Publicidad

Más religión, en libertad

Santiago Orrego Sánchez
Por : Santiago Orrego Sánchez Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Centro de Estudios de la Religión UC
Ver Más


(*) Se atribuye a Rousseau el siguiente dicho: “No me atrevería a enseñar a la gente, si no viera cómo otros la inducen al error”. Es lo que me mueve a abordar un tema de sociología sin ser sociólogo, como es el de la correlación entre religiosidad, desarrollo social y paz, tratado por Miguel Torres, en este mismo medio, el día 24 de noviembre, bajo el provocativo título de “No más religión”. En efecto, es tal la complejidad y la cantidad de estudios publicados acerca de ese tema, que no me siento capacitado para dar una opinión definitiva acerca del mismo, pero, por la misma razón, percibo claramente serias deficiencias en el modo en que el mencionado artículo pretende sustentar su conclusión, a saber, que la religión es causa de pobreza y de violencia. Debo señalar, antes de proceder al fondo de la crítica, que esta se dirige exclusivamente al contenido del texto, y de ningún modo al autor ni a sus orientaciones religiosas o políticas como tales.

Se pueden distinguir tres tipos de tesis en el texto de Torres: algunos que son meras afirmaciones, tal vez ciertas, pero para las que no se presenta ninguna o casi ninguna clase de fundamentación. Son también las más desmedidas, como la que señala que para los protestantes “la libertad de conciencia no existe”, entre muchas otras a las que no me referiré. Otras remiten a dos autores clásicos, Karl Marx y Max Weber, para hacer suyas sus ideas. Las comentaré un poco más adelante. Finalmente, otras se presentan con apoyo en datos estadísticos elaborados por centros de investigación de primer nivel, nacional o internacional. Se trata de la Encuesta Bicentenario UC-Adimark (vaya paradoja), el Global Peace Index, elaborado por el Institute for Economics and Peace y el Social Progress Index, a cargo del por ahora menos conocido pero excelente Social Progress Imperative.

Estas fuentes fueron muy bien elegidas, pero, lamentablemente, muy mal aprovechadas. Comienzo por lo menos relevante: la Encuesta Bicentenario no señala una explosión en el número de ateos y agnósticos en Chile que llegaría al 22% el año 2014, como indica Torres. Ese porcentaje corresponde a personas que no están afiliadas a ninguna religión en particular. Baja al 20% en 2016 y el número de ateos y agnósticos, en cambio, no supera el 6%. Ahora lo más relevante: como sabe toda persona con algo de conocimiento de ciencias sociales, con los datos estadísticos solo se pueden obtener certezas –relativas, además– acerca de correlaciones entre variables, pero la interpretación de esas correlaciones en términos de relaciones causales es algo mucho más hipotético y exige un cuidadoso análisis.

Miguel Torres salta sin más desde las correlaciones entre religión, pobreza y violencia que, según él, se pueden encontrar en esos índices, a una explicación causal que hace de la religión la fuente de la pobreza y la violencia. El autor afirma que la correlación se encuentra “en un análisis” de los mencionados índices. No dice en cuál, y ciertamente no está en los índices mismos.

[cita tipo= «destaque»]La pregunta es, entonces, si la religión es causa de miseria y violencia, de manera que debería ser desincentivada. Sobre este punto se vuelve notoria una inconsistencia en el artículo de Miguel Torres. Por una parte, destaca positivamente que los países que poseen comparativamente una mayor proporción de ateos gozan de mayor paz y de mayor progreso social. Por otra parte, adhiere a la tesis de Weber según la cual el protestantismo y su ética fueron el principal motor del gran desarrollo de los países del norte de Europa, de acuerdo con el título de su clásico estudio “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.[/cita]

En cualquier caso, la correlación entre religión y pobreza existe, según concluye, entre muchas otras, una publicación del 2009 de Steve Crabtree en el sitio web de la agencia Gallup. Lo notable es que, en ese estudio, no se postula la hipótesis de que la religión es causa de la pobreza, sino lo contrario: la religión es emocionalmente más funcional en los países pobres, en los cuales, según otro estudio del mismo investigador (Crabtree y Pelham, Gallup, 2009), la religiosidad se correlaciona positivamente con el bienestar emocional de los pobres.

