Publicidad

El restablecimiento del binominal

Jaime Mulet
Por : Jaime Mulet Ex diputado por Atacama
Ver Más


A pocos días de que el Tribunal Constitucional entregue su informe sobre el proyecto aprobado en enero por el Congreso Nacional sobre modificaciones a la Ley de Partidos Políticos, la profunda crisis que vive el actual sistema no cesa, quedando en evidencia que buena parte de sus actores más relevantes tienen conductas contradictorias.

Con una clase política tan desprestigiada, el recuerdo de la voz nasal de Pinochet, quien, a lo largo de toda la dictadura, se refirió a los “señores políticos” como la peor escoria, resuena en mi cabeza.

El calificativo siempre me pareció injurioso. En ese tiempo, veía en los políticos conductas valientes y épicas, que inspiraron a la ciudadanía a enfrentar la dictadura y luchar por la democracia, arriesgando, en muchas ocasiones, la vida o la integridad física.

La opresión, el silencio y la violencia hicieron germinar liderazgos nobles, decididos y cargados de integridad moral. Cómo no recordar a Manuel Bustos, Tucapel Jiménez, Gabriel Valdés, Carlos Briones, Jorge Lavandero, Jaime Castillo, Eugenio Velasco, Yerko Ljubetic, Teo Valenzuela y muchos más que, con valentía, desde las universidades, sindicatos, organizaciones y partidos enfrentaban el régimen.

Estos liderazgos inspiraron a miles de dirigentes intermedios que lucharon contra el régimen opresor en cada comuna y rincón de Chile y que permitió su derrota en 1988. Ahora, resulta contradictorio ver que, tras 26 años de democracia, la clase política se encuentre en la vereda opuesta. Es triste ver cómo cada semana aflora lo peor de la política y sus actores.

Los casos CAVAL, PENTA Y SQM, hablan por sí solos y no me referiré a ellos.

Los partidos ya no luchan por la democracia y su profundización, por empoderar a la ciudadanía para generar mayor participación y por una justa representación, para qué decir la justicia social, la igualdad y la búsqueda del bien común, parecen términos olvidados.

Lisa y llanamente, los actuales detentadores del poder político, de gobierno y de oposición, herederos de Pinochet y herederos de quienes lo enfrentaron, en vez de sancionar a los responsables, de disminuir sus privilegios y prebendas y buscar alguna forma de redención, actúan con indolencia e hipocresía y se aferran a sus cargos, dietas y privilegios.

Antes del receso parlamentario de febrero anunciaron, con bombos y platillos, la aprobación de modificaciones a la Ley de Partidos Políticos, un proyecto cuyo nombre señala que: “Fortalece el carácter público y democrático de los partidos políticos y facilita su modernización”. Y que hace lo contrario. Muchas palabras y muchas modificaciones que sirven bastante poco o nada.

[cita tipo=»destaque»]Es tal el nivel de exigencias y de barreras que han colocado para eludir la competencia democrática con nuevos actores y tiendas, que han llegado a una especie de cartelización política, donde desde el PC a la UDI, actúan “todos unidos para jamás ser vencidos”. Revela la disociación existente entre el poder político y la realidad.[/cita]

En lo concreto, esta reforma obstaculiza que nuevas fuerzas políticas, grupos de independientes o movimientos sociales puedan competir sin problemas con los actuales partidos. También eliminó los partidos regionales, ¿y cómo lo hicieron?, restableciendo que se requiere un mínimo de tres regiones contiguas u ocho discontinuas para su constitución. Y si se logra inscribir un partido nuevo, regional o nacional, para mantenerse se debe sacar el 5% de los votos como promedio en cada región, o al menos 4 parlamentarios en dos regiones distintas.

Además, estos nuevos conglomerados, para inscribir a sus afiliados deben firmar ante notario. Bien, pero para refichar a sus militantes los partidos antiguos se otorgan diversas flexibilidades que evitan el notario. “Si sale sello, pierdes tú, y si sale cara, gano yo”, es la señal que dan a quienes quieren competir.

Solo hace un año, en enero del 2015, el entonces ministro Peñailillo, a nombre del Gobierno, lideró –con todo lo que significa eso– la aprobación de la reforma en el Parlamento que puso fin al sistema binominal. Con ello se quería terminar con un mecanismo que siempre trajo una profunda desigualdad y un fuerte desequilibrio para la política chilena.

Y para ello además de eliminar los 60 distritos binominales y cambiarlos por 28 plurinominales de entre 3 y 8 cargos, se acordó abrir el sistema de partidos y bajar los engorrosos requisitos que había para formar nuevos partidos y también satisfacer una anhelada aspiración de las regiones al permitir formar partidos regionales, para que nuevos movimientos puedan desafiar y competir y asegurar una adecuada renovación y equitativa participación.

Sin embargo, el gran sueño quedó en nada. En menos de un año, ese acuerdo del Gobierno de Bachelet, la Nueva Mayoría y parlamentarios independientes fue violado con indicaciones apoyadas por los dos grandes bloques partidarios. Ahí estuvieron con una sola voz desde la UDI al PC, para eliminar los partidos regionales y elevar las barreras en la constitución de partidos.

No les importó lo que habían aprobado ante la ciudadanía. Lisa y llanamente decidieron subir las barreras para la formación de partidos políticos, restableciendo oblicuamente el sistema binominal que dicen combatir, pero que encubiertamente defienden. Con más ingenio y agudeza que Jaime Guzmán y con idéntico desprecio por la democracia representativa, el PC, el PS, el PPD, el PR, la DC, RN y la UDI resucitaron una especie de binominal, pues a ellos les da exactamente lo mismo tener distritos que eligen solo dos diputados, donde siempre gana uno cada uno de los dos bloques mayoritarios, o como ahora, tener distritos de 3, 4, 5 o más diputados, si en los hechos solo pueden competir los dos bloques tradicionales y repartirse los cargos.

Es tal el nivel de exigencias y de barreras que han colocado para eludir la competencia democrática con nuevos actores y tiendas, que han llegado a una especie de cartelización política, donde desde el PC a la UDI actúan “todos unidos para jamás ser vencidos”.

Revela la disociación existente entre el poder político y la realidad.

Si el sistema político no responde, será la calle el lugar donde, estudiantes, trabajadores, dueñas de casa, jubilados, en fin, los ciudadanos comunes y corrientes, se expresarán y tarde o temprano se impondrán los anhelados cambios que Chile necesita, como lo hicimos contra Pinochet.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias