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El insulto del Rey Arturo

«Desde “La Legua a Milán” el viaje ha sido tan vertiginoso como el que emprendió esa noche desde el casino Montichello a Pinto Durán. El Rey Arturo no percibe las responsabilidades profesionales que ha sumido y que por ser publicas van más allá de su vida privada. Pero todo esto es explicable de algún modo, más allá de las críticas de envidiosos y clasistas que no dudaron en tildarlo de ‘flaite'».


Cuando éramos niños, en el Chillán de los años 60, y pasaba un auto grande y lujoso frente nuestra casa en calle Carrera, exclamábamos nuestra admiración. Nuestro padre replicaba: “ese no es un auto, es un insulto”.

Hoy los tiempos han cambiado y si bien es cierto hay un segmento que hace ostentación de estos súper autos, entre los que se encuentran los futbolistas con contratos millonarios dentro o fuera de Chile, ya no se considera un insulto, salvo que sea con dineros mal habidos, que no es el caso. Y aunque el espectáculo que dan saliendo o entrando desde Pinto Durán en el corazón de un barrio medio-medio de Santiago, se ve algo grotesco, se entiende que son personas que gracias a sus talentos se dan gustos que cualquiera de los mortales no se podrían dar.

Más allá de estas demostraciones y ostentación de abundancia material (las más de las veces temporal), nos alegramos de sus éxitos deportivos y económicos. Se lo han ganado con su talento, profesionalismo y perseverancia. Y con una alta dosis de sacrificio. Solo que esto último, al parecer, el Rey Arturo no lo alcanza a asumir en plenitud. De allí su desaguisado del pasado miércoles en la noche. Desde “La Legua a Milán” el viaje ha sido tan vertiginoso como el que emprendió esa noche desde el casino Montichello a Pinto Durán. El Rey Arturo no percibe las responsabilidades profesionales que ha sumido y que por ser publicas van más allá de su vida privada. Pero todo esto es explicable de algún modo, más allá de las críticas de envidiosos y clasistas que no dudaron en tildarlo de “flaite”.

El problema está en quienes administran a estos individuos llamados futbolistas de elite. Empezando por algunos medios de comunicación que glorifican a estos deportistas hasta el paroxismo, dotándolos de virtudes y valores que van más allá de los deportivo. Son los mismos que los dejan caer al vacío cuando se comenten errores como los del Rey Arturo. Luego están los dirigentes, algunos de los cuales hoy están con la espada de Damocles sobre sus cabezas, por lo que no se atreven ni asomarla, por el riesgo de verla rodar. Por tanto no se atreven a ejercer ninguna autoridad sobre los hechos. Finalmente está el entrenador. Patético por decir lo menos. Ya su discurso progresista, lleno de evocaciones patrioteras exaltando el “amateurismo” de la selección, estaba en entredicho por su entusiasta promoción de un banco, seguro a cambio de un suculento contrato. Esta vez simplemente optó por hacer la vista gorda. Y lo hace a sabiendas que está en un país que está clamando por transparencia, por el fin a los privilegios y por el fin de la doctrina de que todo vale para conseguir objetivos supuestamente superiores.

¿En qué pensaba Jorge Sampaoli? No pensaba en una patria que no es la suya (en la suya se dan cosas peores), no pensaba en el camarín como se suele decir ahora, no pensaba en la Copa América, su cálculo chico le dice que si a la selección le va bien, él estará ad portas de un millonario contrato fuera de Chile, que le permitiría a lo mejor comprarse un Ferrari igual o mejor que el del Rey Arturo.

Sampaoli solo pensaba en sí mismo, qué duda cabe. El triunfo por goleada a Bolivia da lo mismo, carece de la pureza del deporte, éticamente está deslegitimado, al igual que los parlamentarios elegidos con financiamiento ilícito, al igual que aquellos que montaron una empresa para hacer programas políticos. Ese es el verdadero insulto del Rey Arturo, solo que aquí hay más responsables que el notable futbolista de la “Roja de todos”.

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