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¿Qué pasó el 2011?: los monstruos que surgen entre lo que no quiere morir y lo que no termina de nacer Opinión

¿Qué pasó el 2011?: los monstruos que surgen entre lo que no quiere morir y lo que no termina de nacer

Noam Titelman
Por : Noam Titelman Ex presidente FEUC, militante de Revolución Democrática y coordinador del Observatorio de Educación en Chile, de la Fundación RED-
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La siguiente es la tercera de tres columnas que, en conjunto, conforman el documento de trabajo con el que Observatorio de Educación de la fundación RED busca generar un aporte germinal a la discusión sobre los cambios experimentados en Chile a partir de las movilizaciones del 2011. El documento de trabajo se centrará en algunos aspectos económicos y de clima de opinión, pero esperamos que permita abrir la discusión en muchos ámbitos más.


Parece ser que el propio sistema educacional chileno produjo sus críticos más fuertes. La desigualdad del modelo estaba sobregirada en una promesa que no podía cumplir y, mientras más crecía la cobertura educacional, más claro se hacía que las injusticias engendradas no podían ser resueltas dentro de la lógica imperante. El cambio en las condiciones subjetivas, en la validez de los discursos de legitimidad, comienza a asomarse con el movimiento del 2011, cuando el derrumbe de legitimidad de la élite es acompañado por un llamado a cambiar de paradigma en educación.

Sin embargo, si bien es notoria la caída de fundamentos de legitimidad hegemónicos en las últimas décadas, la aparición de nuevos criterios es todavía un proceso en disputa. A continuación intentaremos explicar los elementos subjetivos que legitimaban el modelo en su conjunto y que en el debate educacional encontraron su principal cuestionamiento.

Al respecto, el reciente informe sobre desarrollo humano del PNUD, enciende algunas luces interesantes cuando refrenda lo siguiente: “La sociedad chilena se encuentra en un proceso de debate: ¿qué país queremos?, ¿qué debemos cambiar y qué deseamos mantener?, ¿quiénes deben participar en la toma de decisiones?” ( PNUD. Informe de Desarrollo Humano, 2015: 15).

Estas preguntas muestran la apertura del escenario. Una apertura que aún no refleja cambios en la estructura del sistema económico o político, pero sí evidencia el declive de un discurso que solía ser omnipotente.

El informe del PNUD encuentra cuestionados varios aspectos discursivos que son fundamentales para el ordenamiento de la sociedad. Uno de estos radica en la develación del carácter estructural de los problemas, respecto de lo cual parece ser que las movilizaciones del 2011 jugaron un rol fundamental. Como hemos planteado previamente, el gran logro del movimiento del 2011 fue mostrar que no se trataría de “fallas del modelo”, sino del modelo. Así lo muestra el carácter de las movilizaciones. Previo al 2011, entre 70% y 80% de las movilizaciones tenían un carácter específico acotado, mientras que los años 2011 y 2012 están marcados por movilizaciones en que en más del 40% de los casos se plantean demandas de transformación política.

En este ámbito, el primer aspecto fundamental de la crítica estructural planteada desde el movimiento de 2011 está estrechamente relacionado con el origen y forma de ese movimiento. La caída de legitimidad de la élite y el levantamiento de una crítica estructural desde la movilización social, lleva a cuestionarse la manera en que se procesan y definen visiones y posiciones en la sociedad.

Así, el primer elemento en disputa es la correcta ubicación del poder político. Al respecto, el reciente Barómetro de la Política de Cerc-Mori encuentra interesante evidencia de una creciente desconfianza en la élite como lugar de validación de las decisiones y definiciones en el modelo: “La crisis es de confianza en las elites que pierden 20 y 30 puntos porcentuales de confianza. Por primera vez la elite se está pegando la palmada en la frente al respecto. En parte el problema es haber ignorado el fenómeno durante 20 años”. De hecho, todas las élites caen en confianza (salvo las Fuerzas Armadas), desde 1996 a la fecha. Por ejemplo, el Senado cae desde 63% de confianza a, apenas, un 27%.

[cita] Si bien parece que el movimiento del 2011 fue tremendamente exitoso en develar las contradicciones del modelo educacional vigente y, en alguna medida, de las lógicas generales del sistema, parece ser que la construcción de una alternativa con capacidad de reemplazar el discurso anterior, sigue siendo un proceso en construcción, con avances y retrocesos. Lo cierto es que las condiciones objetivas de desigualdad y concentración del poder no han cambiado y los cambios subjetivos, sin respaldo en fuerzas sociales mayores, son frágiles. [/cita]

El informe del PNUD muestra, coherentemente, cómo adquieren fuerza formas de toma de decisión que permitan incorporar a la ciudadanía, como las asambleas y plebiscitos.

Esta “desconfianza” en espacios de validación tradicionales, técnicos o de Gobierno, parece coherente con el lento derrumbe del discurso de legitimación de la élite que funcionó, al menos, en la primera décadas tras el fin de la dictadura. Ese proceso tiene una base muy concreta. Las condiciones objetivas de sideral diferencia entre las élites y el resto de la ciudadanía (una de cuyas manifestaciones es la fuerte desigualdad en el ingreso) terminó generando un fuerte escepticismo, nacido de la desilusión, en segmentos importantes de la población, frente a una mayor conformidad con el statu quo por parte de la élite.

