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Más patrimonio, mejor ciudad

Eddie Arias Villarroel
Por : Eddie Arias Villarroel Sociólogo. Vecino del Barrio Yungay.
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Los inmuebles inmobiliarios modernos son el individualismo puesto a hegemonizar, la figura de la persona que llega en su automóvil a su estacionamiento y sube a su departamento sin saludar a nadie, no conoce a sus vecinos, muchos de sus accesos y usos están privatizados, ahí no hay polis, no hay encuentro, no hay otredad. Ese modelo avanza demoledor con el auspicio del Estado, y la política pública se mantiene tecnocrática, efectista, embriagada de una modernidad presententista donde no hay historia. No hay memoria, no hay sabiduría, porque estas fórmulas de hoy son las únicas.


La Asociación de Barrios y Zonas Patrimoniales (Vecinos de Yungay, Matta Sur, San Eugenio y Lastarria) desarrolla una campaña de apoyo a la modificación complementaria del Plan Regulador de Santiago, porque se requiere de mayor protección del patrimonio, que es el legado de la ciudad y su ciudadanía. La campaña se lanzó con el aniversario 474 de la fundación de Santiago y se llama “Más patrimonio, mejor ciudad”.

El plan regulador es una transformación del plusvalor del suelo, de su precio como mercancía, es una regulación política administrativa que interviene de manera decisiva el orden y valor de los espacios urbanos. Sus  cambios pueden transformar formas de vida, desarrollando sendas acumulaciones de capital, a través de actores fuertes que intervienen. Incluso el Estado los promueve. En un orden neoliberal, los subsidios de “renovación urbana” son un ejemplo, cuestión que está dirigida a crear un mercado crediticio de clase media en sus varias tipificaciones, de ahí se crea una oferta para cada target.

[cita] Los inmuebles inmobiliarios modernos son el individualismo puesto a hegemonizar, la figura de la persona que llega en su automóvil a su estacionamiento y sube a su departamento sin saludar a nadie, no conoce a sus vecinos, muchos de sus accesos y usos están privatizados, ahí no hay polis, no hay encuentro, no hay otredad. Ese modelo avanza demoledor con el auspicio del Estado, y la política pública se mantiene tecnocrática, efectista, embriagada de una modernidad presententista donde no hay historia. No hay memoria, no hay sabiduría, porque estas fórmulas de hoy son las únicas. [/cita]

La situación es que la ciudad sufre la presión de un actor demoledor, que transforma sus ejes de acuerdo a una “destrucción creativa”, que aniquila los barrios y expulsa a los habitantes sin capacidades crediticias; a los más pobres, en muchos casos, los segrega a la periferia. Crea mercancía donde no la hay, es una regulación muy de la mano de una posible especulación. La información es un mecanismo de influencias, puede multiplicar el capital invertido, solo una elite maneja esa información, y eso no es solo un dato desigual.

Fuera de que el Real Madrid rearticulara su financiamiento a través de las prerrogativas en el cambio de uso de suelo en la capital española, como un ejemplo globalizado de este tipo de salvatajes, influencias, capital y crédito como un lenguaje urbano de los fuertes, en Chile hemos sabido de un sinnúmero de acciones de estos actores que terminan por imponer sus condiciones, transformando los ejes de la vida de los barrios que son el núcleo base de la ciudad.

Los inmuebles inmobiliarios modernos son el individualismo puesto a hegemonizar, la figura de la persona que llega en su automóvil a su estacionamiento y sube a su departamento sin saludar a nadie, no conoce a sus vecinos, muchos de sus accesos y usos están privatizados, ahí no hay polis, no hay encuentro, no hay otredad. Ese modelo avanza demoledor con el auspicio del Estado, y la política pública se mantiene tecnocrática, efectista, embriagada de una modernidad presententista donde no hay historia. No hay memoria, no hay sabiduría, porque estas fórmulas de hoy son las únicas.

