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La nueva apuesta épica de Michelle Bachelet

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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No se puede negar que la Presidenta está siendo fiel a sí misma. Desde hace unos meses circulaba con fuerza la idea de que el proyecto de Nueva Constitución sería derribado por el ambiguo eslogan “Realismo sin renuncia”. De hecho, en los sectores más conservadores –de la coalición gobernante y la oposición– ya se había instalado una sensación de que el peligro se alejaba, quedando en el baúl de los recuerdos una de las iniciativas más trascendentes que un Gobierno puede conducir: un cambio estructural a las reglas del juego que rigen un país. Sin duda, mucho más potente que una Reforma Tributaria, el fin del lucro o la gratuidad en la educación.

Más allá de la complejidad del proceso constitucional –ha pasado un par de semanas y ni los expertos lo tienen muy claro– y de la escasa claridad en su contenido, la verdad es que la Jefa de Estado logró marcar la agenda y darle un giro a la discusión política, saturada ya de los casos de irregularidad en el financiamiento de campañas en los últimos meses. En pocos días hemos escuchado a Piñera proponer a Chile Vamos –qué difícil está siendo para los dirigentes de la Alianza asumir el cambio de marca– que haga una propuesta paralela a la del Gobierno; a Frei rechazar la AC y el cuórum de 2/3; a Lagos apoyar la iniciativa pero resaltando que él inició el camino el 2005; a RN y la DC revitalizar su intento fallido de hace un par de años; a Insulza criticar el cronograma; a la UDI reafirmar que el país no requiere otra Constitución. Y obviamente, a la CPC repetir el discurso que a estas alturas solo les hace perder credibilidad, en relación con que cualquier cambio “generará incertidumbre” –no puede haber un relato más pobre y poco “encantador”–.

Pero principalmente, el anuncio le permitió a la Presidenta sacarse un gran peso de encima, una espina que no le permitiría retirarse en marzo de 2018 con la sensación de haber cumplido con una exigencia que se autoimpuso. Es un hecho que no vamos a tener una Nueva Constitución durante su Gobierno, no será su legado, no será su obra. Una condena parecida al “Bicentenario” de 2010, que terminó siendo capitalizado casi en su totalidad por Sebastián Piñera. Pero Bachelet esto lo sabe muy bien. La señal que quiso entregar está en el presente, en el aquí y ahora. El anuncio estuvo lleno de símbolos, algunos explícitos y otros más subliminales.

En primer lugar, le dio un duro golpe al Parlamento, contaminado por distintas situaciones que han generado la indignación y rechazo ciudadano. Lo desacreditó públicamente al despojarlo del premio mayor del cambio constitucional y, de paso, le endosó la responsabilidad y la presión de aprobar con 2/3 el mecanismo para dar inicio al proceso institucional. También aprovechó la oportunidad de destacar su verdadera obra política por la que quedará en los libros de historia: el aumento de la representatividad del Congreso gracias al cambio del sistema binominal. Me atrevería a apostar que, en su fuero interno, la Presidenta se imaginó que el verdadero cierre del ciclo político –que se había asociado al inicio de su segundo Gobierno– se podría concretar a fines de 2017, cuando el Parlamento actual termine su mandato. Ese será un punto de inflexión para la política chilena.

[cita] El otro acierto de Bachelet fue “constitucionalizar” las tres elecciones que siguen: municipal –estarán realizándose los “diálogos” justo en esa época– y las parlamentarias y presidenciales 2017 –el proyecto ingresará al Congreso en el segundo semestre–. Estos serán temas ineludibles, porque incluso aquellos partidos o movimientos que rechazan cualquier cambio a la Carta Fundamental, estarán obligados a tener opinión, como es el caso de la UDI. También le hizo un guiño a RN, que será decisivo con sus votos.[/cita]

Pero también les entregó a todos los sectores algún incentivo para no derribar de entrada el proyecto: vía institucional a la oposición; opción de Asamblea Constituyente para el ala más progresista; participación ciudadana y educación cívica para los desilusionados de la política. En cuanto a la fórmula para llevar a cabo el proceso, planteó cuatro alternativas que en realidad se reducen a una opción. Es cierto, el Parlamento podría elegir el bicameral, pero políticamente sería impopular en estos tiempos de descrédito. Por otro lado, el plebiscito para escoger entre las otras tres –aquí sí sobró creatividad para explicar que la cuarta alternativa era la suma de las anteriores– alargaría y haría complejo en exceso el proceso, además de posibilitar la realización de dos plebiscitos en un período corto, con los costos económicos y desgaste político y ciudadano que ello implica.

Por eso me cuesta creer que los parlamentarios electos quieran restarse de una discusión tan relevante, por lo que la opción de Asamblea Constituyente (AC) tiene pocas probabilidades. De ahí que lo que se ve más factible sea esta especie de “Semiasamblea Constituyente” compuesta por organizaciones representativas de la sociedad y el nuevo Parlamento que contará con una legitimidad muy superior al actual.

El otro acierto de Bachelet fue “constitucionalizar” las tres elecciones que siguen: municipal –estarán realizándose los “diálogos” justo en esa época– y las parlamentarias y presidenciales 2017 –el proyecto ingresará al Congreso en el segundo semestre–. Estos serán temas ineludibles, porque incluso aquellos partidos o movimientos que rechazan cualquier cambio a la Carta Fundamental, estarán obligados a tener opinión, como es el caso de la UDI. También le hizo un guiño a RN, que será decisivo con sus votos.

¿Es una apuesta arriesgada de Bachelet? Por supuesto, y los riesgos principales están en su propio territorio. Va a costar alinear las distintas sensibilidades y posiciones frente a un tema en que hay acuerdo en lo general, pero muchas diferencias en cómo se debe implementar y la profundidad hasta la que se está dispuesto a llegar. Pero el desafío central es cómo convertir la discusión de la Nueva Constitución, que seguramente se ve lejana y distante, en algo atractivo para los ciudadanos. Hasta ahora, este es un déficit comunicacional importante. Lo genérico y la ambigüedad es lo que ha primado.

Si el Gobierno no instala luego 2 o 3 ejes que expliquen qué es lo que ganaría la gente común y corriente con una Nueva Constitución, la oposición, e incluso algunos de sus aliados, van a ganar el terreno de la interpretación y van a dotar a la NC de contenido. En ese caso serán ellos los que controlen la agenda y la Presidenta habrá desaprovechado esta oportunidad. Aunque eso ocurriera, Bachelet podrá encontrarle un sentido épico a los largos 17 meses que le quedan por delante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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