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Conduciendo a Miss Daisy

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Creer que el esfuerzo por constituir una Nueva Mayoría se va a diluir por un llamado de la dirección concertacionista a votar por ellos sin condiciones, si pasan a segunda vuelta, es otro error más: es ver que esta elección es igual a las anteriores y que Marco sería como los candidatos del PC…


Por Osvaldo Torres*

Conduciendo a Miss Daisy Por Osvaldo Torres* Escucho y veo a Eduardo Frei y recuerdo al chofer de la aclamada película: siempre sereno, impertérrito, sin novedad, flemático, comunicándonos que será la continuidad del gobierno actual y que la Presidenta lo apoya en esa tarea.

¿Es el continuismo de lo que la Presidenta ha realizado, lo que Chile necesita a futuro? Pienso que no, por dos motivos. El primero es que las reformas de protección social no pueden expandirse a la clase media y mejorarse en calidad sobre el supuesto de los buenos precios internacionales del cobre, que es cada vez menos chileno. Segundo, es que es imposible esa “continuidad” en el actual marco institucional que sitúa a las regiones en un plano de subordinación al centralismo político y económico de Santiago y a un parlamento y los municipios como instituciones secundarias del poder. Por lo tanto, se requiere mantener los cambios iniciados por Bachelet pero no de continuismo, y para ello la innovación, la voluntad y la redistribución del poder son indispensables.

Aún así, ¿es posible el continuismo si el país está cambiando y el contexto de la gobernabilidad será distinto en los próximos años? Un grave error es pensar que Chile seguirá siendo el mismo en su baja conflictividad social y en su mapa político, pues al salir de la crisis mundial las expectativas de mejorar los ingresos aumentarán, los conflictos localizados (mapuche, subcontratistas, estudiantes, por ejemplo) tenderán a expandirse, las promesas electorales se harán exigibles, y si esto se produce en un contexto de recriminaciones políticas y reordenamiento de las alianzas con el fin de hecho del binominal, será distinto el gobernar como se hace hoy día. Es decir, para el buen gobierno no se requerirán los atributos del piloto automático o el “más de lo mismo”, sino liderazgos creativos, de Nuevas Mayorías, que implementen cambios importantes en lo tributario, la educación y el régimen político constitucional. El fin de la transición es el fin de la democracia limitada y de sus liderazgos hegemónicos, lo que lleva inevitablemente a nuevas exigencias ciudadanas, articulaciones, políticas y políticos.

Es en este contexto que se hace incomprensible que el diputado Rossi, que se supone viene de una cultura democrática, abierta y pragmática pero asociada a los valores de la justicia social y la participación, declare que “no hay que negociar con Marco, hay que seducir su electorado”, “es como seducir a una mujer si me la quiero levantar no le pido a su pareja que me ayude, lógico” (no analizaremos su perspectiva machista) y su razón es porque “Marco, Ominami y todo ese sector han querido destruir a la Concertación” (La Segunda, 22/IX).

Lo que demuestra este tipo de discurso es la incapacidad de ver la realidad: Marco no tiene –hasta el momento- el 19% del electorado producto de una conspiración familiar, pues si de eso se tratara tendría menos del 2% que expresan otras fuerzas de un profundo arraigo en la cultura política del país. Por otra parte, suponer que si Frei pasa a segunda vuelta es entender que lo hará con menos del 30% de los votos y esto implica que pretender ser Presidente de la República con sólo un tercio de adhesión propia lo hace inviable. La segunda vuelta, pase quien pase, si se quiere mantener la dirección progresista que lleva el país no da alternativas: una negociación programática y un pacto de gobierno, es en este sentido que el ciclo de los gobiernos de la Concertación tal cual los hemos vivido hasta hoy han terminado, así como terminó la transición. No pensar lo anterior muestra nuevamente la incapacidad de ver la realidad, cuestión que empapa a la mayoría de la actual dirección concertacionista.

En un sistema democrático normal, en el cual parecen no querer actuar muchos dirigentes de la Concertación, cuando un candidato obtiene menos votos que los necesarios para gobernar realiza negociaciones para llegar a un pacto de gobierno en que hay una coalición con objetivos comunes y un equipo de gobierno que lo hace posible. Ocurrió en el pasado cuando los programas de Tomic y Allende se parecían, pero diversos factores impidieron darle una mayoría sólida al proceso de cambios que Chile requería; es de esperar que ésta no sea la ocasión para repetir la historia.

Creer que el esfuerzo por constituir una Nueva Mayoría se va a diluir por un llamado de la dirección concertacionista a votar por ellos sin condiciones, si pasan a segunda vuelta, es otro error más: es ver que esta elección es igual a las anteriores y que Marco sería como los candidatos del PC que se rendían ante el “mal menor”. Esta vez –y para ambas opciones presidenciales- o hay acuerdo de gobierno o gana la derecha, pues para convencer al electorado se requerirán de liderazgos fuertes y acuerdos claros que salgan a explicar el para qué y cómo seguirá cambiando Chile.

En definitiva, ni el candidato ni la estrategia de ciertos dirigentes de la Concertación parecen tener un buen diagnóstico de lo que el país tiene como desafíos. Es contradictorio con el propósito de tener una nueva Constitución y mayor igualdad efectiva entre los chilenos que, existiendo una mayoría progresista en el país, este tipo de posiciones nos lleve finalmente a ser gobernados por la derecha.

*Osvaldo Torres G. es antropólogo, director Fundación Chile 21.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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