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El momentum de la economía chilena Opinión

El momentum de la economía chilena

Francisco Castañeda
Por : Francisco Castañeda Economista de la Universidad de Santiago de Chile
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Alcanzada cierta estabilidad macroeconómica, la autoridad tiene aún serios desafíos que acometer en educación, productividad, financiamiento de empresas, y ciertamente en inclusión social. Aunque las noticias de empleo son alentadoras (a pesar de su desigual repartición de ingresos y controversial calidad), las cifras de productividad evidencian preocupación en cuanto a la sostenibilidad futura de la economía chilena.


Mirado Chile desde el extranjero, se le aprecia y sobre todo se le respeta. Incluso en la Alemania “muy poco neoliberal” la experiencia chilena de las últimas décadas, evidencia a grandes rasgos, cómo un país puede alcanzar estabilidad para aspirar a algo muy ecléctico y discutido, llamado Desarrollo. Esta palabra, símbolo de la esperanza, que reluce de vez en cuando en los discursos de los mandatarios y de la elite transversalizada para decirnos que el desarrollo está cerca y que no hay que impacientarse.

Pero alcanzada cierta estabilidad macroeconómica, la autoridad tiene aún serios desafíos que acometer en educación, productividad, financiamiento de empresas, y ciertamente en inclusión social. Aunque las noticias de empleo son alentadoras (a pesar de su desigual repartición de ingresos y controversial calidad), las cifras de productividad evidencian preocupación en cuanto a la sostenibilidad futura de la economía chilena. No basta con dos décimas menos de inflación, ni subir 14 puntos en el Simce para señalar “que vamos en el camino correcto”. Aún existen en Chile demasiadas poblaciones donde no hay áreas verdes, ni bibliotecas públicas, ni menos expectativas de progreso futuro. Aún hay muchos ghettos en regiones y en Santiago donde la segregación y la creencia de que se vive en países paralelos es una realidad. Aún todavía en pleno siglo XXI el poder empresarial y político se concentra en Santiago, aunque la producción de la mayoría de los bienes ocurra en regiones.

Por todo lo anterior, Chile necesita más pragmatismo en su política económica de modo que pueda dimensionar coherentemente estos desafíos. No basta solucionar toda la problemática social con alzas de impuestos. Aunque las empresas conscientes de este lado social débil como país, han estado dispuestas a regañadientes a que les suban los tributos. No en la magnitud señalada hoy por los que fueron gobierno hace unos años (y que no lo hicieron). Pero claro está que empresariado, gobierno y trabajadores deben concurrir en un nuevo pacto social.

[cita]Chile necesita más pragmatismo en su política económica de modo que pueda dimensionar coherentemente estos desafíos. No basta solucionar toda la problemática social con alzas de impuestos. Aunque las empresas conscientes de este lado social débil como país, han estado dispuestas a regañadientes a que les suban los tributos. No en la magnitud señalada hoy por los que fueron gobierno hace unos años (y que no lo hicieron). Pero claro está que empresariado, gobierno y trabajadores deben concurrir en un nuevo pacto social.[/cita]

La dinámica de la globalización impone una severa competencia: ya no se trata de abrir más mercados, ni firmar otro TLC más. Se trata de agregar variedad a la oferta productiva actual; esto implica potenciar tejidos PYMEs en las cadenas globales de producción y capacitar la mano de obra, de modo de hacer más competitiva la oferta chilena de bienes y servicios.

Los asiáticos y nórdicos lo vienen haciendo desde hace décadas; ahí están sus resultados. Hay muchas iniciativas del Estado chileno en diferentes sectores en términos de incentivos tecnológicos y similares, pero con relativos bajos presupuestos, y poca convicción de que problemas de competitividad en diferentes industrias chilenas se pueden resolver a través de acciones colectivas (Estado y Empresas). La desconfianza y su ethos envolvente predominan en la escena. Además las señales del sistema político son erráticas; hay escasa creencia de los ciudadanos en los líderes: “Prometen hoy lo que no hicieron; y no harán mañana lo que hoy prometieron”.

El empoderamiento de la clase media y sus demandas no son lo que el Banco Mundial llama “la trampa de los países de ingreso medio”, y que tanto le gusta como concepto al Ministro Longueira y a Alejandro Foxley. La trampa de los países de ingresos medio no es más ni menos el error de creer que ese es el ingreso medio de la gran mayoría de los chilenos. Ciertamente las capas medias y bajas han accedido a más bienes; el mercado ha ampliado límites y espacios de consumo donde antes no lo había permitiendo un vigoroso intercambio. Pero en general hay gran hegemonía de grandes empresas en estos espacios, con alta opacidad en contratos y letras chicas, y con relaciones muy desiguales para trabajadores y PYMEs interactuando con los conglomerados. Aquí la política pública brillaba por su ausencia. Y la paradoja, es que en un gobierno conservador, comenzó —aunque zigzagueantemente— un mayor control en estos mercados.

Quedan entre otros desafíos encarar la problemática de los pueblos indígenas, el tema previsional, la calidad y acceso a educación de calidad, y ciertamente la reforma del Estado para premiar el buen servicio público, con asignación de estabilidad y eliminar los abusos de mandos intermedios.

¿Y como se resuelve el puzzle?

Más “Mercado” dirán Novoa, Fontaine y Golborne; aunque lo embellecerán como concepto. Mercado inteligente, mercado sustentable y otros.

Más “Política Industrial” dirá Velasco, Bachelet y Orrego. Aquí la política industrial viene a ser el viejo Estado pero resucitado, y en un contexto de siglo XXI (con reminiscencias del desarrollismo de los 60 por supuesto) debido que el eje de la discusión fue abruptamente desplazado por los movimientos sociales y no podían evadirse de la realidad. La nueva administración del poder concertacionista no podía presentarse con la misma máscara en este nuevo baile de preludio a la gran escena. Ya economistas y sociólogos de su espectro preparan y estetizan esta nueva versión del Estado (“política industrial para el siglo XXI”) para no ahuyentar a los deudos; y aumentar los feligreses.

La música del baile de máscaras ya comenzó a sonar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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