Publicidad

Movimientos sociales y Derechos Humanos

Ricardo Brodsky
Por : Ricardo Brodsky Director Museo de la Memoria y los Derechos Humanos
Ver Más

Las demandas del movimiento social se relacionan con una mirada más vasta de los derechos humanos y la democracia. Los movimientos de derechos humanos, a su vez, amplían su mirada hacia los derechos sociales y culturales. Esta convergencia podría ser un camino de cambio para Chile.


Los días 7, 9 y 10 de octubre se está realizando el seminario “Defensa de los Derechos Humanos en Chile: del Mimeógrafo al Notebook”, organizado por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y la Corporación Harald Edelstam, con la participación de representantes de más de 30 organizaciones. El evento, destinado a promover la inserción de las organizaciones de derechos humanos en las redes sociales, representa una convergencia de fondo en el mundo social y la sociedad civil.

La emergencia de los movimientos sociales constituye sin duda la principal novedad política del período postconcertacionista inaugurado en 2010. Aunque éstos jugaron un papel de primera línea en la lucha anti dictatorial, durante la transición se eclipsaron producto del éxodo de dirigentes y militantes hacia el Parlamento y las tareas de gobierno, amén de una política que buscó exitosamente su desmovilización y autodisciplinamiento tras las exigencias de la transición.

En 2010, sin embargo, aunque ya antes esta realidad mostraba signos de agotamiento como lo evidenciaron las llamadas movilizaciones de los pingüinos en 2006 y las de las comunidades mapuches, el “pacto implícito” entre el mundo social y la Concertación no pudo ser revalidado por el Gobierno de la Alianza, viéndose éste enfrentado al renacer de las demandas y las movilizaciones, fenómeno que llegó para instalarse, más allá del signo político del gobierno.

Los nuevos movimientos sociales han sido liderados, como en otras ocasiones en Chile, por el movimiento estudiantil, el que ha puesto sobre la mesa un cuestionamiento profundo al modelo de sociedad de mercado, partiendo por el sistema educacional pero extendiendo su crítica a otros aspectos o sectores de la vida social en donde el mercado campea, como la salud, la seguridad social, el trabajo y otros que a juicio de los estudiantes debieran ser sectores en donde la sociedad y el Estado garanticen ciertos derechos.

Las demandas del movimiento social se relacionan con una mirada más vasta de los derechos humanos y la democracia. Los movimientos de derechos humanos, a su vez, amplían su mirada hacia los derechos sociales y culturales. Esta convergencia podría ser un camino de cambio para Chile.

Que la crítica ha calado hondo y se ha extendido lo evidencia el documento “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile” del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, que entre otras cosas dice que “Chile ha sido uno de los países donde se ha aplicado con mayor rigidez y ortodoxia un modelo de desarrollo excesivamente centrado en los aspectos económicos y en el lucro”, que “ese modelo ha privilegiado de manera descompensada la centralidad del mercado, extendiéndola a todos los niveles de la vida personal y social. La libertad económica ha sido más importante que la equidad y la igualdad. La competitividad ha sido más promovida que la solidaridad social y ha llegado a ser el eje de todos los éxitos.

Se ha pretendido corregir el mercado con bonos y ayudas directas descuidando la justicia y equidad en los sueldos, que es el modo de dar reconocimiento adecuado al trabajo y dignidad a los más desposeídos. Hoy escandalosamente hay en nuestro país muchos que trabajan y, sin embargo, son pobres”. Y que “movidos por motivos aparentemente razonables, propios de un desarrollo económico acelerado, se postergan medidas que retardan hasta lo inaceptable una mejor distribución y una mayor integración social. Esto se da, por ejemplo, en la dificultad de revisar el sistema impositivo”.

La mirada antineoliberal del movimiento estudiantil ha resultado sumamente refrescante para nuestro país que había asumido mayoritariamente como verdades eternas e incuestionables las lógicas de la sociedad de mercado. La crítica de los movimientos sociales —y ahora de la Iglesia chilena— al ultraliberalismo es completamente convergente con la perspectiva de los Derechos Humanos.

En efecto, el ultraliberalismo es una doctrina que aunque cree inspirarse en la libertad del ser humano, resulta en la práctica opuesta a la democracia y a los derechos humanos, tanto individuales como sociales, económicos o culturales. Coloca la soberanía de las fuerzas económicas —autonomizadas de la moral y de la política— por encima de la soberanía popular. Para el neoliberalismo, el Estado sólo debe intervenir para favorecer el libre funcionamiento de la competencia, para engrasar los engranajes de una entidad que funcionaría de acuerdo a leyes naturales (el mercado). Su papel es facilitar el despliegue del poder económico, no limitarlo. Los perdedores, los que se quedan al margen, se convierten en auténticos desechos del sistema, condenados a la pobreza y al desprecio.

Desde este punto de vista, como lo afirma Todorov, el ultraliberalismo participa del culto del super hombre y se inspira en la percepción de Nietzsche. Obviamente, en las sociedades que se rigen por esta doctrina, los espacios para un proyecto político relevante están cerrados. El pueblo ha perdido su soberanía en manos del mercado.

La convergencia entre el movimiento de los derechos humanos y los movimientos sociales encuentra entonces fundamentos bien de fondo: una concepción del ser humano basada en la tradición humanista que insiste en la naturaleza social del hombre y en donde la economía debe estar relacionada con los fines colectivamente asumidos por una comunidad democrática, deliberante y soberana. Cuando los estudiantes reclama “Educación Gratuita y de Calidad” lo que están pidiendo es que la sociedad decida libremente garantizar esos derechos de acuerdo a sus posibilidades y no los deje entregados al mercado. Lo que piden es que el Estado se involucre en la consecución de esos objetivos, no sólo entregando “vouchers” o subvenciones (para facilitar el acceso a un mercado de la educación).

Las demandas del movimiento social se relacionan entonces con una mirada más vasta de los derechos humanos y la democracia. Los movimientos de derechos humanos, a su vez, amplían también su mirada hacia los derechos sociales y culturales. Se trata de una convergencia que está en el corazón de lo que podría ser un camino de cambio para Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias