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Un decálogo estratégico para la Concertación


A la luz de los complejos acontecimientos recientes, del nuevo aire que ofrece el cambio de gabinete y en un contexto pre 21 de Mayo -fecha simbólica como pocas en nuestra tradición republicana-, me atrevo a enunciar un decálogo que aspiro sirva al necesario debate interno de la Concertación.



1. Volver al programa: ¿qué puede ser más ordenador para una coalición progresista que su propio programa progresista moderno? Hablamos de sociedad inclusiva, de tolerancia, de un sistema de protección social que acoja y resguarde a la gente desde la infancia hasta la vejez (ahí está la piedra angular en lo programático: la Reforma Previsional), y esto en un marco de fomento del crecimiento, de inversión en capital humano, de profundización de nuestra inserción internacional y de responsabilidad fiscal.



La realidad es dinámica, pero en gobiernos cortos un programa acotado es esencial, combinado con cierta apertura a la solución de problemas nuevos. Y el programa del gobierno Bachelet es claro y sustancioso. Hay que reforzar la capacidad global de materializarlo.



2. En función del programa, ordenar el relato. El relato no es un invento. Para decirlo en una palabra, es la traducción épica, movilizadora y exaltadora de los valores que inspiran aquello que se quiere hacer. Planteándolo en términos negativos, un relato sin programa es puro cuento. Y al revés, un programa sin relato es un inventario de medidas de acción posibles, pero que no motivan a nadie per se, en tanto cuanto no están comprendidos en la dimensión simbólica de un sueño posible.



3. Privilegiar la gobernabilidad. Es ya un lugar común señalar que uno de los principales capitales políticos con que ha contado la Concertación desde sus orígenes ha sido su capacidad de entregar gobernabilidad al país, respaldada en su propia gobernabilidad interna (algo de lo que claramente ha carecido la derecha).



Sería, pues, una brutalidad que, teniendo la Concertación por primera vez mayoría en el Congreso, pierda la eficacia potencial de la misma a causa de una balkanización programática o a inconfesadas motivaciones de protagonismo mediático de algunos. Usando un neologismo y una paráfrasis decidores, la discolización es la enfermedad infantil (o farandulera) de la Concertación.



4. Clarificar un aspecto central del estilo: ciudadano no es sinónimo de anárquico. Lo ciudadano implica perseverar en la escucha de la ciudadanía organizada, pero tener la capacidad de tomar decisiones en parte impopulares o contraintuitivas, dando cuenta de manera razonable de los motivos que conducen a ello (por ejemplo, restricciones presupuestarias o rejerarquización del gasto, descarte de una propuesta que claramente favorece intereses particulares por sobre el bien común, etc.).



Lo ciudadano implica escuchar con respeto y apertura real los planteamientos que surgen de la ciudadanía; en ese sentido, es lo contrario del iluminismo tecnocrático o de la autocracia a secas. Pero lo ciudadano también implica crear conciencia en la comunidad del deber, por parte del Ejecutivo, de actuar -usando la expresión freudiana- con respeto al principio de realidad.



5. Priorizar efectividad y eficiencia reales por sobre la imagen. Cada vez más, la emergencia de problemas complejos y de gobiernos cortos obliga a jerarquizar y ser muy efectivos en la materialización de las alternativas programáticas, a mostrar en breve plazo realizaciones concretas relativas a ellas, y a solucionar aquellos problemas emergentes que, así como «desordenan» el programa con su emergencia dinámica, traen de la mano oportunidades políticas para solucionar temas imprevistos pero reales (el caso más claro, en la experiencia reciente, es la reformulación de la LOCE a partir de la rebelión pingüina).



En definitiva, la imagen debe servir esencialmente para «sacarle lustre» a los logros reales. Lo otro son pompas de jabón que se las lleva el viento y -cuestión fundamental- que al electorado le huelen más temprano que tarde a demagogia.



6. No renunciar al despliegue de la dimensión comunicacional del quehacer del gobierno (lo cual sería suicida), pero ante todo procurar que la comunicación sea el correlato de una sustancia, de una materialidad tangible. Para decirlo con una metáfora brutal, válida en cualquier contexto, y que a veces olvidan publicistas y comunicólogos: la cáscara tiene límites. Desprovista de sustancia, una política que se sustente sólo en la cáscara mostrará más temprano que tarde sus falencias, inconsistencias, etc.



7. No olvidar que la Concertación ha equilibrado siempre dos polos transversales: el liberal y el social. Ellos determinan siempre el juego táctico, de acuerdo a las coyunturas específicas, entre el objetivo crecimiento y el objetivo equidad. De allí entonces el imperativo de no perderse en peleas laterales, ni transversales ni internas a los partidos (cieplánicos versus expansivos, terceristas versus renovados, alvearistas versus colorines, etc.).



8. En concordancia con lo anterior, alinearse y apuntar al adversario ordenador… los problemas de Chile susceptibles de ser mejorados o solucionados sobre la base de políticas públicas coherentes con ese eje ordenador mayor de nuestra estrategia de desarrollo: crecimiento con equidad o justicia social.



De paso, en lo que se refiere a las relaciones externas de la coalición, trabajar caso a caso con todos los que quieran sumarse a esas tareas y poner de relieve las coyunturas donde aquellos que se restan, aparecen claramente motivados por objetivos tácticos y no pensando en el bien superior del país.



9. Para el ordenamiento interno: en ningún caso autoritarismo (lo cual sería contradictorio con nuestros propios valores); sí autodisciplina y capacidad de persuasión hacia los poseedores de agendas propias que restan gobernabilidad a la agenda estratégica. En último término, vacío político a los recalcitrantes sin capacidad de posponer intereses particulares en pro de la conducción estratégica de conjunto. La sanción que más teme el ultraindividualista que aspira a reelegirse, cualquiera éste sea, es la sanción de la opinión pública unida a la ausencia de aparato partidario y de coalición que sostenga sus pretensiones de un nuevo mandato. Esa doble presión es la mejor garantía de autocontrol.



10. El tema, hoy, no es la paridad de género. El tema es Bachelet y hay que ayudar a desplegar la integralidad de su potencial. A este respecto, tengo una hipótesis: el alza imparable en las encuestas que catapultó a la actual Presidenta a su condición de candidata única y, luego, a la Primera Magistratura, hizo pensar a muchos que el liderazgo que Chile reclamaba, el que proyectaba en ella, era el de la Madre. Mi hipótesis es que lo que muchos y muchas veían en ella, lo demandado y lo que provocaba identificación en este Chile «huacho» del que han hablado algunos antropólogos, era su doble condición de Madre/Padre. Esa figura es más rica que la simple figura de la Madre que acoge en su seno. Es la fusión -siguiendo el imaginario clásico o tradicional- del polo materno que implica acogida, perdón y sanación, con el polo paterno que proyecta hacia fuera, empuja a crecer y, por último, afirma y refuerza constantemente la regla. Es, por ejemplo, la síntesis que logran, que se ven obligadas a desarrollar las esposas de trabajadores de la minería o de la marina mercante ante la permanente ausencia del padre.



En definitiva, el liderazgo de Bachelet se ve fortalecido si se proyecta como la Madre/Padre que logra la mejor síntesis entre ternura y autoridad.



Para concluir, mientras estructuraba estas reflexiones me vino a la memoria esta frase de Serrat que es un eco propositivo al epígrafe de Donoso: «Lo importante no es lo que te sucede en la vida, sino cómo lo enfrentas».





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Fernando de Laire. Doctor en Sociología por la Universidad Católica de Lovaina. Comentarios al email: fernando_delaire@yahoo.com.ar

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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