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¿Qué defensa de la vida puede ofrecer la Iglesia?

Nicolás Viel
Por : Nicolás Viel Religioso Sagrados Corazones
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La defensa de la vida no es un asunto de ideología religiosa, sino una cuestión de humanidad y de defensa de la dignidad de la persona humana en todo momento de su desarrollo. Qué incoherencia ser férreos defensores del ser humano que está por nacer y ser indiferentes frente a las vidas que día a día son atropelladas en sus derechos sociales. La Iglesia tiene que ofrecer una defensa coherente: si defendemos la vida, la defendemos siempre.


La discusión sobre el aborto reclama una serena reflexión social. Los extremos proabortistas y antiabortistas suelen ser incapaces de realizar un debate a la altura de lo que está en juego en esta discusión que prontamente enfrentaremos como país. No hay debate real sin escuchar al otro, con la intención de comprender la parte de verdad que pueda tener su argumentación. En estos tiempos no sirven mucho los dogmatismos religiosos e institucionales.

El aborto no es únicamente un problema de salud pública, como algunas autoridades de Gobierno lo han presentado. Pero tampoco es únicamente la defensa irrestricta de un principio religioso, como algunos miembros de la jerarquía de la Iglesia lo han hecho notar. Por este motivo no tiene sentido para los creyentes entrar en el debate con premisas exclusivamente religiosas, porque el aborto es una realidad social que afecta valores fundamentales de la convivencia humana.

La Iglesia desde sus orígenes ha sido una decidida defensora de la vida, no obstante, hay interesantes estudios que muestran que ha habido en su historia algunas fluctuaciones a la hora de exponer esa defensa (Cf. L.G. Morán, Aborto. Un reto social y moral, UPC, Madrid 2009). Por eso cabe preguntarse: ¿qué defensa de la vida puede ofrecer la Iglesia?

[cita] La defensa de la vida no es un asunto de ideología religiosa, sino una cuestión de humanidad y de defensa de la dignidad de la persona humana en todo momento de su desarrollo. Qué incoherencia ser férreos defensores del ser humano que está por nacer y ser indiferentes frente a las vidas que día a día son atropelladas en sus derechos sociales. La Iglesia tiene que ofrecer una defensa coherente: si defendemos la vida, la defendemos siempre.[/cita]

En primer lugar hay que tener presente que el aborto no es únicamente la defensa de un principio religioso sino una cuestión de humanidad, cuyos protagonistas suelen ser personas vulnerables, que muchas veces se encuentran en la extrema indefensión. El aborto en la mayoría de los casos concierne a las mayorías empobrecidas, por este motivo, la Iglesia no puede quedar fuera del debate, puesto que sería infiel a su mandato evangélico de opción por los pobres.

En un segundo aspecto no podemos confundir despenalización con legalización. En Chile estamos discutiendo este primer supuesto, en la medida que la conducta abortiva sigue siendo una conducta que constituye delito. Sin embargo, vamos a discutir si en algunos supuestos determinados por el legislador, hay ciertos tipos de conductas abortivas que podrían devenir en conductas no punibles. Esto no relativiza la defensa a la vida que la Iglesia debe realizar, pero sí la enmarca y nos recuerda que en el debate sobre la despenalización del aborto están en juego criterios éticos fundamentales de nuestra convivencia social.

Las causales que se van a debatir suponen estudiar la problemática del aborto, dentro de la consideración de un conflicto entre los derechos de la madre, y otros valores o intereses como la vida del hijo. En cada una de las causales, la Iglesia puede ofrecer elementos para dotar de contenido ético la discusión.

Para la Iglesia el derecho a la vida constituye el derecho fundamental esencial, en la medida que es el supuesto ontológico sin el cual los restantes derechos no tendrían existencia posible. Por este motivo, su defensa recae en el deber de reafirmar la dignidad y los derechos fundamentales de todo ser humano, incluso en las primeras etapas de su existencia.

La Iglesia defiende la vida porque no tolera que la vida humana quede sujeta a la mentalidad individualista, al punto que la vida de otro puede ser manejada como una propiedad privada. En otro aspecto no concibe que existan fases subhumanas de otra plenamente humana o que existan vidas que tengan mayor valor o utilidad que otras. Este tipo de fronteras no son aceptables de su concepción de ser humano.

La defensa de la vida que la Iglesia puede ofrecer no admite la idea de una «humanización progresiva o gradual» de la vida humana. Para la Iglesia cada momento del desarrollo constituye un todo, asimismo, no cree que la vida de los primeros estadios esté dotada de cierta precariedad, sino al contrario, la Iglesia hace opción preferencial por las vidas vulnerables, porque toda vida humana es importante en todo momento, por tanto son inconcebibles «paradigmas de normalidad» conforme a los cuales existen vidas más valiosas. La Iglesia ve, en todos los seres humanos, seres plenos con igual derecho a la vida, dignidad y libertad.

La defensa de la Iglesia no busca moralizaciones sino asegurar mínimos éticos que el Estado debe respetar, entre los cuales se encuentra el derecho a la vida, presupuesto fundamental de todos los demás derechos. El fundamento está en el hecho de que el aborto no es sólo una problemática de salud pública o un principio religioso, es un asunto de derechos humanos y de justicia social, que implica y compromete a la sociedad entera. En esta discusión están en juego los fundamentos de nuestra convivencia social y de nuestra legitimidad democrática.

La defensa de la vida no es un asunto de ideología religiosa, sino una cuestión de humanidad y de defensa de la dignidad de la persona humana en todo momento de su desarrollo. Qué incoherencia ser férreos defensores del ser humano que está por nacer y ser indiferentes frente a las vidas que día a día son atropelladas en sus derechos sociales. La Iglesia tiene que ofrecer una defensa coherente: si defendemos la vida, la defendemos siempre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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