Así, el patrimonio de los barrios es banalizado y situado en folclor de culto dieciochero, y sobre identidad e historia social no se habla. Es la metodología de la ganancia la que ha instaurado una nueva ciudad a escala de la inversión, a escala de la especulación, y sobre la polis ciudadana, la que pusieron de moda los estudiantes en 2011, no hay referencias. Las luchas materiales y culturales de los movimientos sociales urbanos que han reivindicado el derecho a la ciudad y a la protección de su patrimonio, es algo que no es captado por algunos concejales de la Nueva Mayoría, que deberían tener una consistencia mayor con valores sustentables y de construcción de ciudad democrática. Durante las últimas semanas, “Asesoría Urbana de la Municipalidad de Santiago” ha propuesto proteger 186 inmuebles patrimoniales y restringir el abuso, en espacio público, de edificios en altura que construyen las inmobiliarias, incorporando estos cambios al Plan Regulador Comunal. Medida que inicia un proceso que el Consejo Municipal debe aprobar.

Las señales han mostrado un sentido electoralista populista, donde la limitada percepción votante termina primando en el alcance de la política. Se hace, por tanto, una lectura de la ciudadanía plana y facilista, simétrica, como si todas las voluntades fueran iguales. Porque “todas las opiniones son importantes”, ese es un argumento que nunca habría permitido sacar a la dictadura, hay cuestiones de principio en política. En definitiva, y de fondo, qué tipo de ciudad queremos, cómo validamos la defensa del patrimonio de esos barrios que son un ethos cultural definido.

Seguiremos  avalando lo privado por sobre lo público, la defensa de una ciudad a escala humana, o una ciudad caracterizada por procesos de gentrificación y arrasamiento de los barrios. La destrucción de una historia en aras de una modernidad medida en metros cuadrados, una modernidad que es más para una minoría que para los sujetos hipotecarios.

La alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, ha entendido la importancia de una política pública que dialogue con la ciudadanía y de buscar fórmulas y miradas nuevas en el ejercicio del gobierno local más importante del país. Es coherente con el Programa presentado por la alcaldesa en las elecciones pasadas, que puso énfasis en la protección del patrimonio y los barrios, y que contó con el apoyo de la ciudadanía que la eligió en el cargo.

Devolverle el patrimonio a la ciudadanía es una cuestión pública, de interés común, porque está más allá de lo particular, representa una voluntad general, representa una identidad.  Está en juego el alma de los barrios, se protege lo que hay que proteger, lo que ha sido devaluado por un discurso de modernidad inmobiliaria que no tiene el mérito en la calidad de ciudad que ofrece.

El patrimonio ofrece un rescate y reencuentro, todas las ciudades que mantienen su historia poseen un atractivo patrimonial que agrega valor, al tiempo que disminuyen la huella de carbono de las ciudades, cuestión relevante en un proceso de calentamiento global, ampliamente reconocido por la comunidad científica. Construir ciudades inmobiliarias significa un desgaste energético, el desenvolvimiento de una tensión urbana compleja desde varios ejes de inversión pública. Invertir en patrimonio puede ser más barato y rentable socialmente, porque es un desarrollo a escala ciudadana. La díada construcción-empleo no es la única forma de absorber mano de obra, sin juzgar la calidad y temporalidad de estos empleos.

¿Quién hace el principal negocio, el trabajador, el ciudadano, el municipio, que ahora tiene que resolver servicios para un número mayor de población? El principal negocio es de los actores fuertes, aquellos que tienen el capital para invertir, contratar mano de obra a bajo costo, comprar terrenos a precios devaluados, para vender a una tasa de ganancia muy lucrativa, donde los bancos ofrecen créditos a 30 años o más, donde seguramente se puede terminar pagando más del doble del valor real del inmueble. Todos ganan, ¿en qué medida? Este chorreo factual asigna valores muy disímiles en la ganancia, o sea, ganan más los que más tienen.

¿Será la versión neoliberal segregadora la única receta de inversión, no hay manera de pensar la política pública al servicio de las mayorías, sobre propuestas que piensen la forma de aportar a una ciudad distinta, más plural, más acogedora, más amistosa, más respetuosa y democrática?

No podemos seguir avalando un modelo donde los que más ganan son unos pocos, hay que avalar modelos donde la ganancia se reparta de manera equitativa, eso es democracia social, y los que tienen sus intereses en la gran comunidad, entenderán las implicancias de tomar una postura u otra y asumir las consecuencias.

La gran mayoría ciudadana hace rato que está empoderada en esta dirección, no se equivoquen, dicha disyuntiva ya la han conocido Ravinet y Zalaquett, y se han enterado de ello con “sendas derrotas”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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