Pareciera ser que el poder, cuando no se entiende como temporal por definición, en el caso del poder político, o sujeto a ciertas reglas legales y éticas, en el caso del poder económico, debilita la percepción de lo que es ético y qué no lo es y anula los mecanismos de autocontrol y hace difusos los límites entre lo lícito y lo ilícito.
Qué tienen en común el denominado caso Caval, protagonizado por el hijo y la nuera de la Presidenta, y el caso Penta cuyos protagonistas son un grupo económico del cual muchos presumían que realizaba sus actividades inspirado en grandes principios sociales y solidarios. (Carlos Délano fue por muchos años presidente de la Teletón).
No obstante que en el caso de Penta se trata de actos delictuales que tienen a sus protagonistas presos
en este momento, y Caval, de un muy buen negocio de especulación inmobiliaria, la gente tiende a juzgarlos como si fueran la misma cosa.
Son diferentes, no cabe duda, pero el juicio popular encierra una cierta sabiduría. Percibe en ambos casos
abuso de poder y de los privilegios que otorga el poder, económico por un lado y el poder político por
el otro.
Política y dinero se funden en un cóctel perverso cuando Penta financia de manera irregular a un grupo importante de políticos y funcionarios públicos y cuando Dávalos concurre (un día antes de la elección presidencial) a una reunión con unos de los hombres de negocios más poderosos de Chile y del mundo, para gestionar un crédito bancario. Y aquí surge una característica común que es lo más inquietante de esta historia y que se constata en la declaración de los propios involucrados.
En Penta, la voz de uno de sus controladores afirma, muy molesto al día siguiente de su formalización, que ellos son “una máquina de generar empleo” y otro de sus controladores califica al fiscal como “desubicado”, como si nunca hubiesen cometido delito alguno.
El otro protagonista, Dávalos, en una entrevista publicada días después de su renuncia, afirma que no ve inconveniente alguno en haberse reunido con Luksic, cuando su madre era la más que segura próxima Presidenta de Chile.
De los tres actores mencionados, ninguno se da cuenta del alcance de sus actos o de sus dichos, incluido
Andrónico Luksic, quien afirma que concurrió a la reunión por una deferencia hacia la futura Presidenta.
El Diccionario de la Real Academia, define esta conducta como “inconsciente”. Pareciera ser que el poder, cuando no se entiende como temporal por definición, en el caso del poder político, o sujeto a ciertas reglas legales y éticas, en el caso del poder económico, debilita la percepción de lo que es ético y qué no lo es y anula los mecanismos de autocontrol y hace difusos los límites entre lo lícito y lo ilícito.
Este es el caso. Se trata de acciones y dichos que dejan de manifiesto (por parte de los actores), un grado de inconciencia de la naturaleza y alcances de sus actos.
El familiar de un Presidente o Presidenta o candidato o candidata a la Presidencia, deja de ser por definición un actor privado, por muy privados o legítimos que sean los negocios que emprenda. Estos serán cuestionados por este solo hecho.
Quiérase o no, será percibido como fruto de situación de privilegio. La Presidenta ha dado una muestra de valentía y coraje al enfrentar este tema para prevenir que este tipo de situaciones se repitan a futuro.
El caso de Penta, en tanto, es más preocupante aún, puesto que no hay conciencia del delito cometido. Este solo hecho podría, si persisten en esa posición, invalidarlos para cumplir eventualmente una condena en libertad vigilada.
El poder es necesario para construir una sociedad mejor, pero como decía un viejo político, con el poder hay que coquetear, pero nunca enamorarse. Pues eso significa “dormir con el enemigo” y en ese momento el poder se trasforma en un peligro para la democracia y los derechos de los ciudadanos.