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¿Qué país nos merecemos?

Por: Alexis Ceballos


Señor Director:

Estando a menos de dos semanas de las elecciones presidenciales en nuestro país y con los ciudadanos expectantes de lo que a diario sucede con los diversos postulantes al magnífico edificio ubicado en las afueras de la estación de metro Moneda, me inquieta una reflexión que vengo masticando hace días en silencio, profunda, relacionada con la pregunta que titula esta carta. ¿Qué país nos merecemos?

He tratado de encontrar una respuesta no solamente adecuada a mis creencias y preferencias personales, sino por sobre todo, que sea consecuente a los diecisiete millones de personas que habitamos esta larga franja de tierra, a mi juicio, bendecida por Dios como uno de los lugares más hermosos del planeta. Sin duda alguna y sin ser creyente.

No me gustaría hablar como militante de un partido político en específico, ni perteneciente a una clase sociocultural determinada, en la firme creencia y convicción de que ninguno de nosotros, sin excepción, merecemos distinción de ningún tipo salvo el irrefutable hecho de ser chilenos, y hablo de ser chilenos tanto para los nacidos en esta zona geográfica como a los que han llegado y se sienten parte de esto, incluyendo a los miles de inmigrantes que han formado lo que hoy conocemos como Chile en su corta pero intensa historia, porque ha sido sumamente intensa. Lo sabemos de sobra. Así y todo, hemos sido capaces de construir un país tranquilo, en comparación con otros puntos del mundo con historias ciertamente trágicas hasta el día de hoy, algunos azotados por la guerra y otras calamidades, similares o incluso peores a las que hemos vivido.

Nosotros, los chilenos (y creo que la opinión de los lectores puede llegar a ser unánime) hemos sufrido de todo, desde nuestro nacimiento. Hemos todos, sin excepción, aprendido a plantar cara a desastres naturales: terremotos, tsunamis, explosiones volcánicas, aluviones y suma y sigue. Sin embargo, entre todos, hemos sido capaces de pararnos de nuevo, con una lealtad y voluntad de hierro a nuestro país y a nosotros mismos, ayudándonos, poniendo como pilar el valor de la solidaridad, en muchos sitios del mundo una muy escasa virtud, que sin embargo en el nuestro son fortaleza y lo vemos desde que tenemos memoria, como el Hogar de Cristo o Un Techo para Chile, por nombrar solo dos ejemplos. Sobrevivimos además a una de las dictaduras más atroces, violentas y siniestras que la historia universal moderna tenga memoria y registro, con asesinatos, torturas y desaparecidos que aún claman justicia desde el anonimato y la invisibilización.

Desde el regreso de la democracia, ese magnífico acontecimiento, hemos sido capaces, una vez más, entre todos, de construir un país que ha logrado levantarse de las adversidades, con voluntad y trabajo, a ratos más lento de lo que quisiésemos todos, y hemos logrado convertirnos en un país con una aceptable gobernabilidad que es la envidia de gran parte de nuestra región. Hemos logrado una respetabilidad internacional como pocas veces se había visto de una nación latinoamericana, como acierta la prensa global. Nuestra presidenta saliente ha sido considerada por la Organización de Naciones Unidas para llevar su secretariado femenino; ahora se la ha convocado como mediadora de conflictos de carácter internacional y nuestra contraloría ha sido llamada por el mismo organismo para auditarlo, como así también presidimos la comisión de Derechos Humanos en el mismo sitio con sede en Ginebra y Nueva York. ¿Cómo no sentirnos orgullosos? Claramente. Nuestros avances en infraestructura pública y privada han sido sobresalientes, considerando que un sismo de magnitudes inverosímiles no sería capaz de generar en nuestra tierra tragedias similares a las que causó en Haití o que recientemente ha azotado a México y el resto de Centroamérica. En materia de educación hemos sido capaces, tras salir el país entero a las calles, de lograr la gratuidad y volver a vivir el sueño de que una persona humilde pueda llegar a tener una profesión y prometer un futuro a su familia y sus hijos, como vivieron exactamente nuestros padres y abuelos, que hoy es un orgullo de todos y cada uno de los chilenos, y debemos mantener.

