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Chávez: “Las noticias de mi muerte son muy exageradas”

Pese a la derrota, Henrique Capriles no debería estar descontento. Los peores años de la travesía en el desierto de la oposición están llegando a su fin, gracias a la audaz idea de copiar el modelo de la concertación chilena y presentar a un solo candidato. A Capriles el chavismo lo quiso tildar de derechista, pero como gobernador del estado de Miranda ha sido un socialista moderado; su campaña, que hizo hincapié en su efectividad como líder más que en su ideología, consiguió votos entre ciertos grupos afines al comandante, pero no caló en el sector duro.


“La hora de Capriles”, tituló Mario Vargas Llosa su última columna, pero fue Hugo Chávez el que, una vez que se dieron los resultados oficiales, salió al balcón de la plaza de la Luz en Caracas y se puso a cantar el himno venezolano en un gesto aparentemente espontáneo, celebrando su reelección. “Las noticias de mi muerte son muy exageradas”, escribió alguna vez Mark Twain, y el Comandante pudo haber dicho lo mismo en las semanas previas a la elección, con cada nuevo análisis en que se lo enterraba (y con él a su “revolución boliviariana”, incluyendo entre los enterrados, por supuesto, a Evo Morales).

Hace un buen tiempo que a Hugo Chávez se lo está dando por muerto: derrota en el referéndum constitucional del 2007, cáncer galopante, y ahora un candidato serio y telegénico de una oposición por fin unida. Esas son, por lo pronto, fantasías freudianas de cumplimiento de un deseo. Con su victoria este domingo, Chávez está más vivo que nunca, desafiante y mesiánico, enarbolando la espada de Bolívar en el balcón. Su triunfo repercutirá en todo el continente. En Bolivia, el evismo saldrá reforzado (con una diferencia radical: la oposición sigue desarticulada y todavía no cuenta con un candidato de fuste capaz de parársele al frente a Evo).

Chávez no solo ganó de forma aplastante porque puso a disposición de su campaña los enormes recursos —plataforma publicitaria, infraestructura operativa, ilimitado presupuesto— del Estado venezolano. También lo hizo porque su hábil manejo de un discurso de identificación con los sectores populares ha hecho que, para muchos, haya sido más fácil votar por un líder lleno de defectos e incluso posiblemente enfermo de gravedad, que por un político sólido y joven que ofrecía un proyecto atractivo. La sociedad venezolana está muy dividida, y Chavez ha contribuido mucho a esa polarización, pero no todos los males comienzan con el caudillo. Habría que decir, más bien, que el caudillo comienza gracias a los graves males que arrastraba la sociedad venezolana (ineptitud de la clase política, despilfarro de sus ingentes riquezas, grandes desigualdades sociales y económicas). Después de catorce años en el poder, esos males se han agravado: el Estado es cada vez más burocrático e ineficiente, los índices de criminalidad son los más altos del continente, la economía no da señales alentadoras de vida. Con todo ello, gracias a su carisma y talento político, Chávez sigue siendo visto como alguien cercano a las clases populares; el uso y abuso de los recursos del poder hace el resto.

Pese a la derrota, Henrique Capriles no debería estar descontento. Los peores años de la travesía en el desierto de la oposición están llegando a su fin, gracias a la audaz idea de copiar el modelo de la concertación chilena y presentar a un solo candidato. A Capriles el chavismo lo quiso tildar de derechista, pero como gobernador del estado de Miranda ha sido un socialista moderado; su campaña, que hizo hincapié en su efectividad como líder más que en su ideología, consiguió votos entre ciertos grupos afines al comandante, pero no caló en el sector duro. El escritor venezolano Israel Centeno le reprocha a Capriles que no haya sido más combativo, que no haya cuestionado ni una sola vez un proceso político que da tantas ventajas al candidato oficialista, y que su moderación haya terminado legitimando un sistema electoral totalmente controlado por Chávez. Sin embargo, hay que recordar que, en años pasados, los partidos de la oposición, al decidir no participar en el juego político, le entregaron todo el poder en bandeja a Chávez. Era mejor participar que no hacerlo. No fue la hora de Capriles, pero esta derrota al menos abre la posibilidad de que en los próximos años haya un candidato capaz de vencer al chavismo. Considerando la fuerza del oponente, no es poco.

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