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Televisión Abierta: una deuda con la cultura

Patricio Olavarría
Por : Patricio Olavarría Periodista especializado en Política Cultural
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La industria de la entretención es una de las más fuertes, y una de las que genera mayores ganancias en el mundo junto a las armas, y las farmacéuticas. Creer que todos somos pobrecitos mortales (como decía Florcita Motuda) que pasamos largas horas frente a una pantalla solo para divertirnos o entretenernos, de algún modo es creer que tenemos la edad mental de un niño de diez años, que fue lo que dijo Mario Kreutzberger alguna vez cuando le preguntaron por qué no hacía una televisión más seria.


“Pobrecito mortal, si quieres ver menos televisión descubrirás… que aburrido estarás por la tarde» recitaba en 1978 el popular Florcita Motuda a los cuatro vientos. Año que coincide en Chile con los inicios de la televisión a color, y que luego Pinochet refrendaría anunciando que, de cada cinco chilenos, uno tendría un televisor en su casa. Probablemente ambos, el cantante y el militar, sabían muy bien que la pantalla chica sería el lugar desde donde la vida de los chilenos comenzaría a articularse, y desde donde el mercado podría también extender sus tentáculos. Mal que mal, la vieja ilusión por salir de la pobreza y acceder a una vida mejor, pasaría también por un televisor instalado en el comedor, o puesto sobre un cajón de manzanas. Es decir, el televisor y la televisión en Chile fueron desde fines de los setenta, y hasta el día de hoy, el lugar común de los chilenos.

La polémica sobre el fin de “Una Belleza Nueva” de Cristián Warken, que se opuso aceptar un horario irrisorio en TVN, abre nuevamente la discusión sobre la calidad y los verdaderos intereses de quienes dirigen la televisión en este país. No cabe la menor duda que el programa en su formato de entrevista reflexiva e íntima, no es un asunto que interese a los auspiciadores del “canal de todo los chilenos” y, lo más seguro, tampoco tiene cabida en el actual modelo de televisión abierta que se encuentra ahorcado por el rating. El problema es que al igual que la crisis de la Educación o del sistema de Salud Pública en Chile, la televisión no queda afuera y las grietas ya se ven notoriamente en la pobreza de sus contenidos, y la cantidad de programas basura que se emiten diariamente.

[cita]La industria de la entretención es una de las más fuertes, y una de las que genera mayores ganancias en el mundo junto a las armas y las farmacéuticas. Creer que todos somos pobrecitos mortales (como decía Florcita Motuda) que pasamos largas horas frente a una pantalla solo para divertirnos o entretenernos, de algún modo, es creer que tenemos la edad mental de un niño de diez años, que fue lo que dijo Mario Kreutzberger alguna vez cuando le preguntaron por qué no hacía una televisión más seria.[/cita]

Documentos históricos como “La Batalla de Chile” de Patricio Guzmán o el “Diario de Agustín” de Ignacio Agüero, entre otros, sencillamente han sido censurados. Esperemos que este año en que se conmemoran los 40 años del Golpe de Estado al menos la televisión haga un esfuerzo crítico y reflexivo en torno a nuestra historia. Sería lamentable que lleguemos a los 40 años, como fue también la conmemoración del Bicentenario, con una televisión repleta de realitys y programas de farándula que no aportan nada al diálogo constructivo, que carecen de imaginación, que son absolutamente predecibles, pobres en términos de lenguaje, y que no potencian en lo absoluto al intercambio creativo de ideas, o una sencilla conversación de amigos que se tropiezan con problemas reales y cotidianos.

La televisión abierta chilena es mediocre, hay que decirlo con todas las letras. Es una televisión centralista, que carece de una mirada de país multicultural, y al mismo tiempo es provinciana en cuanto no está en conexión con las nuevas tendencias y los grandes acontecimientos mundiales en lo que respecta a las artes, la moda, la arquitectura, las ciencias, etc. Podríamos decir que no es una televisión que sea el reflejo de un país desarrollado, y muy por el contrario, solo hace eco de eventos como las olimpiadas, el mundial de fútbol, o una final de tenis porque es un buen negocio. No obstante su mirada es de corto plazo y, por ende, miope.

