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A propósito de lo infalible y del viaje de Ratzinger a Brasil


Es gracioso que el jefe de un grupo religioso jerarquizado, que basa sus creencias en relatos de hace 20 siglos y se viste con ropas medievales y se dice infalible y único representante de la divinidad en la Tierra, condene a otra ideología por «obsoleta» o «antidemocrática».



Pero el cura alemán Joseph Ratzinger, más conocido como Benedicto XVI, no se hace problema con esas cosas. Al contrario. Durante más de 30 años, como jefe de la policía religiosa del Vaticano, Ratzinger se dedicó a la noble tarea de extirpar de la Iglesia el cáncer pagano, y ahora, como Papa, lo hace con el mismo vigor.



En marzo último, al teólogo jesuita vasco Jon Sobrino, profesor de la Universidad Centroamericana de San Salvador, le prohibió continuar sus clases, publicar libros y hablar en aulas académicas hasta que no se retracte del crimen de haber presentado a Jesús como un hombre corriente pero solidario y altruista.



No hace falta conocer ese detalle, ni la suerte similar corrida por el ex jefe de los jesuitas Pedro Arrupe, ni a los hermanos nicaragüenses Fernando y Ernesto Cardenal, ni a los brasileños Leonardo Boff y Frei Betto, para pispar y medir a Ratzinger. Basta con mirarle aquel ligero brillo oscuro detrás de las ojeras.



Dos veces esta semana me han pedido dinero para «un desayuno en el Hogar de Cristo», que son más bien frugales: 200 pesos. Me quedó mirando la pobre señora cuando le dije que con lo que costó el viaje del Papa a Brasil se podrían pagar casi 60 millones de desayunos de esos, de pancito con queso y té con leche.



Algo se animó, sin embargo, cuando le aclaré que, según el mensaje papal, los 20 millones de dólares del viaje no significan nada: son apenas dinero, un mero fetiche, y en la vida hay cosas más preciosas, como bien lo explicó Su Santidad en Brasil, donde instó a los pobres a no concentrar su vida en mezquindades terrenales (como el desayuno). Lo importante para los pobres, dijo, es el espíritu, la comunión con Jesús a través de la oración.



Sin duda este mensaje de amor trajo algarabía a los cerca de 70 millones de brasileños que se las tienen que apañar con menos de 500 pesos al día para sobrevivir. Ahora saben que sobrevivir en realidad no hace falta, y escaparán así a la tentación de apoyar a aquellos gobernantes que andan pregonando barbaridades similares a las que alguna vez propuso la Teología de la Liberación.



Ahora Benedicto vino a coronar su obra de toda la vida en la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam), reunida en Brasil, ya felizmente desprendida de la mayoría de los sacrílegos con sotana y que dirigida nada menos que por nuestro monseñor Francisco Javier Errázuriz. «Háblanos, Señor, en la palabra de nuestro Papa Benedicto XVI», imploró Errázuriz al Supremo, por si las moscas.



Sólo que -aunque ninguno de los emocionados enviados especiales de nuestra gloriosa televisión lo dijo- en Brasil las multitudes no quisieron escuchar. No llegaron los torrentes de feligreses que esperaban los organizadores, ni en Sao Paulo ni en la localidad «santa» de Aparecida, donde se reúne el Celam. ¿Por qué? En palabras del pecador brasilero Emir Sader, uno de los fundadores del Foro Social Mundial,»si fuese coherente, un católico debería estar contra el divorcio, el aborto, los anticonceptivos e incluso contra los preservativos (Â…). Felizmente, no lo hacen».



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Alejandro Kirk es periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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