Así, en el mundo fuera de la élite, y en contraposición a las visiones de esta, son hoy ampliamente mayoritarias nociones de derechos que se superponen a los criterios individuales y de meritocracia. Específicamente, aparece con fuerza la demanda de un Estado con un rol garante de derechos económico-sociales fundamentales. Así lo sugieren los datos del PNUD, con más del 70% de la ciudadanía a favor de que el Estado se haga cargo de salud, educación y pensiones. En estos mismos temas, la élite, en cambio apoya muy minoritariamente un rol garante del Estado (menos del 30%).

En torno a este desacuerdo entre elite y ciudadanía, se explicita una de las contradicciones entre mercado y democracia. La incidencia real de las mayorías, bajo un criterio de igualdad, entra en contradicción con el poder real de incidencia que tienen las élites en sociedades basadas en economías de mercado.

El cambio en las condiciones subjetivas de validación del modelo en su conjunto tiene su equivalente en el subsistema educacional. Así, el movimiento del 2011 entraría a cuestionar los pilares del modelo mediante la disputa en, a lo menos, cuatro niveles del debate educacional:

  • El mayor logro de la hegemonía no es convencer que el modelo actual sea justo o correcto, es llevar a la certeza de que cualquier otra opción es imposible. Frederic Jameson habla, por ejemplo, de que pareciera más fácil imaginarse que el mundo se acabe, por el avance tecnológico que propone la ciencia ficción, que imaginar una sociedad que no siga los patrones conductuales del capitalismo y neoliberalismo. Esto tiene su correlato en la discusión educacional en términos de necesidad: hay que optar entre el pan o las luchas por la dignidad (que implican renunciar al pan). Es decir, cambiar el sistema educacional actual implicaría renunciar a la buena productividad y bienestar económico.

El movimiento entra a disputar esta noción, al mostrar que el endeudamiento que sostiene al sistema implica un malestar profundo en la sociedad y, quizás más importante, que existen alternativas para modelos educacionales exitosos en la creación de capital humano, incluso en sociedades muy pro mercado (de hecho, es difícil encontrar modelos tan privatizados como el chileno).

  • El principio de que a través de la competencia se obtendrán mejores resultados que por medio de la colaboración, presupone que solo el interés personal puede motivar cualquier acción y que este interés es consistente con el bienestar social. En concreto, en educación, supone que el fin de lucro es garantía suficiente de maximización del potencial educativo de cada institución de estudios.

El movimiento plantea que el fin deseable, que es que cada institución maximice su potencial y el de sus alumnos (que sea la mejor institución que pueda), se contrapone con el afán de lucro, caracterizado como un fin espurio e ineficaz para el logro deseado. En concreto, sobre todo si el Estado entregará recursos a una institución, lo mínimo que debiese exigir es que esos recursos vayan íntegramente al fin social de esa institución y no a los bolsillos de los dueños.

  • El principio de focalización postula que, ante recursos escasos, el Estado debiese solo hacerse cargo de los más pobres.

El movimiento opuso a ese razonamiento el efecto segregador y de “válvula de escape” que tiene ese enfoque. En lugar de que lo público sea para los pobres, el principio es que lo público es para toda la ciudadanía, sin distinción, y en especial la educación pública y gratuita, como espacio de encuentro clave.

  • Al principio de meritocracia y logro individual, el movimiento opone la concepción de comunidad y garantías sociales. Además de cuestionar el origen de la riqueza individual –al reconocer la importante incidencia sobre su distribución, de las deficiencias de la propia institucionalidad en cuestión–, se releva el rol del Estado como garante de derechos ciudadanos, no solo de entrega de subsidios para soluciones privadas. La educación se presenta, así, como un bien distinto a las mercancías que se transan normalmente en el mercado: la educación es un derecho social

Si bien parece que el movimiento del 2011 fue tremendamente exitoso en develar las contradicciones del modelo educacional vigente y, en alguna medida, de las lógicas generales del sistema, parece ser que la construcción de una alternativa con capacidad de reemplazar el discurso anterior, sigue siendo un proceso en construcción, con avances y retrocesos. Lo cierto es que las condiciones objetivas de desigualdad y concentración del poder no han cambiado y los cambios subjetivos, sin respaldo en fuerzas sociales mayores, son frágiles. Así, han surgido, por ejemplo, nuevos espacios en disputa como la concepción del “derecho a pagar”, como forma de revalidación de la meritocracia. Los cuatro puntos en disputa antes mencionados, están lejos de resolverse.

Luego de algunos años desde el 2011, hemos pasado de una época de efervescencia refundacional a un resurgimiento de la negación al cambio. Del auge de los que creían que todo había cambiado y nada seguiría igual, al repunte de los que hoy plantean que el 2011 fue un hipo pasajero. Sin embargo, todo parece indicar, que el proceso que se ha ido desencadenando en nuestro país, la presión por una reestructuración  profunda ante las contradicciones del sistema, continuará acrecentándose.

La pérdida progresiva de confianza y apoyo a las instituciones y a la élite, solo se recuperará cuando los intereses y objetivos de la élite y la ciudadanía se alineen, mediante una profundización democrática, superando las contradicciones entre mercado y democracia. El paso pacífico y democrático a una sociedad más justa, solidaria e igualitaria depende de ello.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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