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La PUC o el engendro avieso de una universidad pública Opinión

La PUC o el engendro avieso de una universidad pública

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Uno no quisiera sumarse al coro que proclama la crisis moral de la PUC, pero por dios que lo hacen difícil. Parece que la crisis es mayor, y no sólo afecta a sus facultades de Economía y Medicina, ni siquiera a rectoría solamente; parece que la crisis es de pensamiento y, por qué no decirlo, también de espíritu.


Lo que ha sucedido en la Pontificia Universidad Católica de Chile con el teólogo jesuita Jorge Costadoat es realmente preocupante. Usando una de las clásicas tretas kafkianas de funcionario, del peor de los burócratas, dicha universidad –que se pretende pública, como públicas se pretenden hoy por hoy todas las universidades privadas– lo ha expulsado, prohibiéndosele la posibilidad de continuar enseñando y ejerciendo la docencia en su Facultad de Teología.

La alas del “uso público de la Razón” (Kant), en este caso, han sido seriamente cercenadas por lo que sólo puede ser comprendido como una figura aviesa de universidad pública o, nunca mejor dicho, pretendidamente pública.

Ni siquiera se está pensando en una actitud supererogatoria. Es decir, en la exigencia de que el profesor Costadoat sea un ejemplo vivo de beatitud. Ya tendrá él bastante trabajo en cumplir, en su vida personal y pastoral, con los imperativos que, mediados por su propia autonomía, se ha impuesto para ser fiel a sus votos y a la fe que vive cotidianamente.

[cita] Lo que ha sucedido en la Pontificia Universidad Católica de Chile con el teólogo jesuita Jorge Costadoat es realmente preocupante. [/cita]

No. No es así. Es simplemente por el atrevimiento de pensar por sí mismo en el lugar que por excelencia debiera permitirnos hacerlo: la universidad.

Se ha dicho que se le expulsa no por una razón específicamente doctrinaria, apoyándose para ello, en el recurso burocrático administrativo que sólo un ingenuo puede creer: no se le pide la renuncia, no se le despide, simplemente no se programa como profesor para el semestre en curso.

Ante el reclamo de los estudiantes, la respuesta otorgada fue francamente peor por su nivel de infantilismo intelectual: “Se planteó, más bien, que esta determinación estaba movida por la búsqueda del bien del mismo profesor y del ejercicio de su libertad académica”, dice el comunicado del centro de alumnos de dicha facultad.

¿Es que en esa universidad no se puede hacer Teología desde el lugar del pobre, del excluido, del oprimido? Para los que leemos las columnas de Jorge Costadoat en El Mostrador, nos queda lo suficientemente claro que no se trata de una teología desde el lugar de las élites, pero tampoco se trata de una reflexión resentida o ad portas de la revolución en armas a lo Camilo Torres. Se lee más bien una reflexión ponderada y mediada por las encrucijadas de estos tiempos. ¿A ese nivel está llegando la censura de nuestro cardenal, al nivel impensado de una cruzada intelectual en contra de la razón dialógica y abierta a los desafíos del  siglo XXI?

La teología católica enseña desde siempre que los derechos de los pobres y los excluidos son también los derechos de dios. ¿Es que la PUC se olvidó siquiera de pensar desde la posición de los vencidos para sólo preocuparse por el bienestar espiritual de nuestras élites capitalistas y financieras?

Uno no quisiera sumarse al coro que proclama la crisis moral de la PUC, pero por dios que lo hacen difícil. Parece que la crisis es mayor, y no sólo afecta a sus facultades de Economía y Medicina, ni siquiera a rectoría solamente; parece que la crisis es de pensamiento y, por qué no decirlo, también de espíritu.

El cacareado “uso público de la Razón”, pero también las exigencias propias de la mejor tradición laica y eminentemente pública, deben ser exigidas a todas las instituciones que reciben recursos del Estado. No queremos ni hospitales, ni clínicas ni facultades cercenadas. Los tiempos son definitivamente otros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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