Publicidad

Mas allá del liberalismo, el pluralismo

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
Ver Más

Más allá del liberalismo, son el valor del pluralismo y la pequeña virtud de la tolerancia como deber moral, los que permiten que cada cual elija vivir como le parezca mejor.


Por Eduardo Saavedra Díaz*

En una columna publicada por este medio el pasado miércoles 18 de noviembre, titulada «Derecha y liberalismo», su autor expone una triple caracterización del liberalismo político, económico y ético (o filosófico), como manifestaciones de la libertad individual que este ideario promueve como limitación al poder estatal. A este respecto, señala que en Chile la derecha es altamente liberal en los terrenos político y económico, vale decir, que en estos campos defiende la primacía del individuo por sobre la colectividad, pero en el ámbito ético o de los valores «la derecha en gran medida resulta desconcertantemente lo menos liberal que puede haber», al abogar en esta materia por una primacía incomparablemente mayor de lo colectivo por encima de las preferencias individuales, lo que se traduce en una intromisión del Estado en la vida privada del individuo para conducirlo por el «buen camino».

Esto, según el articulista, produciría «una suerte de falla de consecuencia filosófica» que desmotivaría a votar por la derecha a quienes son liberales en toda su extensión -tanto en lo político y económico como en el terreno ético- (entre quienes él se cuenta), ya que se ven obligados a sacrificar sus convicciones al tener que elegir entre un conglomerado ajeno a lo que ellos defienden en materia económica (suponiendo que se refiere a la Concertación) y otro escasamente liberal en el ámbito de los valores (la gran mayoría de la derecha). Y que dada la «derechización» económica que la izquierda ha experimentado en los últimos años, esta «falla de consecuencia» por parte de la derecha ha producido el distanciamiento de muchos jóvenes que potencialmente estarían dispuestos a votar por ésta.

Sin embargo, cabe preguntarse si acaso el liberalismo es un todo armónico que exige necesariamente una consecuencia filosófica o ética con respecto a los liberalismos político y económico, y si el liberalismo económico, entendido como defensa de las instituciones de mercado, es privativo de las ideas de derecha.

Suponer lo primero significaría partir de la base que los valores en general y las libertades en particular jamás podrían entrar en conflicto: si yo soy liberal en el sentido político y económico, es porque «debo serlo» en el ámbito ético o cultural. Lo que además de constituir una fatal incoherencia lógica, sería equivalente a decir que el liberalismo ético o filosófico no existe, ya que impone un «deber de libertad» a todos los individuos, particularmente en los llamados «temas valóricos».

En cambio, si asumimos que existe una pluralidad de valores que pueden colisionar entre sí en determinadas circunstancias, como apunta Isaiah Berlin, es lógico que alguien pueda demandar más libertad en algunas áreas y una mayor restricción en otras, por cuanto en estas últimas prefiere sacrificar un ámbito importante de libertad para dar cabida a otros valores distintos pero también inconmensurables como igualdad, solidaridad o seguridad. Ello explica por qué algunos prefieren ser liberales en ciertas materias y no en otras, pese a su «falla de consecuencia».

Y si un importante sector de la izquierda ha aceptado las instituciones de mercado, no es porque se haya «derechizado», sino porque ve en su funcionamiento una posibilidad de alcanzar una mayor igualdad social: el valor que el socialismo defiende por excelencia. En efecto, el crecimiento económico que impulsa la libertad de los agentes económicos privados posibilita una mayor recaudación tributaria para satisfacer las necesidades de salud, vivienda, educación, vestuario, etc., a quienes no pueden proporcionárselas por sus propios medios, lo que conlleva una restricción de la libertad para tales agentes.

Para la izquierda democrática, a diferencia del conservadurismo pro capitalista (malamente llamado «neoliberalismo»), las instituciones de mercado sólo adquieren valor mientras estén imbricadas en la libertad política, la cohesión social y el pluralismo cultural. De ahí que la legitimación del liberalismo económico no sea sinónimo de «derechización».

En este sentido, el problema que plantean los llamados «temas valóricos» no se produce por causa de una «inconsecuencia filosófica» entre quienes se autoproclaman liberales, sino porque un sector minoritario de la sociedad pretende imponer, a través de los poderes públicos o privados que detenta, sus propias convicciones morales a todo un cuerpo social conformado por individuos y grupos que sustentan distintas escalas de valores respecto a cómo debemos vivir. Pero el antídoto contra esta asimetría no podría ser la puesta en práctica de un «liberalismo pleno» que no todos comparten, sino el pluralismo: la valoración positiva de la pluralidad de concepciones de la vida social y planes de vida personal, esto es la diversidad apreciada como un bien y no como un mal, como dice el profesor Agustín Squella, trátese de experiencias liberales o conservadoras, autónomas o heterónomas, libertarias o autoritarias, individualistas o colectivistas, laicas o religiosas, con la sola excepción de aquellas que por sí mismas no permiten vivir.

Más allá del liberalismo, son el valor del pluralismo y la pequeña virtud de la tolerancia como deber moral, los que permiten que cada cual elija vivir como le parezca mejor, y a los diversos modos de vida coexistir pacíficamente a través de concesiones mutuas y sacrificios correlativos entre los distintos valores y escalas de valores que sustentan individuos y grupos diferenciados en una compleja red de relaciones humanas. Porque son los equilibrios inestables, los «cuánto por cuánto», y no los absolutismos del «todo o nada», los que procuran evitar que las proyecciones sociales generen costos demasiado dolorosos para la vida social.

«Cuánta libertad por cuánta igualdad», «cuánta seguridad por cuánta libertad», «cuánta justicia por cuánta benevolencia», «cuánta verdad por cuánta compasión» o «cuánta verdad por cuánta justicia». Son preguntas que difícilmente podríamos responder de manera definitiva, menos aún cuando la libre elección de nuestras formas de vida está precedida por una permanente duda existencial.

*Eduardo Saavedra Díaz es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias