¿Qué sería de nuestro modelo sin el sinuoso empuje a consumir al que por décadas nos ha llevado la Teletón?, ¿qué Chile tendríamos sin la 24.500-03? Número que es mucho más que eso, un número, sino una suerte de inconsciente colectivo que nos llevaba -también por décadas- de la mano de nuestros padres o abuelos al banco de Chile, único banco donde la solidaridad podía tener un número y agenciarse una cuenta corriente.
Quisiéramos gastar algo de tinta en la frase de Hasbún. No es una frase entre otras y es, quizás, la más reveladora de todas las que surgieron al calor de la trifulca en el Congreso.
Tras la frase «legalizar la eugenesia significa que se acabó la Teletón, significa que se acabaron los niños con discapacidad”, aparecen a nuestro juicio una serie de claves que no solo se coordinan con un específico origen ideológico sino que, además, con una suerte de entramado histórico que revela con precisión la idea de vida y de libertad que la derecha más recalcitrante, aún, defiende.
Lo primero, es que tal frase permite comprender la forma en que el neoliberalismo técnico/milico se empalma con el “fenómeno” de la discapacidad a mediados de los años 70. Hay, ciertamente, una intencionalidad dirigida en hacer de la Teletón un dispositivo sociológico proclive a una sociedad de consumo y que, a través de la pauperización del discapacitado, permitiera la instalación de un tipo de sociedad particular.
No se trata en este punto de abusar del concepto “neoliberal” (efectivamente muy manoseado y raramente profundizado), sino de constatar que la Teletón cumple en Chile un rol concreto en un momento histórico definitivo; rol que es mucho menos el fruto de una incontenible solidaridad y mucho más una exigencia ideológica necesaria para consolidar al sistema, para entonces, naciente. En esta línea, no es casualidad que la primera Teletón se realice en 1978, es decir, en los años inmediatamente después de la instalación de las políticas de shock consideradas urgentes para acabar con la “blasfemia” estatista de Allende.
Decimos entonces que la frase de Hasbún nos remonta sin complejos a esa fase original, fundacional si se quiere, en donde la discapacidad fue instrumentalizada y se hizo congénita al nacimiento del modelo.
[cita tipo=»destaque»] ¿Qué sería de nuestro modelo sin el sinuoso empuje a consumir al que por décadas nos ha llevado la Teletón?, ¿qué Chile tendríamos sin la 24.500-03? Número que es mucho más que eso, un número, pues es una suerte de inconsciente colectivo que nos llevaba –también por décadas– de la mano de nuestros padres o abuelos al Banco de Chile, único banco donde la solidaridad podía tener un número y agenciarse una cuenta corriente.[/cita]
Pero hay otro elemento en la frase del diputado que nos parece aún más perturbador. Al argumentar que si se aprueba el aborto se acaba la Teletón y, entonces, los niños con discapacidad, lo que se expresa es una idea laboratorista de la vida que aún sostiene a la derecha chilena más añeja. Se trata aquí de una suerte de control vital, de defender la necesidad de proveernos de niños discapacitados a los cuales podamos monitorear y “arreglar”. No es precisamente la defensa de “La” vida en términos genéricos, se trata de favorecer el nacimiento de niños y niñas que llegan al mundo impedidos física o mentalmente y de los cuales, sin duda, se alimenta este tipo de discurso genetista.
No es necesario ir muy lejos en el análisis para darnos cuenta que, en su profundo desconocimiento, Hasbún reivindica la larga tradición de manipulación biopolítica de los totalitarismos en el mundo, la misma que, en nombre de “los superiores”, experimentaron con aquellos “inferiores”.
Insistimos, no es la defensa a la vida lo que estimula y promueve el discurso antiaborto de Hasbún, sino de un tipo de vida particular a partir de la cual podamos establecer nuestra superioridad biológica y desde la cual, también y en tanto “normales”, podamos hacernos cargo. Es por esta razón que el miedo de Hasbún a un potencial fin de la Teletón es, además, un riesgo enorme para el sistema engendrado en dictadura y a la que nuestra Concertación le puso las guirnaldas.
¿Qué sería de nuestro modelo sin el sinuoso empuje a consumir al que por décadas nos ha llevado la Teletón?, ¿qué Chile tendríamos sin la 24.500-03? Número que es mucho más que eso, un número, pues es una suerte de inconsciente colectivo que nos llevaba –también por décadas– de la mano de nuestros padres o abuelos al Banco de Chile, único banco donde la solidaridad podía tener un número y agenciarse una cuenta corriente.
Hay en todo esto y ya para terminar estos renglones, una idea de libertad que sería necesario destacar en la densísima frase de Hasbún. Sin darnos cuenta la libertad defendida por la derecha es una libertad radical, extrema y sin duda nihilista. El derecho a la vida tras el cual amparan su retórica tiene que ver con aparatar del análisis los contextos, las plataformas sociales, históricas, trágicas, etc., en donde un nacimiento puede tener lugar. Hay en ella, la derecha, una suerte de desconsideración esencial del dolor, los abusos, la pobreza, la marginalidad y de todo aquello que pueda indicar que un nacimiento no es viable y que, al final del día, solo podría corresponderle a la madre decidirlo. Hablamos aquí de una noción de libertad infame, extramoral si se quiere, en donde todo lo que cuenta es la defensa a ultranza del rosario y las cruces, del mercado y sus bolsas, de la discapacidad como objeto de control y peluche ideológico.
Quisiéramos seguir escuchando a Hasbún, todos los días y ojalá que los medios le den sobrecobertura. Nada más nítido y expresivo de esa tenebrosa cultura de laboratorio que aún pervive en las bodegas genetistas del inconsciente derechista.