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Acoso sexual en Chile: Todas también

Carla Rojas
Por : Carla Rojas sicóloga laboral, magister en Dinámica Organizacional, experta en género y minería
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La primera vez que fui víctima de acoso sexual tenía 22 años, la excusa del jefe para acercarse fue burda: me dijo que tenía contracturados el cuello y los hombros. Como si nada, me preguntó si le podía hacer un masaje. Yo respondí con un no, un no tartamudeado. A mí manera fui tajante. Tanto como se puede ser en un primer trabajo que de verdad necesitas y tan segura como enfrentas el mundo a esa edad. No contento con mi no, condujo la conversación a lo íntimo: me dijo que tenía muchos problemas con su señora, que ya no tenían mucho sexo y que eso le estaba provocando estragos. Tengo el recuerdo vívido de sentir mi estómago revolverse. En segundos traspasó mi metro cuadrado. Cerró la puerta con pestillo, sentí de cerca su respiración entrecortada. Me quedé congelada, pensé lo peor.

-Ábrame por favor la puerta, déjeme salir, se lo pido-, le dije con la voz temblorosa.

Aterrorizada salí corriendo de su oficina. Primero roja, luego ahogada, mientras sentía un silbido en el oído. Nunca más volví. Renuncié.

Después de unos días, pensé que la culpa había sido mía, era verano y llevaba puesta una camiseta que tenía un escote. Repasaba la escena una y otra vez, todo el tiempo pensando si había mandado la señal equivocada, si fui demasiado simpática y el pensó que le estaba coqueteando. La camiseta. La maldita camiseta. Me devané los sesos, pese a que a esa edad solo había tenido un pololo, pese a que ese hombre podría haber sido mi padre, es más, él conocía a toda mi familia.

Juré que nunca le contaría a nadie ese episodio. Desde entonces han pasado catorce años.

Eso viene a mi memoria cuando mi colega Pamela acude a mí como sicóloga organizacional y me pide ayuda. Me cuenta una situación similar: hace un año sufrió acoso sexual por parte de su jefe. El recuerdo me golpea. Estoy lejos de la veinteañera que huye: soy académica, leo sobre teoría feminista y la seguridad que tengo me haría desarmar a un misógino o a un acosador con dos frases. Pero lo que yo soy, está lejos de cambiar el problema.

Pamela pone énfasis en su confesión: “Ese viejo asqueroso siempre me ofrecía llevarme a mi casa, me insistía”.

Después ella relató que inicialmente estaba muy contenta con su cargo porque él su jefe (el acosador) la felicitaba a diario y le decía que ya le renovaría el contrato, la mantenía siempre en ascuas.

[cita tipo=»destaque»]Un acoso no es más que otra muestra de la violencia machista hacia las mujeres en las organizaciones de manera explícita y brutal. Un comportamiento que está tan naturalizado que parece que a nadie le impacta. La mujer vive acostumbrada a enfrentar una batalla campal desde que sale de su casa, luego en el trabajo y luego en la calle de nuevo.[/cita]

-Pamela ya vendrán nuevas cosas para ti-, la mantenía tranquila. Siempre una frase escueta.

Otras veces tenía un comportamiento distinto, un trato preferencial con pequeños detalles. (cuáles y qué bromas le hacía) Otras veces se transfromaba en un monstruo impredecible que le llamaba la atención cuando ella se ponía seria con su tallas sexuales. Otras veces no le hablaba en días.
Un día en su oficina del sector público, a fin de año, le extendió una invitación fuera de la oficina para «celebrar» su recontratación, ¿cómo decir que no?, pensó ella, había esperado tanto por ese momento.

Después del horario laboral. La llevó a un bar, ella se mantuvo siempre distante, más seria que de costumbre. Él se pasó de copas. Uno, dos, tres whiskys. Le dijo que sentía algo por ella, deslizó su mano por la espalda hasta llegar a su trasero. Pamela quedó en shock, salió corriendo del lugar con un nudo en la garganta.

Ella tenía evidencia, y después de pensarlo por días, hizo la denuncia al departamento de RR.HH. Al acosador lo echaron, sin embargo ella sufrió todas las consecuencias sociales¨: “No te juntes con ella, quizás te acuse de acoso o que le agarraste el poto”, “Cuidado que esta mina está loca”, eran los comentarios más suaves que se escuchaban en los pasillos. Ella lloró mientras relataba el verdadero bullyng posterior. Por su denuncia, su mundo se vino abajo. Tuvo problemas con su pareja y fue diagnosticada con depresión y así sigue hasta hoy. La culpa siempre es de nosotras.