A su vez, hemos logrado respeto a los ojos del mundo por ser capaces de tener concordia y acoger a miles de víctimas de situaciones dificilísimas en sus países, como la misma Haití, Perú, Colombia o Venezuela. Las cifras del turismo en Chile nos han colocado a la cabeza de los destinos mundiales, generando más puestos de trabajo directos de lo que produce la industria de la minería entera, que sigue a plena marcha pese a la crisis global de la que también salimos airosos. Mantenemos un nivel de crecimiento estable, pese a los especuladores, buitres agoreros y sobre todo el comportamiento del mercado internacional y el cambio de divisas. Podríamos estar mejor, ciertamente, al nivel de países como Francia, Alemania o los escandinavos, donde el Estado de Bienestar estuviese garantizado desde el momento que nacemos, para todos, donde pudiésemos tener todos los mismos derechos y las mismas oportunidades, y evidentemente sería una alegría, pero eso requiere un esfuerzo aún mayor, y sobre todo, para que eso ocurra, debiésemos ser capaces de ser lo suficientemente educados y cultos como para poder elegir por esa opción. El desarrollo es vital, pero requiere compromisos, y estas elecciones presidenciales deben dar cuenta de qué es lo que verdaderamente queremos ser, y sobre todo qué queremos tener.

Evidentemente, para que eso ocurra, no podemos tolerar la corrupción en ninguna de sus formas, que a simple vista parece estar normalizada, y no puede ser. Las dudosas encuestas vinculadas a la derecha como Cadem y el Centro de Estudios Públicos (CEP) han insistentemente dado una mayoría inverosímil de intención de voto al candidato Sebastián Piñera, y es preocupante. Preocupante en el sentido que se trata de una persona que ha mantenido procesos judiciales en su contra relativos a malas prácticas empresariales y a evadir el pago de impuestos escondiendo una fortuna en paraísos fiscales en las Islas Vírgenes. ¿Se piensa Usted que una persona en su situación, tendría algún chance siquiera de poder postular a una candidatura presidencial en algún país desarrollado, a lo que deberíamos aspirar todos nosotros como chilenos? La respuesta es no. Normalizarlo es grave, pero apoyarlo se vuelve aún más preocupante, y en eso todos debemos tener un momento para detenernos un minuto, o dos, y reflexionar, en silencio, si es que realmente queremos y creemos que una persona con esos antecedentes es realmente legítima para asegurarnos el futuro inmediato y futuro para nosotros mismos y nuestros hijos. Personalmente, y muy humildemente se los digo, no podría votar por alguien así. En absoluto. Y no por mí ni por mis hijos, sino por todos mis conciudadanos. Creo, sencillamente, que no lo merecemos.

¿Y entonces, por quién votar? En estos tres meses he tenido la posibilidad de asistir a gran parte de los debates presidenciales y seguir uno a uno a los candidatos y mis impresiones, he procurado, que sean bastante precisas, visto desde afuera. Desde un punto de vista imparcial, he tratado de hacer ese ejercicio. En muchos de esos debates he visto, en primer lugar, un grado de descalificación que no podría imaginarme a ninguno de ellos con la elegancia, sobriedad y responsabilidad que nosotros, los chilenos, nos merecemos. Desde antes de dictadura (saltándome a Augusto Pinochet y el propio Sebastián Piñera), toda la vida tuvimos una tradición política de sobriedad, donde era impensable que un presidente de la República viviera en mansiones, anduviera en autos de lujo, se sentara en el escritorio de otro presidente… siempre fue gente sobria, sencilla, todos con la capacidad de saber situarse, tener la capacidad de escuchar y jamás creer que eran dueños de la verdad. Y parece que en el último tiempo eso se hubiese esfumado, como por arte de magia. Solo he visto, en todos esos debates, a Carolina Goic con los atributos suficientes para ese trabajo (que es un gran trabajo). Como si el mundo de la televisión y la farándula mirando siempre a los Estados Unidos hubiesen contaminado uno de los atributos que hacía sentirnos orgullosos de nuestros jefes de Estado y nuestra vida política, y que también nos daba seriedad y respeto frente a la comunidad internacional, y desde luego en nosotros mismos, en nuestra propia dignidad.

