Publicidad

Piñera fuera del protocolo y la mesura, again and again

Carlos Parker
Por : Carlos Parker Instituto Igualdad
Ver Más

La dignidad del cargo de Presidente de Chile debe ser respetada a todo trance y bajo cualquier circunstancia. Eso lo debiera saber en primer lugar el propio Presidente, y también los ministros que le acompañan, quienes en lugar de celebrar sus desmadres, debieran concurrir a moderarlos y a ponerles atajo.


El Presidente Sebastián Pinera ha vuelto a obsequiar al país con otra de las conocidas y reiteradas salidas de libreto, en las que suele incurrir cuando viaja fuera de Chile y siempre que se presenta la ocasión.

Esta vez, y como todo el país pudo observar, una vez culminada la reunión con el presidente Barack Obama, nuestro mandatario volvió a ser derrotado por su impulsividad y su irrefrenable tendencia a improvisar y a saltarse las reglas.

De modo que para relajar todavía más el ambiente de concordia y coincidencia dominante en la Casa Blanca, Sebastian Piñera, el Presidente de Chile, no encontró nada mejor que permitirse, a su propio arbitrio y de modo inopinado y a mansalva, que tomar asiento a sus anchas en el sillón presidencial de su colega de cuerpo presente. Acto seguido, y como si lo actuado fuera poco, procedió a acomodarse como “Pedro por su casa”, sobre el histórico escritorio, como quien se prueba una prenda ajena en presencia del propietario.

[cita]La dignidad del cargo de Presidente de Chile debe ser respetada a todo trance y bajo cualquier circunstancia. Eso lo debiera saber en primer lugar el propio Presidente, y también los ministros que le acompañan, quienes en lugar de celebrar sus desmadres, debieran concurrir a moderarlos y a ponerles atajo.[/cita]

Todo aquello, evidentemente, con el propósito de darse uno de los mayores gustos de su vida y, de paso, poder mostrar a sus familiares y amigos los testimonios gráficos del momento desmesurado y estelar que había decidido experimentar. Por la sencilla razón de que se vio tentado a hacerlo, no pudo contenerse y le dio la real gana de perpetrarlo, viendo que aquello era posible.

En el audio se oye claramente que el canciller Alfredo Moreno y en tono de quien celebra el desaguisado pregunta al presidente Obama si acaso antes alguien había hecho algo semejante. Se escucha que Obama responde que no, y esa respuesta debe haber complacido enormemente a nuestro Presidente. Si acaso en aquel mitico sillón se habían sentado previamente y en público solo presidentes de los EE.UU., pues tanto mejor. Más grande la hazaña, más simpática, inusual y desorbitada “la gracia”.

Menos mal que se trató del presidente Obama, bien conocido por su carácter amable. No queremos ni imaginar que hubiese pasado si acaso se hubiese tratado de Nixon, George Bush u otro mandatario norteamericano menos tolerante y permisivo, y más malhumorado.

A estas alturas del partido, todo conocemos perfectamente el talante del Presidente Piñera. Siempre dado a trasponer los límites, a romper los libretos y a saltarse los rígidos protocolos que norman este tipo de encuentros de alto nivel.

Al Presidente Piñera nadie le puede pedir, razonablemente, que deje de ser quien es íntimamente. Ni que se desdoble en la persona juguetona y olímpica que tiende a ser, y la autoridad y el cargo del que está investido y le confieren una condición única y especial en tanto Jefe de Estado, actuando en nombre y representación del Estado de Chile y de sus ciudadanos. De quienes le apoyan y de quienes le confrontan.

Pero sí es exigible que, al menos en lo que resta de su mandato, y empezando por el resto de la gira internacional que está desarrollando, haga todo lo posible para comportarse como el Presidente de Chile y no como el ciudadano privado Sebastián Piñera Echeñique.

La dignidad del cargo de Presidente de Chile debe ser respetada a todo trance y bajo cualquier circunstancia. Eso lo debiera saber en primer lugar el propio Presidente, y también los ministros que le acompañan, quienes en lugar de celebrar sus desmadres, debieran concurrir a moderarlos y a ponerles atajo.

Este tipo de gestos sin precedentes en nuestra vida republicana generan hastío y hasta vergüenza entre quienes nos vemos obligados a presenciarlos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias