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“Maricón es aquel que le gusta el pico”: crimen e imaginario

Fernando Muñoz
Por : Fernando Muñoz Doctor en Derecho, Universidad de Yale. Profesor de la Universidad Austral. Editor de http://www.redseca.cl
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Tanto los panfletos como los documentos jurídicos mencionados comparten una misma estructura de creencias. Todos imaginan el mundo como un espacio transparente, donde el orden natural de las cosas se nos revela tal como es y sólo se le opone a esta transparencia la acción viciosa (ideológica) de quienes no tienen moral distinta, sino que simplemente carecen de moral. Esta forma de ver el mundo, que según vemos aquí desemboca en la homofobia, es premoderna en sus raíces.


La noticia es conocida. Un número indeterminado de panfletos con insultos y descalificaciones dirigidas contra el fotógrafo y animador de televisión Jordi Castell han sido repartidos anónimamente por la capital e incluso lanzados frente a la sede del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (MOVILH). De la lectura de aquellos se concluye que quienes los redactaron respondían negativamente a la campaña contra la violencia intrafamiliar y la agresión de género del Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM). En ella, tras afirmar que “desde niño, muchas veces en mi vida me han dicho maricón”, Castell plantea que “el verdadero maricón es el que maltrata a una mujer”. El resultado fue la presentación por parte de Castell de una denuncia ante la Fiscalía acompañado de la Ministra del SERNAM, Carolina Schmidt, y del Presidente del MOVILH, Rolando Jiménez.

¿Qué podría agregar a esta noticia alguien interesado en la relación entre cultura, sociedad y derecho? Dos cosas. Desde luego, podría aportar a la discusión sobre la calificación penal del delito en que han incurrido quienes prepararon y distribuyeron estos panfletos. Adicionalmente, podría reflexionar sobre el tipo de imaginario que sustenta y estructura las expresiones proferidas en ellos. A ambas cosas me dedicaré en esta columna.

La lectura de los panfletos evidencia que su confección y repartición ha involucrado varios delitos: injurias graves, amenazas, y asociación ilícita. Injuria es, según el artículo 416 del Código Penal, “toda expresión proferida o acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de otra persona”. A su vez el artículo siguiente del mismo cuerpo legal señala en su numeral 5º que dichas injurias serán graves cuando “racionalmente merezcan la calificación de graves atendido el estado, dignidad y circunstancias del ofendido y del ofensor”. Es importante reconocer que existen otras causales de gravedad de las injurias en el mismo artículo que podrían a primera vista parecer aplicables; pero la ventaja de esta causal es que permite tomar en consideración la significación agresiva que dentro de nuestro contexto cultural heteronormativo tienen los insultos proferidos en estos panfletos. Estas injurias, por último, han sido “hechas por escrito y con publicidad”, lo que según el artículo 418 incrementa la penalidad de la conducta.

[cita]Tanto los panfletos como los documentos jurídicos mencionados comparten una misma estructura de creencias. Todos imaginan el mundo como un espacio transparente, donde el orden natural de las cosas se nos revela tal como es y sólo se le opone a esta transparencia la acción viciosa (ideológica) de quienes no tienen moral distinta, sino que simplemente carecen de moral. Esta forma de ver el mundo, que según vemos aquí desemboca en la homofobia, es premoderna en sus raíces.[/cita]

Los panfletos son también constitutivos del delito de amenazas, en cuanto este delito se verifica, según el artículo 296 del Código, cuando alguien “amenazare seriamente a otro con causar a él mismo o a su familia, en su persona, honra o propiedad, un mal que constituya delito”. Tomando en cuenta el contexto anónimo y malicioso en que fueron distribuidos, incluyendo su distribución a lo largo de varios días y en lugares cada vez más significativos como la sede del MOVILH, los panfletos no constituyen tan sólo un acto sino también la amenaza de la realización periódica e intensificada de los daños a la honra ya identificados. Que estas amenazas no pidan nada a cambio de cesar no es un inconveniente para su calificación de tales: la misma disposición legal establece una distinción entre las amenazas condicionadas (como por ejemplo, la solicitud de una cierta cantidad de dinero) y aquellas que no lo son, como ocurre en este caso.

Los panfletos, por último, también incurren en el delito de asociación ilícita, delito que concurre según el artículo 292 toda vez que se haya formado cualquier tipo de asociación “con el objeto de atentar contra el orden social, contra las buenas costumbres, contra las personas o las propiedades”. Si es que estos panfletos hubiesen sido impresos en una imprenta que esté constituida como persona jurídica, como por ejemplo una sociedad de responsabilidad Limitada o incluso una empresa individual de responsabilidad limitada (la ley no distingue), “se impondrá además, como consecuencia accesoria de la pena impuesta a los responsables individuales, la disolución o cancelación de la personalidad jurídica”, de acuerdo al artículo 294 bis.

Ahora bien, podríamos estar tentados a asignarle a estos panfletos un valor meramente criminológico. Lo conveniente de ellos es que formulan afirmaciones tan alejadas de los estándares de cortesía del discurso público que nos permiten transformar a sus autores en “otros”, en “bárbaros” o “criminales”, tan distintos de “nosotros” que su propia diferencia u otredad nos permite evitar toda comparación con nuestra propia condición. Esto, desde luego, es conveniente para quienes quieran cuidar “nuestro” discurso público de la crítica fundamental; pero es muy inconveniente para quienes quieran cuestionar los mitos en torno a los cuales se construyen los discursos oficiales. Por esto, en lugar de calificarlos meramente de expresiones de la disfuncionalidad criminal, invirtamos respecto de estos panfletos la afirmación de Walter Benjamin y reconozcamos que no existe documento de la barbarie que no sea a la vez documento de cultura.

