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Educación: por favor no hablemos más de calidad

Marcelo Rioseco
Por : Marcelo Rioseco Académico Facultad de Ciencias de la Educación Universidad de Talca
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La falta de calidad no es el problema de la educación chilena en la actualidad. Por lo menos, no es el problema que tenemos las personas que vivimos y formamos parte de esta sociedad. Por el contrario, el gran problema de la educación actual es que su valor se ha reducido al concepto de calidad. Con ello, se ha fomentado el surgimiento de una educación individualista, exitista, orientada a la instrucción, que descuida los procesos y se apega a los resultados, que vive en función de las pruebas estandarizadas y que cosifica a los(as) estudiantes y a los(as) profesores(as).


Primero, se apropiaron del concepto de “libertad”. Lo mutilaron. Eliminaron de él aquello que tenía que ver con la capacidad humana de elegir, de manera intencional. Lo desvincularon del plano existencial y lo redujeron a la libertad para acumular riqueza económica en un contexto social desigual en cuanto a oportunidades. Paradójicamente, fue una dictadura militar la que instaló en Chile esta noción de libertad, mientras censuraba a los medios de comunicación, intervenía las escuelas y las universidades y perseguía a sus adversarios políticos, encarcelándolos, torturándolos y haciéndolos desaparecer.

El concepto de “calidad”, en cambio, no fue una usurpación. Se trata de una noción que proviene del ámbito de la administración de empresas, y que se introdujo en el campo de la educación para comprender y describir la formación de las personas como un proceso esencialmente productivo.

Un producto será de calidad cuando cumpla con ciertas condiciones que, en un lenguaje técnico, se llaman estándares. Los estándares de un producto están pensados desde el punto de vista de las necesidades o requerimientos de un “consumidor”. A su vez, el proceso productivo también podrá ser evaluado mediante la noción de estándares de calidad, si los procedimientos técnicos y gerenciales para la elaboración de un determinado bien, han sido realizados asegurando la satisfacción del cliente y los bajos costos. Precisamente para certificar la calidad en la fabricación, comercio y comunicación de bienes y de servicios, a lo largo de todo el mundo, fueron creadas las conocidas normas ISO (International Organization for Standardization).

[cita] La falta de calidad no es el problema de la educación chilena en la actualidad. Por lo menos, no es el problema que tenemos las personas que vivimos y formamos parte de esta sociedad. Por el contrario, el gran problema de la educación actual es que su valor se ha reducido al concepto de calidad. Con ello, se ha fomentado el surgimiento de una educación individualista, exitista, orientada a la instrucción, que descuida los procesos y se apega a los resultados, que vive en función de las pruebas estandarizadas y que cosifica a los(as) estudiantes y a los(as) profesores(as). [/cita]

Cuando trasladamos esta manera de describir y de valorar procesos empresariales productivos a una actividad como la educación, necesariamente la estaremos entendiendo como un servicio o como un bien de consumo (intangible), que es entregado a los estudiantes (clientes) junto a servicios complementarios, como el uso de bibliotecas, laboratorios, alimentación, etc. Las instituciones educativas serán empresas (con o sin fines de lucro), los profesores serán empleados calificados, y la jerarquía académica será parte de la gerencia. El servicio ofrecido por las empresas educativas, será la formación de competencias en los estudiantes quienes, a su vez, se interesarán por adquirirlas porque aumentan su atractivo y su plusvalía como productos en el mercado laboral. Como las competencias se estructuran en perfiles de egreso, estos constituyen una promesa que realiza la institución hacia sus clientes, los estudiantes, pero también las empresas y el gobierno. Por último, existirán las agencias de acreditación, equivalentes a la ISO, para verificar que estos perfiles de egreso efectivamente estén siendo abordados por las instituciones educativas y para certificar que se está cumpliendo con estándares fundamentales de calidad, tanto en los procesos, como en los productos que se generan, con el objetivo de mantener informados a los consumidores.

Si bien el modelo de aseguramiento de la calidad aporta un conjunto de herramientas conceptuales para sistematizar, objetivar y evaluar actividades y procesos que se llevan a cabo en el ámbito de la educación, al mismo tiempo, introduce de contrabando una mirada pragmática que reduce la finalidad de la educación a algo meramente instrumental. Supone, en primer lugar, que las personas dentro de una sociedad somos, antes que todo, consumidores o productos y que toda forma de organización humana responde o debe responder a una estructura empresarial. Por supuesto que no basta con que el modelo educativo basado en la noción de calidad incorpore dimensiones como el “saber ser” o del “saber convivir”, que se relacionan, entre otras cosas, con el propósito de aprender una ciudadanía responsable, adquirir un pensamiento crítico, respetar a las demás personas y valorar la diversidad humana. El modelo, en sí mismo, va en otra dirección. Es pragmático, utilitarista y permanentemente se intenta validar a sí mismo por su adaptación al mundo productivo. Obviamente no para transformarlo, no para comprendelo ni para criticarlo, sino para incorporarse a él con docilidad. Una educación impartida por la empresa, al servicio de la empresa y con el punto de vista jerárquico en torno a la participación, al poder y a la propiedad, perteneciente a la empresa.

La falta de calidad no es el problema de la educación chilena en la actualidad. Por lo menos, no es el problema que tenemos las personas que vivimos y formamos parte de esta sociedad. Por el contrario, el gran problema de la educación actual es que su valor se ha reducido al concepto de calidad. Con ello, se ha fomentado el surgimiento de una educación individualista, exitista, orientada a la instrucción, que descuida los procesos y se apega a los resultados, que vive en función de las pruebas estandarizadas y que cosifica a los(as) estudiantes y a los(as) profesores(as). Los mismos que distorsionaron la idea de la libertad, también han empobrecido el concepto de la educación, convenciéndonos que debe ser un instrumento al servicio de un modelo social establecido de acuerdo a sus creencias, a su ideología y a sus intereses. Y las verdaderas consecuencias, las verdaderas carencias de una educación que no está funcionando, las tenemos que soportar, cotidianamente, las personas comunes y corrientes: segregación, clasismo, falta de formación cívica, pérdida de la identidad cultural, crecimiento de la violencia y de la intolerancia, aumento de las enfermedades mentales, como el estrés, la depresión y las adicciones de todo tipo. Para qué hablar del analfabetismo funcional y la falta de pensamiento crítico y de pensamiento divergente con que la mayoría de los estudiantes de enseñanza media termina su ciclo escolar. ¿O es que acaso la educación no tiene que ver con estas cosas? ¿Para qué necesitamos mantener una educación que no está contribuyendo al bienestar individual y colectivo, y que, en lugar de fomentar la prosperidad para todos, promueve, a través de su misma configuración, la desigualdad, el enriquecimiento de unos pocos y la esclavitud de la mayoría? ¿De qué nos sirve una educación que no consigue formarnos como ciudadanos responsables de nosotros mismos y de nuestro entorno?

Mi propuesta es radical: el concepto de “calidad” debe abandonarse como ideal a conseguir en el ámbito de la educación. Ya ha entregado todo lo que puede aportar y, al mismo tiempo, ha generado todo el daño que puede producir. Necesitamos volver a pensar y volver a entender la finalidad social, cultural y personal de la educación y el concepto de calidad no nos ayuda. Por el contrario, empobrece la reflexión, nos distrae y nos conduce a lugares comunes, que automáticamente otorgan validez a un sistema en decadencia. Una vez que podamos pensar los fines de la educación desde una perspectiva distinta, las cosas comenzarán a cambiar de verdad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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