Publicidad

Concertación vs. Nueva Mayoría: tangananica o tangananá

Andrés Fielbaum
Por : Andrés Fielbaum Ex Presidente FECh y coordinador de la Dirección Nacional Estudiantil de Izquierda Autónoma
Ver Más

Sostener que existe algo sustantivo en disputa en esta supuesta pugna no es solamente incorrecto (por lo escrito en los párrafos anteriores), sino que además es funcional a los propios intereses concertacionistas. Decir que hoy volvió la Concertación significa afirmar que el curso de las reformas durante el primer año de Gobierno fue efectivamente diferente; la mantención de Eyzaguirre sería entonces, por ejemplo, un síntoma de que la reforma educacional va por buen cauce. Nada más alejado de la realidad. No por nada, frente a cada propuesta de reforma, la respuesta de los actores sociales directamente influidos ha sido de rechazo.


Después del cambio de gabinete más largo de la historia, diversos analistas desde la izquierda han sostenido que los enroques y cambios efectuados por Michelle Bachelet representarían el retorno de la Concertación en desmedro de la Nueva Mayoría. Que en la disputa “vieja guardia versus nueva guardia”, habrían ganado los primeros. Una de las expresiones más claras de esa postura se expresa en la entrevista a Alberto Mayol en este mismo medio el día lunes. Esta columna pretende discutir fraternamente con esa idea, mostrando que para los intereses de las fuerzas de cambio y de la mayoría de la sociedad nada relevante cambió, pues las diferencias entre las supuestas “dos almas” del pacto gobernante son tan sustantivas como intentar resolver la clásica disputa de los Hermanos Guarenes: ¿la mejor palabra es tangananica o tangananá?

Partamos preguntándonos qué significa la existencia de dos proyectos políticos alternativos. La respuesta no es formal ni orgánica, sino que tiene que ver fundamentalmente con las visiones de sociedad que ambos proyectos sustentan y que, por tanto, se expresan en su actuar concreto. Por lo mismo, más que los nombres, las militancias, el currículo o la edad de los representantes de uno u otro grupo, lo relevante es analizar el país que construyen. Finalmente eso es lo que le da sentido a la política, la posibilidad de transformar la realidad. La pregunta es entonces hacia dónde se transforma.

[cita] Sostener que existe algo sustantivo en disputa en esta supuesta pugna no es solamente incorrecto (por lo escrito en los párrafos anteriores), sino que además es funcional a los propios intereses concertacionistas. Decir que hoy volvió la Concertación significa afirmar que el curso de las reformas durante el primer año de Gobierno fue efectivamente diferente; la mantención de Eyzaguirre sería entonces, por ejemplo, un síntoma de que la reforma educacional va por buen cauce. Nada más alejado de la realidad. No por nada, frente a cada propuesta de reforma, la respuesta de los actores sociales directamente influidos ha sido de rechazo.[/cita]

Lo anterior, que pareciera ser bien abstracto, tiene expresiones muy nítidas en el actual Gobierno. Quienes sostienen que hay una disputa interesante a analizar entre la Concertación y la Nueva Mayoría, ponen la lupa en si son más leales a Michelle Bachelet o a los dirigentes históricos de la Concertación. Aspectos de forma que en ocasiones son útiles para deducir las visiones de país que buscan defender. Sin embargo, en este caso no es necesario deducir ni interpretar: tales visiones quedan muy claras en los procesos de reformas que se han llevado a cabo. Y es justamente en estos procesos donde se evidencia la nula diferencia entre estos grupos.

Partiendo por la reforma tributaria, que si bien aumentó el impuesto a las empresas, se los disminuyó a las personas más ricas del país, no tocó a las mineras y, en vez de eliminar el FUT, lo reemplazó por un “FUTcito”. La reforma educacional va en la misma dirección: a más de un año de comenzado el Gobierno, no hay una sola medida que fortalezca a la educación pública y, peor aún, la Iglesia y los sostenedores privados tendrán ahora una posición más privilegiada que antaño. La reforma laboral mantiene la imposibilidad de negociar por rama, el proyecto Alto Maipo sigue avanzando y así un largo suma y sigue. Una serie de proyectos que son propios de este Gobierno, que han sido encabezados por la supuesta “nueva guardia” y que, sin embargo, mantienen los lineamientos históricos de la Concertación: el Estado remitido a un carácter subsidiario. La forma de construcción de estos proyectos es también continuista: mucha simulación de diálogo, para terminar resolviendo en la cocina de Zaldívar o en cualquier otro espacio igualmente excluyente.

Lo anterior no es sorprendente. El proyecto histórico concertacionista ha estado siempre restringido a un único interés social: el del empresariado, y este Gobierno no es la excepción. Su gabinete original contaba con 4 ministros fichados directamente desde las empresas de Luksic (Nicolás Eyzaguirre, Aurora Williams, Máximo Pacheco y el ahora ex ministro Alberto Arenas). Su rostro más representativo, Rodrigo Peñailillo, fue financiado por SQM como tantos otros. ¿Cómo podría esperarse algo distinto de los que representan los intereses de los mismos de siempre?

Se nos puede contraargumentar que hay diferencias, que basta ver las polémicas y discusiones en las que se han visto insertos “los Quintana” frente a “los Walker”. Pero diferencias y polémicas siempre habrá en todo grupo político (posiblemente en todo grupo humano), baste recordar, si no, la discusión entre Francisco Vidal y Andrés Velasco, quizá más ácida que todas las que hemos visto estos últimos años. La pregunta es si es que estas diferencias son significativas. La respuesta es que probablemente para los únicos que hay algo en juego es para aquellos que han transformado su militancia en pelearse por cómo se reparte la torta del Estado. Asumo que ninguno de los que pretendemos transformar Chile desde la raíz estamos en esa postura.

Para cerrar, me gustaría argumentar que sostener que existe algo sustantivo en disputa en esta supuesta pugna no es solamente incorrecto (por lo escrito en los párrafos anteriores), sino que además es funcional a los propios intereses concertacionistas. Decir que hoy volvió la Concertación significa afirmar que el curso de las reformas durante el primer año de Gobierno fue efectivamente diferente; la mantención de Eyzaguirre sería entonces, por ejemplo, un síntoma de que la reforma educacional va por buen cauce. Nada más alejado de la realidad. No por nada, frente a cada propuesta de reforma, la respuesta de los actores sociales directamente influidos ha sido de rechazo. Porque después de las movilizaciones de los últimos años y de la rearticulación de la sociedad civil, ya no estamos para meros ajustes que le metan más plata al mismo sistema. Queremos derechos sociales universales, y ello no vendrá de la mano de la Concertación, en ninguno de sus rostros.

El desafío de las fuerzas transformadoras está entonces en construir nuestra propia posición y visión del país con autonomía de los intereses sociales y políticos dominantes, y construir alternativas en unidad para que, de una vez por todas, no tengamos que discutir tangananica versus tangananá, y podamos discutir de qué manera financiamos una verdadera educación gratuita, terminamos con las AFP y fortalecemos la salud pública, entre tantos otros enormes desafíos pendientes para construir una vida verdaderamente libre y soberana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias