Grondin, define así su propósito de investigador; contribuir a una «toma de consciencia del discurso del Estado central norteamericano que busca convertirnos en cómplices de las acciones violentas y militares de los EE.UU. puesto que allí se banaliza la violencia en las relaciones internacionales».



Para el investigador canadiense, la función de la «Guerra Contra el Terrorismo» es construir de manera permanente la amenaza. Ésta se cristaliza en el ‘Otro’ y así se reactiva de manera constante la necesidad de hacerles la guerra. Los medios de comunicación actúan de amplificadores discursivos con apoyo de analistas e imágenes. Los juicios a los supuestos miembros de Al Qaeda, son un ejemplo.



El discurso del peligro es la condición de existencia misma del Estado. La identidad se forja en prácticas que construyen el ‘Otro’ y lo criminalizan.



El punto central del análisis son sus reflexiones sobre la «cartografia» o mapa del mundo diseñada por los estrategas estadunidenses. «La cartografia es una representación territorial pero también mental del mundo que organiza la incertidumbre y la amenaza identificando el peligro. Un mapa geopolítico del mundo es una representación mental que codificada en un pensamiento estratégico entrega nuevas significaciones militares y económicas», explica el especialista.



Las aprensiones de amenazas y los desafíos identificados por el discurso estratégico codificado en los llamados ‘Libros Blancos’ (documentos sobre estrategia) constituyen el corazón de los escenarios de guerra y conflictos de violencia política. Estos esquemas de pensamiento enseguida se transforman en realidad cuando las estrategias son utilizadas como guía de acción política. Las cartografías o mapas geopolíticos son, en resumidas cuentas, una representación violenta del mundo.



«Es necesario prestarle atención a lo que las elites dicen, saber quiénes son y qué función ocupan en el discurso sobre la seguridad nacional. Cuando un conflicto o problemática se transforma en un tema de ‘seguridad’ también las opiniones de los decisores caen bajo el manto de la ‘seguridad». Asegura David Grondin.



Con el concepto de Guerra Contra el Terror -que reemplazó al de guerra contra el terrorismo- los EE.UU realizan dos objetivos: 1) construyen una identidad exclusiva: Nosotros y los ‘Otros’ y, 2) proceden a inscribir en un espacio territorial una codificación moral que corresponde al mundo que acepta las reglas del juego de la globalización neoliberal. Construir muros en la frontera mexicana e instalar bases militares en Ecuador, Asia y el Golfo corresponden a la misma lógica.



De esta manera, los EE.UU consolidan su identidad nacional diciendo defender la democracia, la libertad y la civilización frente a quienes violan las reglas de ‘la comunidad internacional’, que actuarían como ‘bárbaros’.



Durante la Guerra Fría la representación espacio-territorial del mundo se hacía desde la ventana ideológica «mundo totalitario comunista» versus «el mundo libre». La famosa decisión NSC-68 del Consejo de Seguridad Nacional prescribía que un imponente arsenal nuclear disuasivo era eficaz en la paz y garantizaba el éxito y la victoria en caso de guerra.



Tal doctrina se desmoronó -al ser atacados dentro de su propio territorio- precisamente cuando EE.UU. estaba en la búsqueda de una nueva amenaza global. Después del 11/S los responsables de la defensa decidieron que la amenaza ‘terrorista global’ era tan importante que justificaba una revolución en materia de seguridad y una respuesta militar mas bien preventiva que reactiva.



Se elabora así una doctrina que condensa dos estrategias: la Nueva Estrategia de la Seguridad Nacional de 2002 y la Estrategia Militar Nacional de los EE.UU. de mayo de 2004, para desarrollar la guerra contra el ‘Terror’. Ahora la política de defensa de la superpotencia debe considerar las amenazas asimétricas.



La Estrategia de Seguridad Nacional cuyo eje es la doctrina de la prevención (atacar antes que la amenaza sea real) implica que la defensa del territorio nacional se hace a partir del extranjero, considerado como la primera línea de defensa. Con este propósito se realiza el despliegue de bases militares permanentes y temporales urbi et orbi.



La misma visión impone la estrategia de la Dominación Absoluta cuyo objetivo es prevenir el ascenso de toda potencia rival que amenace el equilibrio en alguna región



La Estrategia Militar exige la creación de una fuerza activa de defensa desde el extranjero. Proyección de su fuerza y capacidades militares para intervenir en cualquier lugar con el objetivo de una dominación militar total (full spectrum dominance).



El mundo según Thomas P.M. Barnett



El libro del estratega de moda ha sido un éxito de ventas. The Pentagon New Map (2), ha sido ubicado por los especialistas en el rango de De la Guerra, de Karl Von Clausewitz («A combination of Tom Friedman on globalization and Karl von Clausewitz on war», puede leerse en la contraportada). Intelectual de la Defensa y consultor, Barnett, un estratega civil, ha diseñado un modelo estratégico y un nuevo Mapa o cartografía del globo. El mundo lo divide entre el Núcleo (The Core) y el Foso (The Gap).