En Chile poco se habla de acoso sexual en las organizaciones e instituciones, la mayoría de las ocasiones es evitado por los hombres, gerentes y directores de empresas. El silencio es el mejor de los cómplices: el 45% de las mujeres que sufre acoso, termina renunciando.

¿A quién no le resultaría incómodo hablar de “acoso sexual”?

En Chile es un tema tabú, se ha destapado, pero siempre a medias. Lo dicen de la boca para afuera, los casos salen publicados en las noticias, pero siempre son olvidados. Otra vez el silencio.»Casos de acoso sexual y vulneración de la mujer en la Armada». Hay casos en universidades y empresas privadas, incluso ocurren violaciones con total impunidad: en el mes de mayo, una trabajadora en un reconocido supermercado fue ultrajada dentro de las dependencias por un supervisor que ya contaba antecedentes por abuso sexual. Está la actual denuncia de violación al interior de la escuela de Carabineros, que fue realizada por una joven becaria de la policía de Costa Rica. Solo por mencionar los casos que llegaron a la prensa, ni imaginar la lista negra.

El acoso sexual se define en el ámbito laboral por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como “insistentes proposiciones, tocamientos, acercamientos o invitaciones no deseadas, de naturaleza sexual, que pueden provenir de un superior/a o de un compañero/a de trabajo, que influyen de manera directa en las posibilidades de empleo y en las condiciones o el ambiente laboral y que producen también efectos en las víctimas, tanto de orden psicológico como emocional”.

Un acoso no es más que otra muestra de la violencia machista hacia las mujeres en las organizaciones de manera explícita y brutal. Un comportamiento que está tan naturalizado que parece que a nadie le impacta. La mujer vive acostumbrada a enfrentar una batalla campal desde que sale de su casa, luego en el trabajo y luego en la calle de nuevo.

Lo que debe quedar claro es que en los casos como lo ocurrido a Pamela o a mí, existen responsabilidades de las instituciones y organizaciones. Los derechos fundamentales de los trabajadores nos aseguran la seguridad fisica y psíquica en una organización.

A eso hay que sumar que la prensa naturaliza estas vulneración de derecho: “Escándalo sexual en la Armada” “Espionaje a funcionarias de la armada” sin precisar que son casos de acoso sexual o violación a secas. La normalización sigue y sigue. A veces son los propios compañeros quienes tratan a sus colegas de graves si se molestan por las “tallas sexuales” o por el contacto físico inapropiado. Siempre se hace la vista gorda.

¿Dónde están las responsabilidades del Estado e instituciones de brindar un ambiente seguro para las trabajadoras? Hipócritamente estos casos siempre quedarán como situaciones aisladas. Una respuesta responsable sería trasparentar lo alarmante y repudiable que esto ocurra en el lugar de trabajo.

El acoso es la forma más común de discriminación por género en el trabajo. Este se expresa en distintos niveles: miradas lasivas, comentarios respecto el cuerpo, bromas con connotación sexual y hasta la invitación a tener relaciones sexuales.

En países más desarrollados se definen protocolos y procedimientos, existen fuertes sanciones a los acosadores, Chile debería seguir el ejemplo. Los negativos efectos que acarrea la situación de acoso sexual en la salud mental de las víctimas, son depresión, trastornos de ansiedad y del ánimo, entre otros malestares, que derivan en largos períodos de licencias médicas.

Todo tiene que cambiar: los medios de vigilancia y prevención de acoso son nulos, los mecanismos de denuncia y leyes son ineficaces y poco confiables porque se re victimiza a la mujer. Como en todo orden de cosas al estar los hombres en mayores espacios de poder, es obvio que somos las mujeres la población más vulnerable.

¿Qué pasa con las valientes?

Son castigadas socialmente o por el grupo de trabajo, las estigmatizan como conflictivas y exageradas. Finalmente la victima queda sola y expuesta, en la mayoría de los casos los acosadores quedan sin sanción. Invito a cada una de las lectoras recordar cuantas veces han sufrido por algo parecido en su vida académica y laboral. Invito a los hombres a preguntarle a sus amigas o a sus parejas si alguna vez han sido acosadas sexualmente. Se llevarán una sorpresa.

Somos estudiantes, somos trabajadoras y compañeras de trabajo. Queremos vivir tranquilas, libre del acoso. ¿Es tan difícil lograrlo?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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