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Bachelet y Allamand: la lucha política

Gonzalo Bustamante
Por : Gonzalo Bustamante Profesor Escuela de Gobierno Universidad Adolfo Ibáñez
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Ella, cual Cronos, devorando al PC, poniendo temas como una nueva constitución, reforma tributaria, educación; y la ambigüedad que maneja es la propia de quien con experiencia sabe que el fervor revolucionario gratuito o es cosa de niños o de quienes nada tienen que arriesgar. Él destacando su carrera política de construcción de una centroderecha amplia, con vocación de mayoría que busca incorporar al centro, tomando temas de sociedad civil y poniendo el acento en grandes acuerdos transversales para realizar reformas del sistema político y definir políticas estratégicas de desarrollo.


De las grandes coaliciones, Bachelet y Allamand son quienes mejor encarnan un momento político.

¿Por qué?

La diferencia entre “problemas políticos” de los “técnicos” o “económicos” es que implican una pregunta por uno mismo que incluye  a otros. Son expresión de una racionalidad colectiva por excelencia. Por ejemplo, si alguien dice “soy chileno” obligatoriamente eso dirá relación con todo aquel que “ha sido, es y será: chileno”. Como lo señalase el filósofo británico Edmund Burke: “una comunidad política es un contrato pero no sobre intereses temporales particulares sino sobre una condición de vinculo histórica en cuanto pasado, presente y futuro”.

Por el contrario, un problema técnico lo es de aplicación de reglas para solucionar problemas acotados en tipo, tiempo y espacio. De igual forma los económicos (esos que son subsumibles bajo la ley de la “oferta y la demanda”) lo son de “necesidades y recursos”. Como nos recuerda el politólogo Tracy Strong, una conversación “económica” es absolutamente racional si es individualista (quiero comprar X tengo los recursos Y; ¿lo hago no lo hago?). No lo político; eso solo tiene sentido en cuanto articulación de la vida en común.

[cita]Ella, cual Cronos, devorando al PC, poniendo temas como una nueva constitución, reforma tributaria, educación;  y la ambigüedad que maneja es la propia de quien con experiencia sabe que el fervor revolucionario gratuito o es cosa de niños o de quienes nada tienen que arriesgar. Él destacando su carrera política de construcción de una centroderecha amplia, con vocación de mayoría que busca incorporar al centro, tomando temas de sociedad civil y poniendo el acento en grandes acuerdos transversales para realizar reformas del sistema  político y definir políticas estratégicas de desarrollo.[/cita]

De esto, pareciera nunca haberse enterado Velasco. Tiene méritos indudables como economista pero no políticos; al menos aún. Cree que sumando una frase de denuncia (la mala política) una actitud de atrevimiento (¡allá vamos!) una exposición de profesor claro y mateo; agresividad  en debates  por un segundo puesto más una cara de alegría; se transforma en un político. Su discurso carece de sustancia, es una lista larga de “medidas”. Es como Büchi pero en versión democrática y “buena onda”.

Orrego tiene otros problemas. Si bien apela  al DC-histórico (ese que combina un look charango-palta con una vocación por los más necesitados y veraneo en Cachagua) su  partido ha estado más atribulado con no disgustar a la segura ganadora que preocupado de su destino. Segundo, cree  que el discurso del  activismo social, la actitud de miembro de ONG y una retórica de  “tengo calle”,  son un contenido político suficiente para el Chile de hoy.

Gómez no pasa de ser un intento tenue por tratar de representar a los sectores más díscolos de la Concertación pero sin salir de ella; y en una de esas  el otrora glorioso Partido Radical logra una mejor ubicación que la de reliquia de museo. De todos modos no habría que darlo por “muerto” en la pelea concertacionista por el segundo lugar; al menos si los partidarios de la Asamblea Constituyente existen realmente.

Longueira, al revés de Golborne,  es sin duda un político. Su problema es que simboliza en el imaginario de un sector amplio de la población la idea de una versión “hardcore” de lo que es la derecha cultural e ideológica. Si gana el 30 de junio es para la Alianza asegurar una derrota holgada en noviembre. No lo ayuda el que su discurso se agota en aspirar a ser una suerte de “Berríos gremialista” acompañado de eternas letanías “he dedicado  mi vida…”  sobre el sacrificio personal que ha realizado por  ayudarnos a todos; ¿creerá que puede obtener votos por pena o gratitud? La estructura doctrinaria del apoliticismo  propio del gremialismo le juega en contra.  Lavín le aporta experiencia electoral y slogans vacíos como “el centro-social”; no contenido.

Bachelet y Allamand son quienes mejor articulan discursos políticos para generar un “nosotros”.

Ella, cual Cronos, devorando al PC, poniendo temas como una nueva constitución, reforma tributaria, educación;  y la ambigüedad que maneja es la propia de quien con experiencia sabe que el fervor revolucionario gratuito o es cosa de niños o de quienes nada tienen que arriesgar. Él destacando su carrera política de construcción de una centroderecha amplia, con vocación de mayoría que busca incorporar al centro, tomando temas de sociedad civil y poniendo el acento en grandes acuerdos transversales para realizar reformas del sistema  político y definir políticas estratégicas de desarrollo. Caras como Parot, Cruz-Coke refuerza esa búsqueda de “ser mayoría”.

Tanto Bachelet como Allamand muestran una comprensión más profunda de eso que describió Hobbes: la geometría es explicable porque posee reglas espaciales construidas a-priori; la política es entendible  porque la comunidad política al igual que la geometría; es una construcción de nosotros.

Hace tiempo que no se veía una elección que con tanta fuerza la pregunta central es  ¿qué definirá “soy chileno”?

Eso es un momento político; ni económico ni técnico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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