Los análisis de Thomas P.M. Barnett permiten entender la nueva estrategia global que se parapeta detrás de la llamada Guerra Contra el Terror. Barnett logra una síntesis entre dos visiones que hasta el momento habían marchado separadas. La militarización de los Estados unidos y la proyección de su potencia a nivel planetario, por un lado (G. W. Bush), y por el otro, los esfuerzos del Imperio por extender la globalización neoliberal a todo el planeta (el clintonismo es una readecuación de las ideas de Adam Smith acerca del supuesto rol civilizador del librecambismo).



En la perpectiva estratégica diseñada por el profesor la visión geoeconómica neoliberal globalista y el discurso geopolítico realista neoconservador tienen la misma matriz, la consolidación de la potencia imperial de los EE.UU por los medios de siempre: el poder militar, tecnológico, económico, mediático y diplomático.



El estratega y consejero militar de la Oficina del Secretario de la Defensa divide el mundo en dos a partir de nuevos criterios. Por supuesto, quién construye lo hace desde la mirada de los intereses globales del Estado nacional-central norteamericano y desde la necesidad vital de proteger su territorio nacional.



Barnett procede a una reconstrucción del espacio de seguridad del Estado y a una redefinición de las fronteras de influencia global a partir de los intereses geopolíticos norteamericanos. El resultado es un mundo dividido. Por un lado, el Núcleo funcional (Core) constituido por los Estados que aceptan las reglas de seguridad que implica la globalización (no nacionalizar los recursos energéticos por ejemplo). Por el otro, los Estados no-integrados a la economía del capitalismo globalizado, aquellos donde la ‘conectividad’ con la economía global está ausente o es tenue. Países considerados inestables y de cultura no-occidental. El llamado arco de crisis del Oriente Medio es el caso puro.



En el Núcleo funciona perfectamente la ‘conectividad’ con la comunidad internacional; los flujos de inversiones, capital, mercancías y símbolos son permanentes y continuos. No se cuestiona el orden global ni sus normas. El Foso es el gran peligro. Primero porque no está integrado y hay amplias e innumerables regiones desconectadas. En América Latina, por ejemplo, sólo el ABC está conectado al Núcleo, es decir Argentina, Brasil y Chile. Todos los otros son considerados potencialmente inestables, poco fiables e inclusos peligrosos.



Con respecto a las medidas tomadas en la frontera, la prestigiosa revista mexicana Proceso en su número del 22 de mayo sostenía: «De hecho, en el ámbito del derecho internacional, el traslado de tropas a un país vecino se considera un acto hostil que normalmente provoca protestas diplomáticas e iniciativas de condena al hecho en el seno de la Organización de Naciones Unidas».



Los EE.UU. están dispuestos a criminalizar la población inmigrante. La visión de la seguridad busca regular los flujos de mano de obra barata necesaria al mercado estadunidense para que responda a criterios de la ‘seguridad interior’.



Así se divide el mundo de manera antojadiza entre bárbaros y civilizados a través del prisma de una geopolítica neoliberal. A las regiones del foso hay que democratizarlas y liberalizarlas con la máquina de guerra del Leviatán militar y su potencia tecnológica y letal si es necesario.



En los países del Núcleo actúa de preferencia el sistema burocrático o ‘SysAdmin’ con su red de universidades, ONG, bancos, empresas, e instituciones internacionales.



El arma guerrera y tecnológica por excelencia es la aviación puesto que en la llamada «revolución de los ‘affaires’ militares» el debate, ‘Máquinas versus Guerreros’, lo estaría ganando la aviación (y los presupuestos). Un país es conquistado con todo el peso del aparato militar. Los Marines llegan después. ‘Reconstruir’ un país, modalidad y pericia neo-colonial que se ha denominado ‘Nation Building’, significa conectarlo por la fuerza a la economía capitalista global por medio de las redes de multinacionales y de los ‘expertos del SysAdmin.



Barnett expresa sin ambages que la seguridad nacional de los EE.UU. va inexorablemente de la mano con la globalización económica y con su operador ideológico y logístico, el neoliberalismo. Pero además intenta dar consistencia teórica y un «Derecho de ingerencia» e intervención militar a los países integrados en el Núcleo en las zonas o arcos de crisis, en nombre de una mal definida ‘Seguridad Global’.



Pero al mismo tiempo EE.UU. se niega a firmar el tratado sobre el Tibunal Penal Internacional (TPI) por temor a que sus soldados y ciudadanos sean acusados de crímenes contra la humanidad.



La visión del estratega Barnett es un modelo reductor e Imperial. La realidad muestra que en Irak no ha funcionado. Por lo tanto ignora las realidades complejas que viven las sociedades. Ella busca la adhesión de los países considerados ‘conectados’, con las acciones violentas de los países del centro o del ‘núcleo’ (Core) contra los de la periferia. En este marco bien realista -ya lo sabía Maquiavelo- la diplomacia del Imperio puede ser considerada un instrumento de la proyección de la potencia.



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(1) La visión realista, agresiva y nacionalista de los neoconservadores considera que los EE.UU son realmente un Imperio.



(2) The Pentagon New Map, Blue Print For Action, G.P. Putnam’s Sons, New york, 440 páginas.



(2) Ver el mapa en: www.thomaspmbarnett.com/pnm/map_index.htm




Leopoldo Lavín Mujica, profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.










































































  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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