Si analizamos los criterios que establece el propio Consejo Nacional de Televisión (CNTV) con respecto de la cultura, el asunto se agrava un poco más. Por ley se establece que los canales de televisión abierta deben emitir una hora de señal cultural a la semana en forma obligatoria. Asunto que, si bien es totalmente absurdo, se suma a lo que la normativa considera como “programas culturales” y que es francamente un chiste.  Una cosa es que estemos de acuerdo con el lugar común de que “todo es cultura”, pero otra es que tengamos que ver cada día más programas sobre animales exóticos, el origen del universo, turismo alternativo, la gastronomía de los pueblos ancestrales, la sacrificada vida de los colonos alemanes, el cambio climático, o la inquisición en América Latina. De hecho el género que más se repitió dentro de la oferta cultural fue el documental, y el canal que presentó un mayor volumen de lo que el CNTV entiende como programación cultural, fue TVN con un total de 627 minutos durante el mes de marzo de este año. Es decir un equivalente aproximado a un 1.5 % de la programación mensual.

Se han realizado series valiosas desde la perspectiva histórica y de gran sintonía y calidad como es el caso de “Los Archivos del Cardenal” o “Los Ochenta”, que han contado con aportes de fondos del Estado. Sin embargo no es suficiente. No es suficiente, primero, porque los contenidos de la programación cultural no pueden estar solo hechos de proyectos concursables, y en segundo lugar porque la televisión cultural, más que los “programas culturales” deberían ser una apuesta estatal que no tenga nada que ver con el rating. Me refiero a un Proyecto de Estado que se haga responsable de los contenidos que se le están entregando a la población. Si uno de cada 4 niños no comprende lo que lee en Chile, y si según la UNESCO Chile es uno de los países en donde menos se lee, obviamente la televisión como medio de comunicación tiene una obligación ética y política de la que se tiene que hacer cargo. Obviamente no es la única responsable, pero es evidente que se hace cómplice.

TVN por ley es una personalidad jurídica de derecho público y constituye una empresa autónoma del Estado. Sin embargo, no tiene nada de alentador y es una pésima señal poner a la cultura en el patio trasero cuando debería ser al revés. Pero tampoco podemos esperar otra cosa de un canal de televisión que se rige por las mismas normas financieras de una sociedad anónima, su balance es auditado por empresas externas (seguramente para ser más transparente), y no se tutela bajo las mismas pautas que otras empresas fiscales.

Sin duda, uno de los temas que uno extraña en los “debates” de los aspirantes a La Moneda, y en eso parecen estar de acuerdo, es justamente en cuanto al rol de la televisión pública, y en particular sobre la cultura como un asunto de todos y para todos. Lamentablemente la institucionalidad cultural tampoco aborda el problema decididamente. El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes no tienen injerencia en las políticas y decisiones que toma el CNTV que depende además de la Secretaría General de Gobierno. Es decir, del Presidente de la República de turno.

Si la televisión abierta es el lugar desde donde miles de chilenos, y especialmente los quintiles más pobres desarrollan su imaginario cultural, lo más seguro y alarmante es que nos enfrentamos a un problema que requiere de una cirugía urgente. Los canales de televisión por cable hacen una apuesta diferente pero no es lo mismo. Tampoco podemos pretender que el problema se resuelva solo por esta vía porque no todos gozan de una señal pagada en sus hogares. Por otra parte, no hemos sido capaces de implementar un proyecto programático de alta calidad, y los esfuerzos independientes permanecen en la agonía como es el caso del actual canal ARTV, que en sus inicios fue uno de los proyectos más innovadores, y un precursor de la televisión cultural en la transición. Sin embargo, salvo algunas iniciativas apoyadas por la Ley de Donaciones Privadas, y ese es otro tema, el Estado chileno nunca lo auxilió en forma sistemática.

La industria de la entretención es una de las más fuertes, y una de las que genera mayores ganancias en el mundo junto a las armas, y las farmacéuticas. Creer que todos somos pobrecitos mortales (como decía Florcita Motuda) que pasamos largas horas frente a una pantalla solo para divertirnos o entretenernos, de algún modo, es creer que tenemos la edad mental de un niño de diez años, que fue lo que dijo Mario Kreutzberger alguna vez cuando le preguntaron por qué no hacía una televisión más seria. Una apuesta por la cultura, sin duda, es mucho más que eso. También es arriesgarse al debate de ideas, al pensamiento crítico, a la reflexión, la inteligencia, el conocimiento, y el aprendizaje de nuevos lenguajes sociales.

Ojalá que las próximas autoridades tomen cartas en el asunto, y asuman el desafío de romper con la dictadura que les impone el mercado, y asuman el desafío de crear un nuevo proyecto de televisión cultural para todos los chilenos, sin tener que mirar si las cifras son de color rojas, azules, o del color que sean.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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