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La izquierda chilena después de Fidel: la oportunidad de una identidad tensionada


Para la tradición de la izquierda chilena, la figura icónica de Fidel Castro expresó durante décadas la síntesis de la forma y fondo de la lucha por la transformación social. Líder de una revolución armada iniciada con la voluntad de un puñado de rebeldes que logró un mayoritario apoyo social; una retórica y carisma capaz de mantener en alerta a cientos de miles de ciudadanos; un proceso social de innegables avances en áreas como salud y educación; un líder que encabeza la resistencia a las operaciones militares y económicas de bloqueo por parte de EE.UU.; un socialismo que resiste la caída de los “socialismos reales” y que apoya activamente otras luchas revolucionarias en África y América Latina. Un líder que exporta “intenacionalistas” de diverso tipo, que recibe a exiliados y luchadores sociales. Todo aquello sintetiza Fidel Castro. No poco para nosotros, latinoamericanos afectados por dictaduras fascistas y por una larga y variopinta historia de derrotas.

Vis a vis el proceso cubano, nuestra historia de desgracias y muerte, de derrotas y fracasos, de un Palacio de La Moneda en llamas y de una larga dictadura capaz de encabezar exitosamente un experimento de transformación social inédito, parece sonrojarse frente a la estatura de una Revolución que, tras más de medio siglo, sigue siendo encabezada por los mismos otrora jóvenes rebeldes del Moncada y la Sierra Maestra. Por ello mismo es que, quizás, la Revolución Cubana, sus símbolos y banderas, sus himnos y su porfía histórica nos han sido tan preciadas y necesarias: Cuba se yergue como un ejemplo de aquella emancipación que en Chile, Argentina, Bolivia o Brasil no fue; como aquella épica que no fuimos capaces de sostener pues fuimos vencidos por el adversario y por nuestros propios errores; como muestra viviente de una revolución social fracasada mundialmente pero altiva en una porción de territorio apenas separada del imperio yankee.

Pero la épica de la Revolución, como todo en la vida, tiene sus bemoles y complejidades: tras las banderas, las multitudes movilizadas y los “logros de la Revolución” acecha un conjunto de reveses acerca de los cuales muchas veces optamos por no reconocernos enterados. Una porción de realidad desplazada, neutralizada o, en el mejor de los casos, justificada bajo los comodines retóricos del “bloqueo”, de las “conquistas sociales” o del “cómo andamos por casa”. Un conjunto pesado de sinsabores sobre los cuales es necesario a nuestro juicio pensar desde una izquierda cuya obligación primera es la de empujar en la dirección de una sociedad más justa y democrática.

[cita tipo= «destaque»]Creemos que la izquierda debe asumir, una vez más, la oportunidad de llevar la crítica a niveles que hagan renovar su propia identidad, en la perspectiva de fortalecer un proyecto de desarrollo, igualdad, emancipación y democracia. Para eso, un paso importante sería reconocer que las democracias de partido único simplemente no existen, que todo socialismo debe resguardar la pluralidad política, que el cambio y la renovación social no se pueden clausurar en nombre de supuestos intereses absolutos de ¨la patria¨, que las revoluciones mueren cuando se transforman en rígidas gerontocracias, y que las dictaduras, definitivamente, no van con nosotros.[/cita]

Dicho esto, ¿qué más nos muestra la Cuba de Fidel? En primer lugar, junto al Fidel heroico emerge el Líder octogenario que, tras más de cuatro décadas en la cima del poder político, cede la más alta investidura de la Nación a su hermano Raúl. Todo ello, en el marco de un Régimen que cuenta con una organización política erigida -según declara su Constitución- como “fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.

Junto a esto, se vislumbra la realidad de una sociedad con libertades públicas severamente limitadas y déficits democráticos indesmentibles. Un régimen con una fuerte tendencia a repeler la crítica y estimular la unanimidad, que suele traducir a lengua militar la diferencia y que hace de la oposición una traición. Un orden social, además, que se erige como garante de la disciplina y la uniformidad, en donde –como señala Pablo Milanés- «Hay mecanismos represivos que no permiten la protesta en la calle, no permiten la libre expresión de los sindicatos».

¿Son acaso los aspectos señalados propios de una crítica a la realidad cubana que se ubica desde el paradigma de las democracias representativas y de los valores propios de un liberalismo que, justamente, la Revolución Cubana ha buscado superar? Probablemente sí. Pero entonces, tendríamos que sostener de qué modo la restricción de las libertades públicas, la existencia de un partido único, la prevalencia de un sistema electoral que inhibe la competencia democrática, la inexistencia práctica de un poder legislativo que opere con independencia del ejecutivo y el lugar preminente del aparato militar en la conducción política de una sociedad constituyen, por ejemplo, un aporte a la emancipación social.

¿Constituyen estos aspectos una forma de ocultar y menoscabar los avances sociales generados por la Revolución Cubana bajo la conducción de Fidel Castro? De ser así, y asumiendo que los logros en el área de la educación y la salud se mantienen inalterados, ¿significa acaso que las libertades públicas pueden ser restringidas en nombre de un bien superior?; ¿significa entonces que la igualdad social va reñida con la igualdad política?; ¿implica imaginarnos acaso una sociedad de la unanimidad y la ausencia de conflictos políticos?

¿Es justo tematizar estas cuestiones?; ¿resulta apropiado, desde una posición de izquierda, desplegar una mirada crítica que asuma los déficit democráticos de la Cuba de Fidel? Sin lugar a dudas, la solidaridad recibida por Cuba durante la dictadura por miles de chilenos, al igual como su desequilibrada relación con los EE.UU. y su condición de país acosado vuelven difícil explicitar el “lado oscuro de la revolución” y muchas veces fuerzan a quienes se ubican en el lugar del pensamiento crítico a destacar sus logros, contextualizar sus déficits y homologar cualquier asomo crítico al “imperio”, a “la derecha” o a “la gusanera”. Resulta difícil, por consecuencia, enfrentar (nos) a la cara oscura de la Cuba de Fidel. Difícil, pero al mismo tiempo imperativo, necesario e ineludible éticamente.

Por todo lo anterior, consideramos que es natural, esperable e incluso sano que la izquierda chilena despida con respeto a un hombre que lideró procesos mundiales que han sido forjadores de su identidad. De nuestra propia identidad. Pero otra cosa es que lo haga sin asumir todos aquellos aspectos del régimen cubano que hoy atentan contra libertades intransables, no solo desde la perspectiva del Chile democrático que queremos, sino que también desde el carácter universal de los derechos humanos. También es razonable que nuestra izquierda sienta agradecimiento por un régimen que fue solidario con los chilenos perseguidos durante la dictadura de Pinochet. Pero, nuevamente, otra cosa es empatizar y justificar las dimensiones autoritarias de ese ente solidario, más aun si asumimos que en esa categoría caben también todos los gobiernos de la órbita soviética y el PRI mexicano (este último, con su particular pero no menos brutal estilo de control político).

En definitiva, creemos que la izquierda debe asumir, una vez más, la oportunidad de llevar la crítica a niveles que hagan renovar su propia identidad, en la perspectiva de fortalecer un proyecto de desarrollo, igualdad, emancipación y democracia. Para eso, un paso importante sería reconocer que las democracias de partido único simplemente no existen, que todo socialismo debe resguardar la pluralidad política, que el cambio y la renovación social no se pueden clausurar en nombre de supuestos intereses absolutos de ¨la patria¨, que las revoluciones mueren cuando se transforman en rígidas gerontocracias, y que las dictaduras, definitivamente, no van con nosotros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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