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La “realidad” en la TV abierta

Entonces, la pregunta: ¿Cómo puede un canal público hacer un programa como «Adopta un Famoso»? ¿Qué sentido tiene: simplemente ganar sintonía mostrando, en este caso, el obvio contraste de la vida de dos mujeres, por un lado una conocida y con un alto ingreso económico, y por otro una que vende ropa en una feria y cartones, y a la que le impacta que la cartera de la «famosa» cueste casi un millón y medio de pesos, al punto de que llora?


El programa «Adopta un Famoso», estrenado por TVN el pasado martes 6 de marzo, pone en el tapete varios temas. En primer término, la gran desigualdad social que existe en Chile. Luego, la escisión y fragmentación no solamente social, sino además espacial y urbanística que hoy se vive en nuestras ciudades, en especial en las más grandes (recordemos el asombro de la hija de una mujer cartonera al ver tantos árboles camino a un barrio más acomodado de Santiago, dando cuenta del déficit de áreas verdes en vastos sectores de la capital). Y, sin duda, la pobreza material que afecta a muchos chilenos que apenas logran reunir dinero para lo más básico; en realidad, casi nunca lo consiguen del todo.

Son precisamente esos tópicos, patentes y latentes en la primera versión del programa —donde la conocida y adinerada panelista del matinal Raquel Argandoña compartió una semana con una mujer cartonera en la casa de ésta— los que llevan a preguntarse acerca del sentido de este nuevo espacio del canal público.

[cita]Entonces, la pregunta: ¿Cómo puede un canal público hacer un programa como «Adopta un Famoso»? ¿Qué sentido tiene: simplemente ganar sintonía mostrando, en este caso, el obvio contraste de la vida de dos mujeres, por un lado una conocida y con un alto ingreso económico, y por otro una que vende ropa en una feria y cartones, y a la que le impacta que la cartera de la «famosa» cueste casi un millón y medio de pesos, al punto de que llora?[/cita]

En los últimos años, las estaciones de televisión abierta chilenas han realizado y ofrecido una serie de programas donde se muestra «la realidad» de muchos grupos y personas, no pocas veces de la mano de animadores, actores o excitados periodistas, y a partir de situaciones como las bodas (“Cásate conmigo”), el embarazo adolescente (“Mamá a los 15”), la delincuencia (“Policías en acción”), entre otras. Es el «Chile real» que los canales parecen querer mostrarnos, pero maquillado, a veces caricaturizado y muchas otras poniendo el énfasis en lo espectacular o en el conflicto; «Perla» es un buen ejemplo de esto último. Ese Chile que los noticiarios muchas veces parecen evitar, sustituyéndolos por notas de consumo que más bien parecen promociones de nuevas tiendas, negocios típicos o emprendedores, un exceso de noticias de fútbol, «curiosidades» nacionales y extranjeras, y otras informaciones.

Entonces, la pregunta: ¿Cómo puede un canal público hacer un programa como «Adopta un Famoso»? ¿Qué sentido tiene: simplemente ganar sintonía mostrando, en este caso, el obvio contraste de la vida de dos mujeres, por un lado una conocida y con un alto ingreso económico, y por otro una que vende ropa en una feria y cartones, y a la que le impacta que la cartera de la «famosa» cueste casi un millón y medio de pesos, al punto de que llora?

Si el sentido es ése, apostar al contraste y a la experiencia límite que parece vivir «el famoso» en un medio ajeno, cabe decir que el instrumento no da lo mismo. Esto porque, para hacerlo, hubo que dar cuenta de la compleja realidad de la mujer cartonera, de seguro parecida a la que cientos de miles y quizás millones de chilenos aún viven. Una realidad que no se supera con el llanto de un «famoso», por muy sincero que pueda ser. La propia panelista que participó del espacio se preguntó que ganaba ella con todo esto. Probablemente dinero, porque es parte de su trabajo. Y mientras, la realidad sigue esperando por un retrato honesto, respetuoso, directo, y no espectacular ni dramatizado como al que nuestra televisión abierta nos tiene cada vez más acostumbrados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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