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Sobre la marcha: un nuevo triunfo del gobierno sobre el movimiento estudiantil

Nicolás Rojas Pedemonte
Por : Nicolás Rojas Pedemonte Doctor en Sociología, Director del Centro Vives de la Universidad Alberto Hurtado y Coordinador académico del Observatori del Conflicte Social de la Universitat de Barcelona.
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Entender a los movimientos como una siempre difícil articulación entre actores diversos (una coalición) y no como un actor monolítico e inmanente a la Historia, dará pistas para entender el curso del conflicto y la reforma estudiantil. Es necesario que los analistas consideren el papel articulador de los líderes y que, por su parte, los dirigentes estudiantiles actuales comiencen a fortalecer el alineamiento interno como condición sine qua non del impacto político y disruptivo del movimiento. A la clase política esto no hay que explicárselo, la máxima cesariana del “divide y vencerás” la tienen interiorizada a fuego y bien la aplican.


El gobierno puede cautelosamente comenzar a sacar cuentas felices e identificar en la reciente marcha del jueves 9 de octubre un primer hito triunfal sobre el movimiento estudiantil. El movimiento comienza a mostrarse fragmentado en dos y las grandes alamedas parecieron quedarle grande a la facción más combativa que marchó. Mucho se ha celebrado y estudiado la creatividad del movimiento estudiantil chileno, como también la profundidad de sus demandas, pero hoy sus adherentes pueden comenzar a lamentar la negligencia estratégica de sus líderes y la formalización de una escisión que hace meses se dejaba entrever: grosso modo, por un lado, el ala radical Feusach-ACES (con la FECH que se le aproxima)  y por otro, el ala moderada FEUC-Cones. Por cierto, la negligencia no radica en haber marchado, sino en haber sido incapaces de actuar en bloque, ya sea en las calles o sentados a la mesa discutiendo la reforma.

La historia contemporánea demuestra que es precisamente la convergencia entre radicales y moderados lo que fortalece y construye a los grandes movimientos. Y eso fue precisamente lo que ocurrió el 2011, con líderes capaces de alcanzar alineamiento interno entre sus facciones. Movimientos compuestos únicamente por radicales han tendido en la historia contemporánea a ser movimientos pequeños y de poco impacto político y, por su parte, movimientos compuestos sólo por moderados, tienden a ser actores escasamente entusiastas e impersistentes. Si ese jueves vimos marchar a escasos 10 mil estudiantes de la Aces junto a las facciones más combativas de la Confech, ¿dónde están los aproximadamente 70 mil restantes que marchaban el 2011? Posiblemente, muchos estarán agotados, pero quizás también muchos otros (como lo líderes que no marcharon) dispuestos a negociar y dialogar con el gobierno, aun al costo de la fragmentación del movimiento.

[cita]Entender a los movimientos como una siempre difícil articulación entre actores diversos (una coalición) y no como un actor monolítico e inmanente a la Historia, dará pistas para entender el curso del conflicto y la reforma estudiantil. Es necesario que los analistas consideren el papel articulador de los líderes y que, por su parte, los dirigentes estudiantiles actuales comiencen a fortalecer el alineamiento interno como condición sine qua non del impacto político y disruptivo del movimiento. A la clase política esto no hay que explicárselo, la máxima cesariana del “divide y vencerás” la tienen interiorizada a fuego y bien la aplican. [/cita]

Era de suponer que el curso del conflicto estudiantil este año estaría marcado por la interacción entre el gobierno y un movimiento débilmente cohesionado entre directivas ideológicamente polarizadas y sin la capacidad de convergencia de los anteriores líderes, entre ellos los que ahora operan desde el Parlamento. Esta marcha podría ser síntoma inequívoco de un proceso de aislamiento de los sectores más combativos del movimiento, frente al incentivo gubernamental de la “convergencia en el centro” de los sectores moderados; lo que la teoría conoce como “efecto de los flancos radicales”. Las concesiones del gobierno y su relativa apertura al diálogo, por cierto, desafían la articulación interna del movimiento y su poder de convocatoria.

Se suele caer en la tentación de explicar los movimientos sociales como efecto inmediato y directo de procesos mentales de los manifestantes. Tal como las más rudimentarias y reduccionistas perspectivas lo hicieron en siglos pasados, aún algunos analistas siguen creyendo que los movimientos se explican únicamente desde el jolgorio, el malestar, el mero cálculo instrumental, e incluso los más románticos ven sus causas en una autoafirmación esencial de un “pueblo” inquebrantable que resiste históricamente. La interacción y la disputa política entre los actores involucrados es lo que estas perspectivas desestiman. Son las propias interacciones entre los actores concretos, sus interpretaciones del contexto, sus discursos, sus repertorios de protesta y sus realineamientos en un escenario político y organizativo dinámico, las principales fuentes explicativas del curso del conflicto político y de los movimientos. Una perspectiva atenta a la interacción entre los actores involucrados permite identificar la relevancia de la disminuida marcha estudiantil del 9 de octubre.

Entender a los movimientos como una siempre difícil articulación entre actores diversos (una coalición) y no como un actor monolítico e inmanente a la Historia, dará pistas para entender el curso del conflicto y la reforma estudiantil. Es necesario que los analistas consideren el papel articulador de los líderes y que, por su parte, los dirigentes estudiantiles actuales comiencen a fortalecer el alineamiento interno como condición sine qua non del impacto político y disruptivo del movimiento. A la clase política esto no hay que explicárselo, la máxima cesariana del “divide y vencerás” la tienen interiorizada a fuego y bien la aplican.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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