Lo cierto es que gran parte de los actuales aspirantes a La Moneda me han dejado sin palabras, en vivo, mirándolos a la cara. Creo que el resto de mis compatriotas tendrán una impresión similar. No he podido entender cómo un candidato como Alejandro Guillier no ha querido exponer su programa antes de la segunda vuelta, cuando resulta inverosímil votar por alguien de quien no sabemos qué propone ni cuánto va a costar en dinero eso que propone, obligado por los partidos de la izquierda en generar acuerdos de apoyo a puerta cerrada, por encima de la voluntad de la gente y su voto y la respetabilidad que eso debiese representar. No he podido entender cómo un candidato como Marco Enríquez-Ominami ha hecho un circo en cada intervención pública, de agresión inverosímil e igual de circense, recordando especialmente cuando su mujer, una conductora de matinales de televisión, increpase a otro candidato a grito pelado frente a nuestros Premios Nacionales, de todas las áreas, desde la medicina hasta la astronomía dentro del aula magna de la Universidad de Chile, nuestra universidad más importante, un centro universitario, frente a personas que han dedicado su vida y su talento a la investigación y el desarrollo intelectual de nuestro país como si se tratase de un set de televisión. No he podido entender cómo un candidato como José Antonio Kast defendiese el uso de armas cuando el mundo salía del shock que significaba la matanza de medio centenar de personas en un recital al aire libre en Las Vegas y la tradición, tristemente célebre del país del norte en relación a su obsesión casi enfermiza con las balas. No he podido entender la absoluta ignorancia de Beatriz Sánchez en temas empresariales, cuando resulta que son fundamentales para el desarrollo de cualquier país y menos presentarse ante su gremio como si estuviese recién levantada de una siesta, camisón incluido. No he podido entender un discurso tan extremista y alejado de la realidad, tanto de nuestro país como de la realidad internacional por parte de Eduardo Artés, rozando la locura con guiños a sistemas soviéticos que hace muchos años abandonaron el ideal de Mao Tse Tung. No he podido entender cómo un candidato presidencial como Alejandro Navarro, con decenas de procesos judiciales a sus espaldas, tira un puñado de monedas arriba de una mesa en un debate de los radiodifusores y después tiene la libertad de cuerpo para asegurar que el autismo (una enfermedad que conozco de cerca) se debe a las vacunas que reciben nuestros niños, nuestros hijos o a mostrar una franja presidencial similar a un famoso programa de resolución de crímenes locales famoso en los noventa. Y me pregunto de nuevo, ¿Es eso lo que realmente nos merecemos, con todo lo que hemos tenido que pasar y todo lo que hemos tenido que sufrir a lo largo de nuestra historia? Creo sinceramente que la respuesta es no, y que no nos merecemos a ninguno de ellos. Creo que nadie se merece esa falta de sobriedad, que traduzco en respeto, respeto por la sobriedad, por el buen ejercicio de la política, respeto por nuestra historia y sobre todo, respeto por nuestra familia y nuestra propia dignidad, que debe, creo yo, ser muy alta. Para todos. No podemos exigir menos. No en el 2017.

Personalmente considero oportuno detenerse en la figura y el programa de la candidata Carolina Goic Boroevic. ¿Por qué? Porque la senadora ha demostrado no solo una impecable carrera política, con manos limpias, sino por varias otras razones. En primer lugar, porque aunque parezca redundante, ha sido la primera que ha puesto su programa sobre la mesa, a disposición de todos los ciudadanos. También porque ese programa tiene un costo que desde la lógica de las arcas nacionales, el erario público, cabe dentro de lo que podemos financiar y asumir, a diferencia de Piñera o Guillier que son más caros, y de Sánchez que lo duplica sin especificar una forma real de financiamiento sin que afecte a las prestaciones sociales de todos nosotros, en nuestro diario vivir. En tercer lugar, ofrece una posibilidad real de desarrollo de las regiones que han estado históricamente postergadas, al igual que el mundo de la cultura y el patrimonio, donde no podemos ni debemos olvidar que se trata del corazón que nos permite sonreír y soñar. En cuarto lugar, ha tenido la valentía de hacer algo que en treinta años no vimos jamás, que fue revelarse contra el status quo de la política cansina de nuestro país e incluso a costa de la traición, logró salir fortalecida (elemento fundamental para llevar un país como el nuestro). Y en quinto lugar, y para quién le escribe, quizá el más importante… se trata de una mujer que sobrevivió al cáncer. ¿Y por qué creo que es el punto más importante, que creo que cualquier persona que lo haya padecido lo entenderá a la perfección? Porque una persona que tiene sobre sí ese grado de sufrimiento y en el mismo nivel esa cuota de superación, entiende y entenderá, asertivamente, lo que necesitamos y merecemos todos los chilenos. ¿Por qué? Porque esa ha sido, desde siempre, nuestra historia. Ella lo sabe, en carne propia, mejor que nadie. Es lo que nos merecemos, todos, como chilenos: Ser los mejores, frente a lo que sea, y frente a lo que venga. Solo así superaremos la pobreza: creciendo pero cumpliendo las reglas, con probidad, sobriedad y sobre todo, con decencia. Es el país que nos merecemos.
Afectuosamente,

Alexis Ceballos
Empresario, Ignaciano y militante PDC

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