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Elementos para un rediseño al sistema político

Alfonso Salinas M.
Por : Alfonso Salinas M. Ingeniero Civil Industrial, U.Chile. Ph.D. economía y ética, U. Cambridge
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El sistema actual se basa fuertemente en campañas de marketing donde los contenidos quedan reducidos a carteles con tontos eslóganes y la foto del candidato. Ese es el gran gasto de las campañas políticas. Aunque es cierto que es indeseable que los políticos recurran a los grandes empresarios para financiar sus estúpidos carteles, una reforma que se limite a obligarnos a los contribuyentes a pagar por ellos no resulta muy tranquilizadora.


En todas las ramas del saber y el hacer (las artes, los deportes y las profesiones en general), cuando un individuo destaca en su ámbito, sólo a veces sus descendientes también lo hacen. Los hijos de Bach fueron músicos bastante destacados (aunque no tanto como el padre), a veces un familiar de un gran futbolista llega a jugar a nivel profesional, raramente los descendientes de un escritor o pintor famoso presentan rasgos de la genialidad de sus padres, pero, en general, nada asegura que los hijos de un premio Nobel lleguen a ser científicos destacados, o que los hijos de Messi sean genios con la pelota.

Sin embargo, la varita de la magia se extiende hasta a los parientes lejanos cuando se trata de un político, y mientras más poder llega a tener dicho político, más contagioso es el talento que se hereda a sus familiares. Así, tal como sucedía con los reyes, no es extraño que los descendientes de un político famoso lleguen a ser famosos políticos también, hasta el extremo de que un hijo de Presidente tenga serias posibilidades de llegar a ser él también Presidente. Dicha excepción a la regla general resulta más intrigante al notar que normalmente se trata de cargos de elección popular. Es decir, somos nosotros, los votantes, quienes al parecer reconocemos esa rara cualidad hereditaria, al elegir a toda una familia, generación tras generación, para que nos represente y/o dirija. Es como si esos dones especiales se encontraran concentrados en una pequeña tribu, en vez de estar repartidos de manera más amplia entre toda la población. Quizás entonces, después de todo, las monarquías hayan tenido razón, y es Dios quien las escoge.

Sospecho, sin embargo, que no es así, y que, en el caso de la política, los talentos para el ejercicio público se encuentran repartidos más ampliamente, como sucede en todos los demás ámbitos. Si en la política tendemos a elegir siempre a los integrantes  de ciertas familias, no se debe a que el talento esté concentrado en sus genes, sino que el sistema está diseñado para que así ocurra. Hoy, cuando los políticos se encuentran tan desprestigiados y se discute el funcionamiento y financiamiento del sistema político, podemos entender y corregir sus vicios para generar un mecanismo capaz de incentivar y promover a todos quienes posean talentos para gobernar y no sólo a algunos.

[cita] El sistema actual se basa fuertemente en campañas de marketing donde los contenidos quedan reducidos a carteles con tontos eslóganes y la foto del candidato. Ese es el gran gasto de las campañas políticas. Aunque es cierto que es indeseable que los políticos recurran a los grandes empresarios para financiar sus estúpidos carteles, una reforma que se limite a obligarnos a los contribuyentes a pagar por ellos no resulta muy tranquilizadora.[/cita]

El sistema actual, sabemos, se basa en votaciones que dependen grandemente del marketing con que se promocionan y no del talento como gobernante o legislador de quienes postulan. Así, todo personaje con presencia en los medios de comunicación (animador, futbolista, estrella de la farándula) corre con ventaja como candidato. Lo mismo sucede con los parientes de los políticos, pues cuentan con la reputación del apellido, además de los contactos y financiamiento para ser electos. Una persona cualquiera, aun cuando tenga la vocación y aptitudes, es muy difícil que pueda siquiera llegar a ser candidata. Sus posibilidades se limitan a ingresar a un partido político, encontrar a alguien que la apadrine y, mostrando lealtad y servilismo, llegar algún día a ser candidata a algo. La excepción, por supuesto, es ser multimillonario, en cuyo caso es posible correr con colores propios. No está de más decir que la cualidad de ser bueno para los negocios no guarda ninguna relación, en principio, con los atributos que se requieren para gobernar.

Un sistema reformado debiera entonces poner el énfasis en captar y promover a quienes presenten los talentos afines con la política, y no sólo con la popularidad, los negocios y las redes familiares. Dicho sistema debiera propiciar que las elecciones se basen en las cualidades relevantes de los candidatos, su integridad moral, sus posturas respecto a los principales temas políticos y en sus programas de gobierno. En lugar de ello, el sistema actual se basa fuertemente en campañas de marketing donde los contenidos quedan reducidos a carteles con tontos eslóganes y la foto del candidato. Ese es el gran gasto de las campañas políticas. Aunque es cierto que es indeseable que los políticos recurran a los grandes empresarios para financiar sus estúpidos carteles, una reforma que se limite a obligarnos a los contribuyentes a pagar por ellos no resulta muy tranquilizadora.

Por ello, el nuevo sistema debiera estar diseñado para permitir e incentivar que todo grupo, aunque no tenga entre sus miembros a algún familiar de un político conocido ni a nadie famoso, que sea capaz de elaborar propuestas sustanciales en relación a los grandes temas país, pueda optar a participar del debate político a fin de presentar sus propuestas a la población en las elecciones de votación popular. Para ello, el Estado debiera financiar una plataforma multimedial donde, en igualdad de condiciones, todos quienes satisfagan los anteriores requisitos, puedan difundir y defender sus ideas. Televisión, radios, páginas web, debates virtuales y presenciales en las distintas localidades, debieran formar parte de dicha plataforma. En particular, en las elecciones locales (de alcalde), debiera incentivarse que los grupos comunitarios que se interesan por el quehacer de la ciudad –destinando tiempo, ganas, recursos y conocimiento a debatir los asuntos públicos que les atañen, pero raramente participan de los partidos políticos tradicionales– pudieran participar en las elecciones. Así, condicionado a que sean capaces de estructurar propuestas con suficiente consistencia (presupuestaria y programática), el Estado debiera poner a su disposición, al mismo nivel que a los demás grupos que logren lo anterior, una plataforma multimedial para que presenten sus propuestas. Más aún, podrían existir fondos para apoyarlos en el desarrollo de sus planteamientos, y no quedar limitados a los partidos políticos tradicionales.

Siempre se nos ha dicho que sin partidos políticos, sería el caos. Me parece que, dadas las posibilidades tecnológicas para debatir, opinar y decidir que hoy existen, el monopolio de los partidos políticos y su decadencia deben ser superados. Podemos y debemos rediseñar el sistema para lograr brindar iguales posibilidades a todos quienes consigan suficiente organización para levantar propuestas y programas serios y consistentes, aun cuando no desciendan de algún político conocido ni salgan en la tele.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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