Dejemos hablar a los panfletos anónimos. ¿Qué motiva su aparición, su intervención en el espacio público? Es un grito de protesta. “!BASTA¡ (sic) HASTA CUANDO EN ESTE PAIS SE LE LAVA LA IMAGEN A LOS MARICONES MEDIANTE ENGAÑOS”. Los panfletos levantan la voz para poner las cosas en su lugar; orden que ha sido distorsionado por “UN LAVADO DE IMAGEN” hecho mediante “UNA CAMPAÑA PUBLICA”. Ellos reflejan una preocupación por reponer el significado natural del lenguaje, el cual ha sido artificialmente distorsionado por el activismo: “UN HOMBRE QUE GOLPEA A UNA MUJER ES UN BRUTO, ANIMAL O DESQUICIADO, PERO MARICON, ES AQUEL QUE LE GUSTA EL PICO. ESTO A (sic) SIDO ASI, DESDE QUE EL MUNDO ES MUNDO”. Dicha preocupación llega a convertirse en obsesión al insistir incluso en la restitución de lo que, según el entender de sus autores, es la identidad auténtica de Castell: “EL TIPO DEL SPOT SE LLAMA JORGE CASTILLO”. La preocupación de los panfletos, por cierto, no es meramente simbólica. Ellos nos hacen ver que hay un importante asunto en juego: la constitución social de la familia. “DE SEGUIR ASI LAS MUJERES SE QUEDARAN SIN HOMBRES, YA QUE ESTOS TENDRAN COMO PAREJA A UN MARICON Y COMO ESTAN A PUNTO DE CONTRAER MATRIMONIO LOS FUTUROS CHILENOS SERAN MOJONES CON PATAS, O SEA PURA MIERDA”. Eso sí, los autores nos tranquilizan. “NO SOMOS HOMOFOBICOS”.

Los panfletos, mirados con la simpatía interpretativa con que un antropólogo interroga los artefactos que llegan a sus manos, nos revelan un imaginario bastante más familiar de lo que quisiéramos creer. Digo esto porque ellos reflejan una valoración del “orden natural de las cosas” y de las “esencias” propia de quienes se oponen a la igualdad de derechos de las minorías sexuales en nombre de la heterosexualidad de la familia. Mientras los panfletos denuncian lavados de imagen, los profesores de derecho constitucional Julio Alvear e Ignacio Covarrubias argumentan en el proceso sobre matrimonio igualitario seguido ante el Tribunal Constitucional que la “ideología de género” no reconoce “la complementariedad natural entre el hombre y la mujer”. “La Constitución, y al paso la sociedad chilena, nada tienen que ver con este tipo de ideologías”, afirman enfáticamente. Mientras los panfletos se preocupan por la preservación del orden de las cosas que ha existido “desde que el mundo es mundo”, los senadores de RN Chahuán, Prokurica, y Horvath presentan un proyecto de reforma constitucional para prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo afirmando que las “especiales características del vínculo matrimonial están determinadas por su naturaleza antropológica y sagrada, de acuerdo a las creencias religiosas y por la importancia que esta institución tiene en el plano social”. Mientras los panfletos se preocupan porque de existir matrimonio entre personas del mismo sexo los futuros chilenos “serán mojones con patas”, un grupo de parlamentarios UDI presentan un proyecto de ley para evitar “la adopción homoparental”, ya que ella “privaría deliberadamente al niño del enriquecedor aporte de la diversidad femenino-masculino de la pareja heterosexual y la adjudicación de roles se confundiría”, resultando en “problemas de socialización”, de “conducta, adaptación y rebeldía”. “O sea, pura mierda”, dirían los autores  de los panfletos.

En definitiva, tanto los panfletos como los documentos jurídicos mencionados comparten una misma estructura de creencias. Todos imaginan el mundo como un espacio transparente, donde el orden natural de las cosas se nos revela tal como es y sólo se le opone a esta transparencia la acción viciosa (ideológica) de quienes no tienen moral distinta, sino que simplemente carecen de moral. Esta forma de ver el mundo, que según vemos aquí desemboca en la homofobia, es premoderna en sus raíces; y se contrapone a la aspiración de quienes desde la Ilustración han proclamado la capacidad de la razón humana de domar la naturaleza y la sociedad a fin de construir un mundo mejor. Hayek no habría dudado en calificar esto de una “fatal arrogancia”; lo cual nos permite observar que los resultados de esa forma oscurantista de pensar no sólo se evidencian en la homofobia sino también en la desigualdad resultante de una economía y una educación tan hayekianas como la nuestra.

¿Exagero al tomar como objeto de análisis discursivo y cultural unos panfletos lanzados anónimamente? No lo creo, desde el momento en que ellos reflejan una continuidad conceptual con las intervenciones que profesores de derecho constitucional y parlamentarios han presentado ante el Tribunal Constitucional y en el proceso legislativo en materias de amplio interés y actual discusión. No olvidemos la conclusión de los panfletos anónimos: “ESTO NO ES UN CHISTE, ES UN TEMA MUY SERIO”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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