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Política: el que pone la plata pone la música

Matías Silva Alliende
Por : Matías Silva Alliende Abogado y Profesor Derecho Constitucional
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Sin duda que las bases de esta situación se ampliaron en la fase de hegemonía del modelo neoliberal. El poder político quedó relegado a un Estado subsidiario, es decir, a un Estado que hace lo que puede cuando lo deja el mercado y el poder económico. Esto continuó durante la fase de democratización. No es casual que la balanza se inclinara en dirección de una mayor colusión del poder económico y político. El destino final de esta dinámica es el Gobierno de unos pocos ricos, y no la democracia para las mayorías.


La cumbre Dávalos-Luksic nos lleva a analizar un tema que es obvio. Muchos saben que el poder político, por lo general, actúa condicionado por el poder real, es decir, por el poder económico. Pero, con demasiada frecuencia, a un determinado sector social, que se autoubica en la izquierda, se le olvida, o recordándolo, prefiere el silencio. A pesar de todo, señalan, como principio dogmático, que en nuestro país es preferible avanzar hacia posiciones de igualdad y progreso con gobiernos como los de la Concertación, hoy Nueva Mayoría, por lo que estos últimos representan frente a la Alianza. Puede ser, pero los últimos casos han demostrado lo cierto de esta gran línea de Santos Discépolo: “… Vivimos revolcados en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados…”.

Marx, a mediados del siglo XIX, decía que “los gobiernos en el sistema capitalista son el gabinete de gestión de la clase dominante”. Lo que pasa es que no existe documentación que desarrolle el vínculo, ni las razones del sometimiento de los gobernantes al capital. Tal vez Marx lo contemplaba, pero si se rastrea su obra no se va a encontrar la respuesta. Podemos decir que es fácil reconocer a quienes ostentan el poder político en esto que conocemos como “democracias representativas”. Es menos conocido quiénes son, y cómo actúan, los que hacen de puente entre el poder económico y el político, pero sí podemos enumerar algunos: Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM), OCDE. Y en el vértice de la pirámide permanecen ocultos los que están detrás de todo esto, es decir, los poseedores de grandes fortunas, los dueños de bancos, fondos de inversión, dueños de multinacionales y medios de comunicación (Luksic entre otros).

[cita] Sin duda que las bases de esta situación se ampliaron en la fase de hegemonía del modelo neoliberal. El poder político quedó relegado a un Estado subsidiario, es decir, a un Estado que hace lo que puede cuando lo deja el mercado y el poder económico. Esto continuó durante la fase de democratización. No es casual que la balanza se inclinara en dirección de una mayor colusión del poder económico y político. El destino final de esta dinámica es el Gobierno de unos pocos ricos, y no la democracia para las mayorías.[/cita]

Los organismos citados, FMI, BM, OCDE, entre otros, están plagados de burócratas bien alimentados que gozan de elevadas retribuciones, autos oficiales, oficinas de lujo, información privilegiada, etc. Los cargos más altos son nombrados, con mayor o menor opacidad, por los que ostentan el poder económico, y los organigramas se construyen por cooptación. Esta dependencia convierte a toda esta burocracia en “la voz de su amo”.

¿Qué pasa con nuestros gobiernos? Los gobiernos como el nuestro actúan al dictado de lo que dicen FMI, BM, OCDE. El espacio de autonomía que les queda se limita a elaborar cuatro leyes, que “cocinadas” terminan llenas de aspectos insustanciales. Los recortes, los ajustes y el resto de medidas económicas son dictadas desde los organismos citados que, a su vez, son manejados por los grandes magnates del dinero. A través de esta escala es cómo funcionan sociedades como la nuestra, excluyendo cualquier participación del pueblo. Esta forma de funcionamiento ha engullido por completo el contenido político de las denominadas democracias occidentales, que mantienen únicamente la formalidad para engañar y contener, aún más si cabe, a una sociedad dormida e inerme.

Son conocidos los proverbios populares que incorporan en el sentido común el poder ejercido por la riqueza. “El que pone la plata pone la música”.  También es conocida su incidencia sobre el poder político, aunque sólo constituye una contradicción problemática en las sociedades que disponen de un régimen político democrático.

La razón es estructural. La base de una economía cuya lógica es incrementar ganancias y apropiárselas individualmente, genera desigualdades y sobre ella se levantan posiciones de poder que utilizan recursos legales para mantenerlas o incrementarlas. La democracia es un conjunto de normas e instituciones basadas en derechos y procedimientos, que organizan el acceso a la decisión política sobre el principio de la igualdad de derechos, el pluralismo y la constitución de mayorías políticas. El sistema político instaura una soberanía constituyente del poder basada en derechos colectivos, mientras que el sistema económico genera un poder propio basado en coaliciones minoritarias, basta ver la distribución del ingreso en nuestro país.

La preocupación en torno a la relación entre la política y el dinero ha tenido hasta ahora una aproximación clásica respecto al papel de la corrupción. La tesis de la preocupación de estos esfuerzos es que la corrupción lastra el desarrollo y las instituciones.

La colusión entre la política y el dinero tiene una doble dimensión. Por un lado, constata el fenómeno clásico de influencia del dinero sobre las elecciones, el soborno, las políticas públicas; por otro, sostiene que –y esto es lo nuevo– la influencia del dinero fragiliza a la democracia misma porque la deslegitima y profundiza el desbalance de poder. Este fenómeno crea nuevos espacios de conexión e influencia entre el dinero y la política. A las fuentes tradicionales de influencia como la corrupción, se agrega una creciente colusión entre intereses económicos y políticos, en los que los primeros sostienen o incrementan la influencia del poder político, sin que esto represente necesariamente una voluntad ciudadana o un reforzamiento de la calidad de la democracia versus la discrecionalidad, la impunidad y la falta de transparencia.

Sorprende que cuando se reclama la hora de la igualdad, el problema no se ha modificado. Pese a que se han generado políticas sociales más amplias, la colusión no solo continúa sino que se profundiza. El problema es antiguo, real y tiene graves consecuencias. Pero esta colusión se imaginó tradicionalmente como originada en los negocios, la influencia externa norteamericana y la derecha política. Era la triangulación clásica. Pero los tiempos cambian y las relaciones también. La influencia se ha diversificado por la multiplicación de las fuentes y nuevos procesos de cooptación de la política por el dinero, sin excepción de color político. Como dice otro proverbio, el poder produce dinero y el dinero produce poder.

Sin duda que las bases de esta situación se ampliaron en la fase de hegemonía del modelo neoliberal. El poder político quedó relegado a un Estado subsidiario, es decir, a un Estado que hace lo que puede cuando lo deja el mercado y el poder económico. Esto continuó durante la fase de democratización. No es casual que la balanza se inclinara en dirección de una mayor colusión del poder económico y político. El destino final de esta dinámica es el Gobierno de unos pocos ricos, y no la democracia para las mayorías.

Sólo puede haber contratendencias reales si hay fuerzas sociales y políticas interesadas en promover la democracia, regular efectivamente el mercado, sustrayendo incluso bienes y servicios públicos a su mercantilización privada.

Hay contratendencias en marcha y reacciones, como la creciente denuncia de colusión de intereses de políticos y empresarios –Penta y Nueragate– así como también la oposición de movimientos sociales a la colusión de intereses para imponerse en la explotación indiscriminada de minas y materias primas. Hacen falta nuevas ideas y propuestas sobre estos temas, pero se ha comenzado a andar. Lo que sí es claro es que no puede haber control sobre la colusión del poder económico y político si no hay más democracia y se incluye en el debate al modelo económico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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