No es algo sorpresivo para la experiencia corriente: los momentos difíciles de la vida, en personas de toda condición, son una ocasión frecuente para el reflorecimiento de las inquietudes religiosas y el descubrimiento real de la pregunta por el sentido de la vida.

En mi opinión, la tesis de Marx sobre la religión como “opio del pueblo”, citada por el autor, tiene un alcance real, sobre todo para ciertas formas de religiosidad que enfatizan de modo unilateral la “huida del mundo”, pero limitado. En efecto, cuando la dificultad ha pasado, muchos ven el trance como una oportunidad para un nuevo nacimiento, orientado a un modo de vida más pleno y lúcido, obstaculizado antes por la sobreabundancia de bienes de consumo.

Más notable es el hecho de que en la página web del Institute for Economics and Peace, responsable, como ya he dicho,  del Social Progress Index en que se basa el articulista para criticar la religión, se puede encontrar fácilmente otro estudio que concluye exactamente lo contrario. Es del 2014 y se titula “Five Key Questions Answerd on the Link between Peace and Religion”. Con base en el mencionado índice y contrastado con otras estadísticas, concluye: “En contra de la creencia común, no existe una correlación significativa entre la paz y el nivel de creencia religiosa”; “con independencia de la presencia de religión y ateísmo, las democracias plenas son más pacíficas”; y que “hay aspectos de la religión y actividades con motivación religiosa que pueden tener un impacto positivo para la paz”.  Entre otros, los encuentros de diálogo interreligioso –como los que en Chile organiza cada año la Universidad Católica– y la participación común en actividades de voluntariado.

En la misma dirección apunta otro estudio de Gallup (Buster G. Smith y Rodney Stark, 2009), según el cual, a nivel global, la participación religiosa se correlaciona con un mayor grado de generosidad (“Religious Attendance Relates to Generosity Worldwide”, reza el título). Es una encuesta desarrollada entre los años 2005 y 2009, que muestra una superioridad notoria entre quienes han asistido al menos una vez a la semana a un servicio religioso, incluyendo a quienes no profesan una religión en particular, en tres aspectos: donar dinero, trabajar como voluntario y ayudar a un extraño.

La pregunta es, entonces, si la religión es causa de miseria y violencia, de manera que debería ser desincentivada. Sobre este punto se vuelve notoria una inconsistencia en el artículo de Miguel Torres. Por una parte, destaca positivamente que los países que poseen comparativamente una mayor proporción de ateos gozan de mayor paz y de mayor progreso social. Por otra parte, adhiere a la tesis de Weber según la cual el protestantismo y su ética fueron el principal motor del gran desarrollo de los países del norte de Europa, de acuerdo con el título de su clásico estudio “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.

Dejando a un lado el hecho de que otros autores han mostrado que el capitalismo surgió más tempranamente en la zona católica del norte de Italia y el sur de Alemania, lo notable es que se trata exactamente de los mismos países: los configurados por la ética cristiana del trabajo y los que gozan de mayor paz y bienestar. ¿Puede aceptarse la tesis de Weber y, al mismo tiempo, ver la religión en general como causa del subdesarrollo y la violencia? Difícilmente.

Es una cuestión de método: no debe atenderse principalmente a la relación actual entre religión y desarrollo, sino sobre todo a la que había cuando se entró en el camino del progreso social y de la paz. El ateísmo que se incrementó después de esos avances, evidentemente, no puede verse como causa de ellos.

Según el mencionado estudio del Institute for Economics and Peace sobre religión y paz, el aspecto de la vida religiosa de un país que se correlaciona más clara y positivamente con la paz es el de la libertad para vivir plenamente la propia religión. Con esa libertad, obviamente, podrá crecer también el número de ateos, pero lo cierto es que la variable clave no es el ateísmo, sino, como queda dicho, la libertad religiosa. ¿No es esto lo opuesto a las restricciones a la religión que el Miguel Torres propone? A quien afirma que “la religión es siempre enemiga de la libertad”, cabría recordarle una tesis compartida por no pocos autores ateos, según la cual los ideales de “libertad, igualdad y fraternidad”, abrazados por la Revolución Francesa, son secularizaciones del espíritu cristiano. Uno de los más notables es Nietzsche en El Anticristo, cap. 43: “El veneno de la doctrina ‘idénticos derechos para todos’, es el cristianismo el que lo ha diseminado del modo más radical”.

(*) En respuesta al artículo de Miguel Torres, ‘No más religión

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias