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Conservador: ¿en qué mundo vives?

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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Me cuesta adivinar el criterio en base al cual alguien puede decidir qué parte de Chile es real y qué parte no. ¿El Golf o Ñuñoa? ¿San Pedro de Atacama o Temuco? ¿La Legua o Vitacura?


Hace tiempo tenía ganas de escribir una columna para responder a una pregunta que se me hace frecuentemente: “Tú ¿en qué mundo vives?”. No había querido hacerlo antes porque me parecía de mal gusto usar un espacio público sólo para hablar de mí. Sin embargo, la pregunta ha sido tan reiterativa, que empiezo a creer que es de interés nacional.

Además, tengo la impresión de que esa pregunta sirve para desenmascarar el pensamiento del que la hace (por lo general, un autoproclamado progre). Saber lo que quiere afirmar con ella puede ser útil no sólo para mí sino también para cualquier conservador que lea esta columna.

Mi sospecha es que las afirmaciones contenidas en la pregunta “¿En qué mundo vives?” son dos.

La primera es que las ideas conservadoras tienen un lugar de procedencia que es de ficción. Para decirlo en fácil, la pregunta “¿En qué mundo vives?” es equivalente a la afirmación “Vives en cualquier parte, pero no en el Chile real”. Y yo me pregunto cuál es el Chile real; por una parte, porque si hay cosa difícil de encontrar en este país es homogeneidad. ¡Hasta la geografía nos juega en contra en ese sentido! Y por otra, porque me cuesta adivinar el criterio en base al cual alguien puede decidir qué parte de Chile es real y qué parte no. ¿El Golf o Ñuñoa? ¿San Pedro de Atacama o Temuco? ¿La Legua o Vitacura? En todo caso, yo estaría dispuesta a aceptar que se me excluyera del Chile real, siempre y cuando el que lo haga no use nunca más la palabra multiculturalidad.

A través de la pregunta “¿En qué mundo vives?”, algunos progres tienden a invalidar de modo automático cualquier argumento contrario apuntando a su origen. Si viene de uno de derecha, es un argumento fascista; si de un católico, es una idea pechoña; si de una de una mujer bonita, una frivolidad.

[cita] Me cuesta adivinar el criterio en base al cual alguien puede decidir qué parte de Chile es real y qué parte no. ¿El Golf o Ñuñoa? ¿San Pedro de Atacama o Temuco? ¿La Legua o Vitacura?[/cita]

Pretender una objetividad químicamente pura puede ser utópico de mi parte -lo concedo- pero rebatir siempre ad hominem pone de manifiesto una falta de sutileza intelectual. Hay que ser comprensivos con el progre, en todo caso, porque siempre ha sido difícil razonar bien cuando el pensamiento se ha hecho esclavo de una ideología. En todo caso, vale la pena intentarlo.

La segunda cosa que quiere afirmar la pregunta “¿En qué mundo vives?” es que las ideas conservadoras quedan desautorizadas por la evidencia de los hechos. Las estadísticas nos serían desfavorables e indicarían que todo eso que creemos no tiene ningún correlato en la realidad.

La lógica es absurda, si se analiza con atención: dado que son pocos los que viven de acuerdo a tales o cuales criterios, entonces esos criterios no tendrían validez. La evidencia de los hechos no es ni puede ser una razón o un argumento, sino solo un dato. Un dato que, de haberse tenido en cuenta como argumento irrefutable, no habría permitido abolir la esclavitud ni otorgarle a las mujeres derecho a sufragio.

No se trata, como es obvio, de desestimar el valor del dato o de la estadística. Ninguna política pública puede llevarse a la práctica sin referencia a lo que de hecho ocurre. Pero esos datos no pueden ser los marcapasos de la política. A menos, claro está, que ésta no pretenda realizar ningún cambio, sino simplemente transformarse en un espejo de la realidad, uno de los peligros de la democracia, según de Tocqueville.

En fin, me he quedado sin espacio para responder a la famosa pregunta, aunque me temo que quienes la formulan no están demasiado interesados en conocer la respuesta. Quizá si insisten, lo haga en otra oportunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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