Publicidad

La rebelión de los sin poder: prolegómenos de esos actores civiles

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
Ver Más


Todos los que tienen poder, en esa microfísica tan transversal, porque en todas partes está el poder, todos los que tienen poder y se lo han ganado a la siniestra, siendo pencas con el resto, verdugos y mala leche, malas personas por simple egoísmo, por esas pequeñeces tan humanas. Esos güeones filosóficos de la maldad, del rito para ellos, y las ganancias de todo en unos pocos en todos los ámbitos de la sociedad, siempre el achique, almas diminutas que domináis con tu estricto fascismo aunque estés a la izquierda del hombre por el hombre.

El oportunismo es de los humanos, es su raza más profunda. La arquitectura pitutera, que a estas alturas es una maquina nacional. Un sistema de castas en Chile donde no se arriba si no se tiene el contacto, es una red muy culiá, nadie llega, salvo los elegidos de siempre.

El hijo del papá que nunca fue nadie por sí mismo, el hijo del capitalista global, él que está donde está por penca y por sapo, mala persona. El que está sin mérito, siempre perseguirá al mérito porque es la perversión de su complejo. El jefe que no sabe y manda como si supiera, “el que sabe, sabe, y el que no, es jefe”, y es inmoral porque no tiene el verbo de la justicia en su sangre ética, y suele ensañarse con el que más sabe y con el que menos, a uno le achica la cancha y al otro lo ridiculiza para hacer libre su complejo.

Ese complejo de inferioridad tan nacional que andamos con la cara de amargura por la calle, y ni siquiera intentamos dibujar un poco la felicidad en la vida. Y los mismos de antes siguen ganando a manos llenas, y los que llegaron, por veinte años se dedicaron a humanizar técnicamente su colocación en la distribución del poder político y económico.

Siempre son unos pocos, y la mentira moderna es una insolencia en la cara de todos. El mérito es un populismo factual, porque aunque estudies, te va a mandar alguien que sabe menos que tú, y te hará sentir que él manda y sin tanto mérito, y se reirá de ti. Así es nuestro país de cartón, cuyas cifras macroeconómicas no construyen un país moral en la justicia social de la humanidad colectiva, de la gran alameda del imaginario público, no construye personas sino estadísticas que nos sitúan en un mejor espacio del discurso internacional, pero ese es un país donde la felicidad de sus ciudadanos es la columna vertebral de su espíritu nacional. Pareciera que no porque el sueldo del país se lo llevan unos pocos.

[cita tipo=»destaque»]Mal Chile, no nos queda otro camino que la desobediencia civil masiva, un no hacer caso profundo, que duela al poder, pero que no mate a nadie, algo para decir que aquí estamos los que creemos en un Chile de verdad, no en la copia de algo muy bueno, sino en uno auténtico, en un original Chile, que abra la historia y desate el talento diezmado.[/cita]

Y ahí vamos con fastuosa indolencia imponiendo un Transantiago triste, pensado nunca para el usuario como venas urbanas de una soledad metropolitana. Intentando reducir la política a las maniobras del dinero, pero la política debe abrirse paso.

Porque hay mucha gente infeliz, que no cree, que quiere que se vayan muchos, que va a trabajar todos los días y se cansa de creer que mañana en su país habrá otro Chile de verdad. Donde ganen los buenos, se imponga el mérito, la genialidad, la humanidad por sobre todos los operadores maquineros que nos están chupando la sangre en todos lados y no dejan fluir un Chile sincero, sin complejo, jugado, que quiere abrir las ventanas y dejar que entre un aire de arte y cultura, política de verdad, y personas de verdad, no títeres culiaos, bufones y espinitas, personas de frente que dan cara, que hablan fuerte y creen intensamente, y están dispuestos a vivir su Chile y dar su opinión.

Son los cabros estudiantes que parieron un sentido público en un desierto neoliberal. Les habían dicho que con educación bastaba, y era mentira, además había que tener otros atributos, y salir de otras universidades. Y así un discurso mentiroso, populista, que terminó con miles en las calles, no solo pidiendo gratuidad sino calidad, o sea, todo mal, y qué piden, derechos, pero también sentido, un lugar en un país donde aplicar lo que se aprende con sacrificio, y así muchos en la oscuridad de este país trabajaron y estudiaron para poder pagar sus estudios y su vida, y así pagaron por un derecho. Mientras otros se enriquecieron en la oportunidad de la negación de ese derecho.

Por eso los estudiantes son mentores del proceso, lo que buscan es algo de verdad, sin estudiantes que hacen como que aprenden y profesores que hacen como que enseñan, y como que saben, y trabajadores que hacen como que trabajan y jefes que hacen como se la saben, y políticos que hacen como que representan a la gente y representan a los que les pagan, curas que hacen como que son buenos y creyentes y, aprovechándose de la confianza que les da la sociedad, se tiran a los niños feligreses. Tipos que hablan por celular caro y hacen como que hablan cosas importantes y no saludan a sus pares por hacerse los lindos, fantoches e ignorantes, son artesanos de un tejido nacional muy largo y angosto que copa el cielo nacional.

Queremos un país de verdad, menos del edén y más de verdad. Un país de ciudadanos que plantean la hegemonía de lo civil, la hegemonía de las mayorías. Un país donde el mérito mande y no el acomodo, donde prime la inteligencia por sobre la tontera, un país donde prime el respeto a la sabiduría, donde haya tradiciones y se respete el patrimonio histórico, un país construido para los chilenos y no para unos pocos, unos deseos de derechos, basta con monetarizar el alma de los chilenos, abramos compuertas a un Chile posible que tiene que ver con nosotros, con los que no tenemos poder. Es una rebelión ético-política de un reclamo constante, es el rechazo a un sistema güeón, que solo les sirve a los pungueira (eso gritaban a Longueira en un colegio del barrio alto), a los coludidos de siempre, esa es la cultura matricial de la colusión, del arreglín entre nosotros, los que cachamos la movida.

Mal Chile, no nos queda otro camino que la desobediencia civil masiva, un no hacer caso profundo, que duela al poder, pero que no mate a nadie, algo para decir que aquí estamos los que creemos en un Chile de verdad, no en la copia de algo muy bueno, sino en uno auténtico, en un original Chile, que abra la historia y desate el talento diezmado.

Hagamos gestos pacíficos de desobediencia civil que desaten un hecho simbólico, inventemos las formas de decir juntos lo que pensamos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias