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Aún tenemos patria, ciudadanos

Cristián Stewart
Por : Cristián Stewart Investigador asociado IdeaPaís
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El sol de septiembre salió para alegrar estos días enrarecidos por la apatía y la desconfianza. Los cerros verdean, los sitios eriazos se convierten en plazas sobrevoladas por volantines y las banderas chilenas por todos lados nos recuerdan que, más allá de temores y distancias, hay algo que nos une y vincula profundamente.

Cuánta falta nos hace la esperanza por estos días. Qué nublado parece el horizonte en tantos sentidos: las relaciones sociales y la vida comunitaria, golpeadas por todo tipo de temores; la institucionalidad y las autoridades en tela de juicio permanente; la economía estancada.

Estas Fiestas Patrias vienen entonces a interpelarnos para salir de ese hoyo moral que no conduce a ningún lado. Y contagiado por el sentido patrio, nos acordamos de la frase con que uno de nuestros mayores héroes terminara su arenga cuando el desánimo de los patriotas era total tras el desastre de Cancha Rayada: “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”. Es que parece que nada bueno se avizora para nuestro querido Chile, pájaros de mal agüero se han apostado aquí y allá, todo es desconfianza, acusación y temor.

[cita] ¿Qué soñamos? Yo sueño con recuperar para Chile la convivencia fructífera de la comunidad vecinal, las confianzas mutuas y la confianza en las autoridades, confianza ganada por ellas mismas al dedicarse de lleno a su labor, enfocadas con particular énfasis en los pobres y excluidos. Sueño con recuperar el debate público maduro, tan necesario para la estabilidad democrática, que hoy ha sido reemplazado por dañinos rumores de renuncias y retroexcavadoras excluyentes.[/cita]

¡Aún tenemos patria, ciudadanos! Sin duda Manuel Rodríguez conocía bien la magnitud del desastre. Pero tenía un sueño. Sabía que la hazaña era posible y vio necesario despabilar del aturdimiento pesimista en que se había caído para lograrla. De la misma forma hoy, reconociendo la potente crisis de confianza por la que atravesamos, debemos salir de ese aturdimiento pesimista, cambiar todo lo que haya que cambiar y volver a soñar el país que queremos. Así se formó el país del que hoy gozamos y celebramos, con el esfuerzo de todos los chilenos que nos antecedieron.

¿Qué soñamos? Yo sueño con recuperar para Chile la convivencia fructífera de la comunidad vecinal, las confianzas mutuas y la confianza en las autoridades, confianza ganada por ellas mismas al dedicarse de lleno a su labor, enfocadas con particular énfasis en los pobres y excluidos.

Sueño con recuperar el debate público maduro, tan necesario para la estabilidad democrática, que hoy ha sido reemplazado por dañinos rumores de renuncias y retroexcavadoras excluyentes.

Sueño con un país lleno de oportunidades, donde la maravillosa iniciativa y vocación de cada uno de los chilenos se realice y potencie en beneficio de todos, sin dejar a nadie en el camino.

Sueño con un Estado que apoya a la mujer vulnerable embarazada y la acoge a ella y a su hijo.

Sueño con un país agradecido del aporte de sus ciudadanos, donde estos no teman envejecer empobrecidos ni teman que una enfermedad de un familiar, o un traspié laboral los desestabilice y hunda.

Sueño, en fin, con un Chile en que todos tengamos espacios para participar en la construcción constante de nuestra sociedad, haciéndonos así todos responsables de todos, una sociedad donde las personas puedan reconocerse como iguales en deberes y derechos fundamentales, y en que las diferencias naturales que den forma a nuestra diversidad no nos impidan llevar una vida en común y preocuparnos todos por el bien de todos; con una sociedad en que nadie viva la soledad del abandono, en que a nadie le falte trabajo, comida ni techo, y en que cada ciudadano y cada familia pueda participar activamente en las decisiones que marcan nuestra vida en común. 

La invitación que nos hace septiembre entonces es a trabajar por el Chile que soñamos y dejar el pesimismo estancado en que estamos. El doloroso terremoto que azotó a las regiones de Coquimbo y Valparaíso nos muestra muy claramente una vez más esta vocación de Chile de vencer el sufrimiento con la fuerza de la solidaridad.

El desafío es que esa solidaridad trascienda más allá de las catástrofes, y que todos hagamos nuestro aporte sencillo desde la posición en que estamos, reconociendo lo malo para mejorarlo, y reconociendo también que en nuestra cultura, en lo que hemos heredado de nuestros bisabuelos y abuelos, como en los huertos que brotan en septiembre, está el germen de un Chile más justo y solidario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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