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La demanda por la calidad en la educación: claves para una reforma transformadora

Rodrigo Fecci
Por : Rodrigo Fecci Abogado, Universidad de Chile
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Es necesaria una táctica que acote el debate a temas fundamentales que resulten ser ganadas concretas en un horizonte transformador, temas que deben definirse adecuadamente. Y, para esto, se debe recuperar el sentido, los objetivos centrales que busca una reforma educacional y dirigir la agenda hacia ellos, lo que permitirá retomar la fuerza y la convicción necesarias para realizar estas tareas, y por lo mismo deben ser la base desde la cual apunten las reformas y los esfuerzos del gobierno, así como la acción de los diversos actores sociales por la educación.


Desde el comienzo del actual gobierno y conforme ha avanzado el debate público respecto a la reforma educacional, los sectores que proponen mantener el actual sistema educativo han cuestionado constantemente y por diversos medios cada uno de los pilares transformadores levantados tanto por el gobierno como por las fuerzas sociales. En esta línea, los últimos resultados de la encuesta CEP –constando los importantes cuestionamientos a las preguntas realizadas– significarían una muestra de un “triunfo” de esta táctica, pues la mayoría de la ciudadanía parece mostrarse favorable al lucro, el copago y la selección, y no estar de acuerdo con la educación gratuita, entre otras cosas, en las que destaca además un bajo apoyo al movimiento estudiantil.

Por esta razón y ante la posibilidad de que la contingencia frente a un debate que se ha extendido por tantos años desvíe los objetivos centrales, y ponga en peligro la posibilidad de concretar avances importantes, debemos cuestionarnos cuál es el camino a seguir para asegurar la ocurrencia de verdaderos cambios en educación.

Para revertir la situación, parece ser clave que los distintos actores políticos y sociales favorables a las transformaciones impulsen un discurso que haga sentido y reconquiste a las mayorías que apoyaron anteriormente esa agenda, generando el clima necesario para conseguir los objetivos trazados. De este modo, parece ser bueno volver a los orígenes de los problemas y desde allí plantearse las tareas a realizar.

[cita]Es necesaria una táctica que acote el debate a temas fundamentales que resulten ser ganadas concretas en un horizonte transformador, temas que deben definirse adecuadamente. Y, para esto, se debe recuperar el sentido, los objetivos centrales que busca una reforma educacional y dirigir la agenda hacia ellos, lo que permitirá retomar la fuerza y la convicción necesarias para realizar estas tareas, y por lo mismo deben ser la base desde la cual apunten las reformas y los esfuerzos del gobierno, así como la acción de los diversos actores sociales por la educación. [/cita]

Dicho lo anterior, es necesario recordar que la demanda estudiantil del año 2006 partía de un diagnóstico contundente y que sigue vigente: la gran mayoría de los estudiantes en Chile recibe mala educación, siendo esto lo más sentido por las familias, mientras una pequeña minoría es privilegiada con una escolaridad que le otorga las herramientas necesarias para enfrentar su futuro. Desde aquel diagnóstico surgen un objetivo y consigna muy claros: educación de calidad, debiendo ser un derecho para todos y no un privilegio. Tan evidente era esta situación, que se comprobaba en las pruebas estandarizadas aplicadas –Simce y PSU–, de tal modo que gran parte de los estudiantes simplemente quedaban marginados de acceder a la Universidad, lo cual es un reflejo de los diferentes y abismantes niveles culturales que existen en nuestra sociedad, y que se encuentran directamente relacionados con el nivel socioeconómico, siendo además una de las principales causas de la desigualdad.

Esta demanda, que comienza más como un instinto que como una idea desarrollada, con el paso del tiempo fue ganando experiencia y madurez. Así, en el mismo 2006, se planteó que el motivo de la mala educación escolar era la municipalización, por lo que se pidió la derogación de la LOCE que la establecía, y más concretamente con el paso de los años se cristalizó en una demanda con contenido político, que entendía el verdadero motivo por el cual la educación en Chile es de pésima calidad: ponerle fin a la educación de mercado, debiendo consagrarse la educación como un derecho para todos, no dependiendo de la capacidad de pago y, por ende, su gratuidad. Aquí comienzan a surgir fricciones mayores con la institucionalidad política y se acusa incluso la “politización” del movimiento por la educación, como si no existiera conexión alguna entre terminar con el mercado en la educación y la calidad.

Sin embargo, el problema es práctico y se explica por sí mismo, y recordarlo nos puede dar pistas de los énfasis que deben poner las fuerzas transformadoras. Al funcionar la educación en un mercado, como cualquier otro bien o servicio que se transa según las reglas de la oferta y la demanda, como pueden ser los zapatos, los automóviles, etc., quien tiene mayores ingresos y, por ende, puede destinar más dinero, adquiere un producto de mayor calidad que quien destina menos de su bolsillo para adquirir ese bien o servicio. Por lo tanto, bajo esa lógica, los mismos que son beneficiados por el actual modelo de desarrollo económico –los más ricos– perfectamente y sin problema adquieren el mejor producto, y lo más preocupante, quienes no pueden destinar recursos propios a financiar su educación, adquieren lo peor que un sistema de mercado puede ofrecer: lo público. La teoría y práctica económicas así lo muestran sin complejos, y es esta realidad el motivo por el cual debe dejar de entenderse la educación como un negocio.

Por ende, se debe recordar que el debate por el fin al lucro y el fortalecimiento de la educación pública no son discusiones ajenas al problema esencial que tiene la educación y que comienza a ser patente en ese diagnóstico intuitivo del año 2006, que es su calidad y las herramientas que entrega el sistema educativo a la mayoría de las personas. Por el contrario, esta concepción comprende que si bien gran parte de la calidad se juega en el “aula”, esa aula no es una abstracción, sino que se inserta en una sociedad y un modelo, modelo que actualmente y bajo cualquier razonamiento lógico condena a las grandes mayorías a una educación de la peor calidad que el sistema le puede otorgar y, en consecuencia, sin descaro, a reproducir las grandes diferencias económicas y sociales. Por lo tanto, transformar ese modelo y atacar esa realidad es la gran tarea que hay por delante.

Si logramos tener una reforma que termine con esta lógica, es decir (1) que extirpe el motor de todo mercado: el lucro; y (2) fortalezca el sistema al que acceden los que no pueden pagar: la educación pública, podremos avanzar firmemente en terminar con una gran brecha de desigualdad en nuestro país. Por lo tanto, es necesaria una táctica que acote el debate a temas fundamentales que resulten ser ganadas concretas en un horizonte transformador, temas que deben definirse adecuadamente. Y, para esto, se debe recuperar el sentido, los objetivos centrales que busca una reforma educacional y dirigir la agenda hacia ellos, lo que permitirá retomar la fuerza y la convicción necesarias para realizar estas tareas, y por lo mismo deben ser la base desde la cual apunten las reformas y los esfuerzos del gobierno, así como la acción de los diversos actores sociales por la educación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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